Ciclos de fiestas y calendario solar mexica

Johanna Broda

En las fiestas mexicas se conjugaron las antiguas tradiciones de Mesoamérica con elementos nuevos. Esto, aunado a la abundante información histórica sobre sus características, permite un acercamiento al calendario, a la astronomía, a la compleja cosmovisión de la sociedad prehispánica, así como a los modos en que el hombre trataba de influir ritualmente sobre el equilibrio de las fuerzas de la naturaleza para hacerlas propicias.

 

Durante los siglos XV y XVI los mexicas  construyeron un Estado poderoso que desde su área nuclear en la Cuenca de México llegó a dominar vastas regiones de Mesoamérica. A nivel cultural, los mexicas lograron una síntesis de elementos nuevos que combinaron con antiguas tradiciones de la cosmovisión mesoamericana y con la percepción de la naturaleza. La información sobre las fiestas del calendario mexica reunida por los cronistas españoles del siglo XVI, principalmente fray Bernardino de Sahagún y fray Diego Durán, constituye un importante corpus de evidencias para los estudios de los calendarios y la astronomía prehispánicos. Esos datos se refieren a la celebración de las fiestas mexicas en vísperas de la Conquista española. Los documentos pictográficos más importantes sobre este tema son el Códice Borbónico y los Primeros Memoriales de fray Bernardino de Sahagún.

 

Los ritos

Estas fiestas se regían según el xiuhpohualli, “la cuenta de los años”. El segundo ciclo calendárico mesoamericano, el tonalpohualli, de 260 días, daba los nombres a los días y los años. Había ciertos ritos que dependían de él y se repetían cada 260 días. Sin embargo, aquí nos referimos al año solar de 365 días (xíhuitl), que estaba dividido en 18 meses de 20 días más cinco días restantes (nemontemi). Cada uno de estos meses tenía su nombre y en él se celebraba una fiesta principal (ílhuitl), cuyo nombre coincidía con el del mes. Estas fiestas caían, por lo general, en el último día del mes; sin embargo, había celebraciones menores o ritos preparatorios, los que generalmente empezaban 20, 40 o hasta 80 días antes de la fiesta principal. En otros casos, los ritos se prolongaban también durante varios días después de la fiesta, hasta 20 o 40. De este modo se creaba, a manera de fuga musical, un tejido de ritos que se extendían a lo largo de todo el año y conducían de una celebración a otra.

Las fiestas se desarrollaban con un gran despliegue de gente así como de elementos suntuarios en el Templo Mayor de Tenochtitlan. Hay que imaginarse estas representaciones dramáticas con el trasfondo de la imponente arquitectura del recinto ceremonial.

Muchas ceremonias se efectuaban durante la noche, a la luz relumbrante de antor- chas y grandes fuegos, o a la hora del amanecer, antes de la salida del Sol. La riqueza de los atavíos de los participantes, con el abundante uso de oro, plumas y tejidos lujosos, aunada a la fuerza dramática de los ritos que alcanzaban su punto culminante en los sacrificios humanos, de- be de haber tenido un efecto irresistible sobre el espectador. El mito y el pensamiento mágico se hacían presentes en un ambiente teatral envolvente y abrumador.

El culto del Estado mexica implicaba la participación activa de la población, y, asimismo, reflejaba la estratificación social existente. Fue la más importante expresión ideológica de la vida política en una sociedad antigua caracterizada por la fusión institucional de sus funciones socioeconómicas, políticas y religiosas. Los organizadores de estas representaciones dramáticas eran los sacerdotes, aunque los gobernantes también se adjudicaban un papel activo en ellas. A lo largo del año, un numeroso grupo de sacer- dotes con funciones especializadas se encargaba de la preparación y organización de las ceremonias.

Se celebraban fiestas del culto guerrero, en las que intervenían el gobernante y los guerreros nobles. La jerarquía de rangos sociales, como consecuencia de los logros militares, se reflejaba en el derecho de celebrar ciertas ceremonias. Entre ellas destacaba el ofrecer cautivos de guerra como víctimas para ser inmoladas en las fiestas. En este culto guerrero, que tenía un significado ideológico y político, se veneraba a los dioses mexicas Huitzilopochtli, Xipe, Toci, Mixcóatl, etc. En algunas de estas fiestas se afirmaba la misión histórica del pueblo mexica como señores de México (panquetzaliztli), o se evocaba ritualmente su pasado de chichimecas cazadores y guerreros (quecholli). Estos ritos se relacionaban también con los cultos del Sol y de Venus.

Por otra parte, las fiestas de la gente común se efectuaban alrededor de los procesos de producción: el culto a la fertilidad (las fiestas de los dioses de la lluvia y del maíz) se relacionaba con la producción agrícola, y el culto a los dioses patrones de los oficios con la producción artesanal y con ciertas ocupaciones. Estos ritos carecían de la ostentación política de las fiestas del culto solar, que era la prerrogativa de los guerreros nobles. Si el culto guerrero se celebraba sobre todo en el Templo Mayor de Tenochtitlan, los ritos agrícolas tenían también una proyección en el paisaje. Durante el siglo XV, los mexicas crearon un “paisaje ritual” que abarcaba numerosos adoratorios o “lugares sagrados” en el paisaje de la cuenca. La interacción con la naturaleza y el papel de las montañas sagradas y los lagos fueron de primordial importancia.

 

Johanna Broda. Doctora en etnología. Investigadora titular del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, y maestra de posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras y en la ENAH.

 

Broda, Johanna, “Ciclos de fiestas y calendario solar mexica”,  Arqueología Mexicana núm. 41, pp. 48-55.

 

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