Adivina, adivinador...

Tradición oral indígena mexicana

Elisa Ramírez

 

Además de ocuparnos de mitos y cuentos, también veremos en esta sección formas verbales como los rezos, cantos, refranes, juegos de palabras, retahílas y adivinanzas que permanecen en las comunidades indígenas, a través de los tiempos. Las adivinanzas en lengua maya –vistas aquí en tres momentos– aún se usan, se disfrutan. Muchas veces los referentes para poder adivinar los enigmas son sonoros, palabras parecidas a lo que se debe adivinar (como agua pasa por mi casa, cate.); otras más, son metáforas que requieren un trasfondo cultural para poderse entender (la claridad del Petén es la miel); a veces, son meramente imágenes visuales (basta ver un trozo de copal para saber por qué se le compara con los sesos).

El Chilam Balam de Chumayel (1948) fue escrito en maya durante la Colonia; la primera versión conocida es del siglo XVII. En lenguaje de Zuyua se proponen varios acertijos que los muchachos, puestos a prueba por los sacerdotes, deben cumplir:

Les pide que busquen las ramas del pochote espinoso y la cuerda de tres hilos y el bejuco vivo: se trata de la lagartija, la cola de la iguana y las tripas del pecarí.

Les pide los huesos de su padre y deben traer camote.

Pide huérfanos de padre envueltos en siete capas: son tamalitos de huevo en salsa de semilla de calabaza.

Piden la claridad que alumbra en el Petén: es la miel.

La luciérnaga de la noche que deja pasar su olor al norte y el poniente, lamida por la lengua de Balam: son los cigarros y la lumbre.

La doncella de blancas y relucientes pantorrillas a quien subirán la enagua hasta los muslos: es la jícama.

Una vieja que cuide milpas, con siete palmos de nalgas y cuerpo negro: es la calabaza.

El viejo con camisa desabrochada: es el armadillo.

Los sesos del cielo: es el copal.

Adivinanzas y juegos de palabras son parte importante de la vida cotidiana de los mayas contemporáneos de Yucatán. Se utilizan sobre todo en los velorios y en otras circunstancias rituales, para aguzar la mente y mantenerse despiertos. He aquí unas cuantas adivinanzas, recopiladas por Allan F. Burns (1983):

¿Qué entra con sed y sale saciado?: el cubo del pozo.

Hay una guajolota con sus hijos bajo las plumas: la casa con techo de guano.

De noche se llena y de día tiene hambre: la hamaca.

Dos negros custodiados por centinelas: los ojos.

Allí está, allí está, allí está (se dice señalando): la mano.

Una muchacha rica que besas diario: el bule de agua.

Primero viene la cubeta, en medio viene el tambor y hasta el final un cepillo: el caballo.

Un príncipe camina en los cuernos del toro: la hormiga.

Cuando sale es gallina y cuando regresa es gallo: hormiga arriera.

En la punta se seca y en el tronco se moja: el cigarro.

Cada año te enamoras de tres negros: las piedras del fogón.

Prueba del gusto por las adivinanzas y su permanencia es la gran cantidad de textos escritos en lengua maya por niños de las escuelas indígenas del Conafe (2001) en Yucatán y Quintana Roo. He aquí algunas, con o sin retahíla introductoria del género:

Su cabeza es un aguacate, su nariz está llena de pepita molida: el armadillo.

En una punta es época de sequía y en la otra es época de lluvia: el cigarro.

Cuando está amarrada se va y cuando se desata se queda: la alpargata.

Escarba aquí, escarba allá: el pantalón.

Una tira de soga negra está en un camino: hormigas grandes.

Adivina, adivina, adivinador, tres caballos cargan a un negro señor: el comal.

Adivina, adivina, adivinador, debajo del monte está colgada una avispa: el pozol.

Adivina, adivinador, millones de soldados bailando en el comal: las pepitas.

Adivina, adivinador, cada año se le cae el cabello: el elote.

Adivina, adivinador, tiene las alas sin color: la libélula.

Adivina, adivinador, por dentro es carne y por fuera es huesos: el gallinero.

Adivina, adivinador, caminas por el camino y de repente cruza a tu lado una princesa: la mariposa.

Adivina, adivinador, te hace ojitos cuando llega la noche: la luciérnaga.

Adivina, adivinador, cuando se va está lleno y cuando regresa tiene hambre: el calabazo.

Adivina, adivinador, cada año vive en casa de material: el loro.

Adivina, adivinador, es oro por fuera, plata por dentro y madera dura en el centro: el nanche.

Adivina, adivinador, cuando vas por el camino ves de repente un cangrejo: hurumbo.

Adivina, adivinador, dice brooom el rayo y el sapo salta: la astilla.

Adivina, adivinador, adivinador, siempre está de cabeza y quién es: el plátano.

Le abres la boca, le sacas la lengua y te la comes: la pepita.

Lo abrazas, pero no te toca. Lo besas, pero no te besa: el cántaro y el calabazo.

Sólo estás yendo a un lugar donde hay piedras, y allí brincan los negritos: chile maax.

Adivina, adivina niño, cómo se llama el ombligo de la tierra: el camote.

Adivina, adivina niño, cuando es de noche le da hambre y de día está lleno: los zapatos.

Elisa Ramírez. Socióloga, poeta, escritora para niños y traductora. Colaboradora

permanente de esta revista.

 

Ramírez, Elisa , “Adivina, adivinador...”, Arqueología Mexicana núm. 141, pp. 14-15.

 

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