Cientificismo y positivismo en la fotografía antropológica

Juan Salvador Rivera Sánchez, Marcela Salas Cuesta

 

Se presentan imágenes de niños de aproximadamente entre 8 y 10 años de edad, del Hospicio de Pobres de la ciudad de México, en su mayoría hombres, en tomas de frente y de perfil. El material fotográfico de proceso positivo presenta un tono marrón, que remite a esas fotos viejas sobre las cuales han pasado muchos años, imágenes de fondo liso e iluminación pareja. Fotografías, pues, únicas a resguardo de la Fototeca de la Dirección de Antropología Física.

 

Consolidado el porfiriato, el nacionalismo y el cientificismo dominaron el ambiente nacional. Así, en 1893 el periódico La Patria propone que los restos de los héroes de la Independencia sean conducidos en procesión cívica desde la Catedral Metropolitana, donde permanecían olvidados, hasta la Rotonda de los Hombres Ilustres en el panteón civil. Al mismo tiempo que los hechos eran anunciados en el periódico, los historiadores Luis González Obregón y Aurelio J. Venegas se daban a la tarea de tomar medidas a los cráneos de los insurgentes para su identificación (García Quintana, 1977, p. 13).

La inclinación por la corriente positivista durante este periodo se caracterizó por narrar lo verdadero y elaborar una historia objetiva e imparcial. En tanto, las investigaciones antropológicas se plegaban a las exigencias de la política nacionalista, de modo que uno de los temas hacia los que se orientaron los estudios fue el del origen de la población mexicana. Distintos fueron los investigadores y postulados teóricos que nutrieron el periodo, tal es el caso del arqueólogo, fotógrafo y explorador francés Désiré Charnay, quien localizó en sus excavaciones en Teotihuacan, en 1884, figurillas que a su juicio representaban a negros, chinos, caucásicos, japoneses, mayas y griegos, entrando por ello en controversia con el arqueólogo del Museo Nacional, Leopoldo Batres, pues éste afirmaba que sólo se trataba de toltecas y aztecas.

Por su parte, el antropólogo físico de origen checo Aleš Hrdlička formulaba la tesis de la homogeneidad somática de los aborígenes del Nuevo Mundo, sosteniendo que el amerindio era de origen asiático. En 1884 los ingenieros y fundadores de la paleontología mexicana, Mariano Bárcenas y Antonio del Castillo, realizaron estudios sobre el llamado “Hombre del Peñón”, favoreciendo con ello las discusiones de corte biológico- evolucionista (Urías, 2000).

En el Museo Nacional, el médico e historiador Antonio Peñafiel se abocó a ordenar las colecciones arqueológicas existentes, además de visitar las ruinas de Xochicalco, Morelos, y Tula, Hidalgo, consideradas en ese momento las más importantes por la arqueología nacional. Para ello hizo fotografías, croquis y dibujos, observando que esos elementos y las medidas exactas son los medios suficientes para elaborar un buen estudio, pues complementan la mirada, la práctica y la comparación.

Las investigaciones de la época se empeñaron en la búsqueda de restos óseos para encontrar signos que proporcionaran características étnicas o anomalías entre los diferentes grupos humanos, con el fin de establecer una clasificación que ayudara a ubicarlos en la escala evolutiva.

Cabe señalar que era muy común
que a partir de unos cuantos materiales óseos se plantearan generalizaciones aventuradas,
pero aun en ese ambiente nacionalista surgirá una nueva orientación en la arqueología,
que se propone descartar las hipótesis generales y la discusión de teorías sin ninguna
base. Asimismo, el gobierno aportó fondos para excavaciones
y reconstrucción de monumentos prehispánicos, y se realizaron trabajos arqueológicos oficiales en Monte Albán, Oaxaca; Xochicalco, Morelos, y especialmente en Teotihuacan, estado de México.

Por otro lado, como apunta Arturo Warman (1970), en términos pretendidamente científicos se justificó ideológicamente la explotación de los indios durante el porfiriato. Las investigaciones etnológicas, apoyadas en las teorías y métodos europeos y estadounidenses, consideraban al indígena un ser diferente que permanecería al margen del progreso, explicando sus diferencias como restos del pasado prehispánico.

 

Impulso a la antropología física

Los estudios de antropología física tuvieron un mayor impulso a partir de 1887, año en que en el Museo Nacional se crea la sección de esa especialidad bajo la responsabilidad del doctor Jesús Sánchez. En un principio la sección contaba con un número reducido de cráneos prehispánicos, además de una colección de vaciados de yeso que representaban deformaciones craneanas y patologías. En 1895, sin embargo, la celebración del Congreso Internacional de Americanistas dio lugar a que Joaquín Baranda, secretario de Justicia e Instrucción Pública, ordenara la creación del Departamento de Antropología Física, al que pasaron a laborar Alfonso L. Herrera y el doctor Ricardo Cicero. A la celebración del Congreso se sumó una exposición de las piezas existentes en el Museo, procedentes de las excavaciones de la plaza de Tlatelolco, y de dos colecciones prestadas de objetos arqueológicos. Al finalizar el encuentro de americanistas se regresó lo prestado, y con los demás materiales quedó conformado el fondo del Departamento, mismo que adquirió mayor importancia a partir de 1900, cuando el doctor Nicolás León fue nombrado ayudante naturalista en el Museo, encomendándosele como labor principal acrecentar la colección antropológica. En colaboración con sus alumnos se dedicó a la colección y clasificación de restos óseos, como aquí se señala: “Acompañado de mis alumnos y durante los años de 1904 a 1907, efectué entre diversas tribus de indios de nuestra República, en las cuales se hicieron investigaciones antropométricas, étnicas, lingüísticas e históricas, recogiéndose, a la vez, productos de su industria y haciendo numerosas fotografías” (1922, p. 6).

En busca supuestamente de la integración de los individuos a la sociedad, el trabajo del antropólogo no se limitaba a atender asuntos históricos o arqueológicos, intentaba insertar en el mundo moderno a núcleos humanos que eran considerados en claro retraso, pues se sostenía la idea de que muchas de sus actitudes procedían de su condición biológica, razón por la cual adquirieron importancia los trabajos somatológicos, en los que las medidas y sus diferencias lo eran todo. En palabras de Beatriz Urías: “El nuevo enfoque biológico-evolucionista que dominó los estudios sobre las razas abrió la posibilidad de comprender el atraso de grupos indígenas desde una nueva perspectiva que aspiraba a tener un estatus científico... La aplicación de este enfoque conllevó la realización de análisis antropométricos de las etnias existentes” (2000, p. 168), una tendencia que ocurría también en Europa.

 

• Juan Salvador Rivera Sánchez. Pasante en antropología física por la ENAH. Fotógrafo especializado de la Dirección de Antropología Física del INAH.

• Marcela Salas Cuesta. Historiadora por la UNAM. Investigadora de la Dirección de Antropología Física del INAH, en la que coordina diversos proyectos.

 

Rivera Sánchez, Juan Salvador, Marcela Salas Cuesta, “Cientificismo y positivismo en la fotografía antropológica”, Arqueología Mexicana núm. 149, pp. 76-83.

 

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