El árbol del chicle

Eugenia  Pallares

El problema real es que el maya que ingresa al trabajo del chicle se convierte en un desarraigado. Cesa de ser un miembro de su comunidad y con frecuencia carece de un verdadero hogar. Debido a los largos periodos de ausencia en la selva, no puede cultivar una milpa, y maya sin milpa es como pez sin agua. En la aldea maya de San José [...] prácticamente todo el frijol y el maíz se llevaba del exterior, porque eran muchos los hombres que se hallaban lejos sangrando los árboles para obtener chicle y no podían cultivar sus milpas. Una situación así era como para que se removieran inquietos en su tumba los huesos de cualquier maya antiguo de pensamiento recto, y a ello tal vez obedezca el revuelto estado de las osamentas de algunos entierros que excavé en las ruinas cercanas.


J. Eric S. Thompson

 

Dentro de la gran variedad de especies silvestres mexicanas utilizadas como materia prima, se encuentra el chicozapote o xicotzápotl, conocido también como "el árbol del chicle" (Manilkara zapote).
Es un árbol siempre verde que llega a alcanzar una altura de 40 m. Originario de las selvas tropicales de la Península de Yucatán, Guatemala y Belice, en México se distribuye en forma natural también en Veracruz, Chiapas y Quintana Roo, donde el chicozapote representa más de 30% del arbolado selvático.

El chicozapote se utilizó desde épocas prehispánicas; su fruta fue muy alabada por colonizadores y cronistas -como Clavijero- a causa de su excelente sabor, muy superior a cuantas frutas se conocían en Europa. Su madera, de excelente calidad y atractivo color, es utilizada para la elaboración de pegamentos, barnices y aislantes.

Florece durante la mayor parte del año y a las semillas de su fruta se le atribuyen propiedades medicinales.

Sin embargo, el chicozapote ha destacado desde tiempos prehispánicos por la resina extraída de su corteza. Este látex, cuyo nombre es tzictli o chicle, es la materia prima con laque se elabora la goma de mascar que se popularizó en todo el mundo.

Los chicleros tienen un conocimiento ancestral de la naturaleza. Cosechan el chicle localizando los árboles en el interior de las selvas y durante la temporada de lluvias, de julio a febrero, llevan a cabo la extracción del látex. Esta actividad requiere de gran habilidad y conocimiento. Para seleccionar los árboles, el chiclero sopesa diversos factores, entre ellos el tiempo que ha pasado desde la última vez que se les extrajo el látex; generalmente, los árboles de chicozapote producen entre 1.5 y dos kilogramos de resina, y requieren de un periodo de descanso de cinco a siete años entre cortes.

La selva tropical contiene además ceibas, cedros y otras maderas finas; los troncos de los árboles y las ramas hacen muy difícil ver más allá de ocho a diez metros en cualquier dirección. El procedimiento para la extracción del chicle es básicamente el mismo que el que utilizaban los antiguos mesoamericanos.

La labor de los chicleros es difícil, monótona y consume gran cantidad de tiempo. Esperan las lluvias afilando sus machetes, limpiando las bolsas de lona para colectar el látex y revisando sus cuerdas.

Primero, despejan las ramas de la base del árbol, hacen un corte en la parte baja del tronco y marcan una "V" en la corteza, con el ángulo apuntado hacia la base del árbol. Inmediatamente brota la resina lechosa, que se encuentra entre la corteza y el tronco.

En la base se cuelga con una estaca la bolsa de lona, sosteniendo el borde -llamado "lengua"- bajo un primer corte en la corteza.

Los chicleros están entonces listos para llevar a cabo la corta. Atan la cuerda alrededor del tronco, se atan así mismo en una vuelta de cuerda y empiezan a trepar haciendo cortes en zigzag con su afilado machete. Suben lo más alto que pueden para sacar todo el potencial de un árbol que no podrá volver a cosecharse en varios años.

Seccionan, en promedio, tres árboles al día y nunca saben cuánta resina obtendrán; un árbol delgado puede dar más de un kilo, mientras que árboles mucho más grandes pueden producir menos.

Los chicleros prefieren que llueva durante la noche y trabajar durante los días templados, ya que el agua se lleva el chicle.

Por otra parte, cuando hay mucho sol o viento el chicle se seca en el árbol.

Las bolsas se recolectan por la tarde y cuando un árbol es especialmente bueno, las dejan durante toda la noche.

La resina se hierve en una gran olla llamada ''paila" con el fin de quitarle humedad y debe moverse constantemente hasta que adquiera una consistencia chiclosa. Posteriormente, se coloca en unos moldes de madera llamados "marquetas" y el chicle está listo para comercializarse.

Durante su labor, los chicleros recorren los lugares más intrincados de la selva en busca de árboles nuevos. Es por esto que los arqueólogos les deben el descubrimiento de muchos sitios.

La cantidad de zapotes que crecen cerca de los sitios arqueológicos sugieren que las antiguas civilizaciones plantaban estos árboles junto a las ciudades, ya que eran usados para las construcciones, especialmente en los dinteles de las puertas; su madera es tan dura que todavía sobreviven algunos ejemplos prehispánicos.

Alrededor de este recurso se desarrolló la importante industria de las comunidades chicleras, la cual tuvo una gran bonanza hacia principios de este siglo.

El auge del chicle en todo el mundo se debe a un acontecimiento fortuito. Durante el tiempo en que el dictador Antonio López de Santa Anna estuvo desterrado en Estados Unidos, Thomas Adams observó que aquél arrancaba pequeños trocitos de pan de chicle para mascarlos. Adams se dio cuenta que esta goma podría significar un excelente negocio e importó 2,300 kilos de materia prima que convirtió en bolitas. La producción del chicle en el sureste de México comenzó entonces; la comercialización se hacía a través de compañías extranjeras asentadas en Belice.

 

Pallares, Eugenia, “El árbol del chicle”, Arqueología Mexicana 14, pp. 54-57.

 

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