Crónicas de la Buena Muerte a la Santa Muerte en México

Elsa Malvido

Historia de la iconografía de la muerte católica, desde el medioevo hasta la reutilización de su imagen como Santa Muerte entre los creyentes de este rito popular en México. Se demuestra que cada vez que la muerte real se apodera de las calles y casas, la imagen de la muerte sale de su escondite y exige su culto.

 

Introducción

Recuperar las crónicas sobre “la vida” de la Buena Muerte y su trasformación en la Santa Muerte tiene la intención de entender la manera en que el hombre crea, reinventa y deshecha algunos símbolos, dependiendo del momento histórico. Aunque la Santa Muerte parezca una novedosa veneración popular, mexicana y no católica, sabemos que desde finales del siglo pasado se comparte su culto con otros países latinoamericanos de tradición cristiana. Si bien presenta algunas variantes y diferentes nombres, su origen occidental es innegable.

Para seguirle los pasos tenemos que ir hasta el medioevo, cuando la Iglesia católica predicó la Buena Muerte, bajo la cual los creyentes conformaron cofradías y congregaciones para evitar tener una Mala Muerte. Por estos motivos y otros de tipo histórico-epidemiológico, como la peste, “la vida de la muerte” tuvo una larga gesta católica que se remonta en Europa hasta el siglo XIII y se insertó en el Nuevo Mundo después de la conquista en sus distintas versiones en todos los virreinatos.

Su construcción iconográfica fue manejada en cinco versiones: el cráneo con los fémures cruzados, el cráneo simple, el cuerpo humano casi etéreo, el semidescarnado y el esqueleto seco. En cualquier caso, mostraremos cómo la escolástica basó su credo en la representación de la hora suprema en concreto, o el fin del cuerpo, y la muerte en abstracto, o la inmortalidad del alma.

Ahora bien, si fallecer resulta un acto intrínseco al ser humano según las creencias católicas, la imagen de la muerte no puede ni debe ser “santificada” y su “veneración” constituye una idolatría, por lo que ha sido perseguida desde la época colonial hasta nuestros días.

Sin embargo, entre los siglos XVII y XVIII, en algunos lugares de Nueva España y Guatemala nuestra “esquelética muerte” ya había sido bautizada y uncida, por algunos grupos, como San Pascual Rey, Justo Juez o Presagiadora; en tanto que hoy se le llama San la Muerte, la Santa Muerte, la Santísima, San Bernardo, San Pascualito Bailón, la Blanca, Niña o Hermana Blanca. En todos los casos ha sido acosada y casi siempre derrotada por los representantes del poder de la derecha mexicana y ha triunfado la Santa Cruz sobre la Muerte.

 

La Buena Muerte

Ahora bien, la Iglesia católica instigó a todos sus devotos desde el medioevo a estar preparados cada día en espera de la ineludible muerte, habiendo cumplido con todo un ritual: tener una vida de sacrificios, respetar los diez mandamientos, hacer testamento o profesión de fe contando con buena salud, confesarse, comulgar y recibir los santos óleos en las vísperas finales para obtener el perdón de sus pecados. Asimismo, el cuerpo en descomposición debía ser enterrado según el ritual judaico, ansiando la resurrección y la vida eterna, promesas básicas que dicho credo ejemplificó con la crucifixión de Cristo y la muerte de algunos santos. Por su parte, el alma, acompañada por San Miguel –el pesador de las obras–, aguardará el juicio final en el cielo, en el purgatorio o en el infierno.

El temor por la vida eterna en el averno representó una de las preocupaciones más grandes de los católicos. El mundo creyente vivió angustiado por tener una Buena Muerte y se organizó en cofradías, las cuales garantizaron a sus miembros el cumplimiento de todos esos servicios antes y después de expirar, recibir el hábito escogido para que el santo en devoción lo sacara del purgatorio, y cumplir con la obligación de orar hasta el fin de sus días para salvar el alma de sus iguales, así como darle a su cuerpo un sitio cercano al altar. En el fondo, todas las cofradías tuvieron como objetivo proporcionar a sus miembros un seguro de Buena Muerte. La efigie utilizada por la Cofradía de la Buena Muerte fue el Calvario con la Virgen, María Magdalena y Señor San José, y este último fue conocido como su protector.

Cuando los fieles ricos no tuvieron descendientes o herederos, su alma se convirtió en la única beneficiaria y sus bienes se dedicaron a misas, rosarios, oraciones, obras pías, etc., para su rescate. Se cuenta como excepcional el caso del poblano Andrés de Carvajal, quien dejó pagadas 600 000 misas.

Estas disposiciones fueron para aquellos que tuvieron algo que testar, ya que la mayoría no gozó de ellas “por ser tan pobres”, a decir de las actas de defunción; sus almas esperaron la compasión de sus familiares y de los demás cuando se rezó por el ánima sola. Aunque la muerte fue democrática, la Iglesia no, así que los pobres fueron enterrados en los atrios o fueron a la fosa común, ayudados por alguna cofradía penitencial.

Entonces, la Mala Muerte, como contraparte de la Buena Muerte, significó no tener al alcance dichos sacramentos, morir súbitamente o por accidente, ser enterrado fuera de sagrado y no haber dejado en orden sus últimos deseos, lo que garantizó al creyente terminar eternamente ardiendo en las llamas del infierno, para su gran horror.

 

Iconografía católica de la muerte

En ese contexto medieval, los pensadores católicos se dieron a la tarea de inventar y reinventar símbolos que terminaron siglos después en manuales de emblemas como los de Piccinelli o Alciato, en los que se describió iconológica e iconográficamente su contenido secreto, se usó de muchos paradigmas y signos antiguos provenientes de las culturas paganas y se les dio un profundo sentido cristiano oculto, que pudo ser leído sólo por los letrados, mientras que el mensaje superficial sirvió para educar a los ignorantes analfabetos en los sagrados misterios.

Fue en este momento que el contenido de nuestra historiada Muerte asumió en su creación ideológica y simbólica, entre otras, la representación de la mortalidad de la humanidad creyente, sin importar el modelo utilizado: pintado, esculpido, escrito, teatralizado o musicalizado, el mensaje fue siempre el mismo.

 

Elsa Malvido. Investigadora de historia en la Dirección de Estudios Históricos del INAH desde hace 36 años. Tiene publicaciones sobre demografía histórica, epidemias y rituales mortuorios en Estados Unidos, Costa Rica, Perú, Venezuela, Chile, Argentina y Europa.

 

Malvido, Elsa, “Crónicas de la Buena Muerte a la Santa Muerte en México”, Arqueología Mexicana núm. 76, pp. 20-27.

 

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