El Castillo en Chichén Itzá. Un monumento al tiempo

Ismael Arturo Montero García, Jesús Galindo Trejo, David Wood Cano

Hacia fines del primer milenio después de Cristo, Chichén Itzá habría alcanzado su máximo esplendor. Para cuando su principal templo, el Castillo, se erigió, la ciudad mostraba claramente la influencia arquitectónica del Centro de México. La gran pirámide del Castillo es la estructura de mayor volumen del sitio, de planta básicamente cuadrangular, de casi 55.5 m de lado, y una altura de 30 m. Su templo superior posee vanos hacia los cuatro puntos cardinales; la entrada principal debió haber sido la norte, donde aún es posible reconocer dos columnas en forma de serpientes emplumadas. En el interior del Castillo hay una subestructura de una sola escalinata orientada hacia el norte, donde se localizaron ricas ofrendas, entre las cuales sobresalen un altar en forma de jaguar de color rojo y varios discos con mosaicos de turquesa. Un aspecto llamativo respecto a la posición del Castillo es que se construyó en la intersección de las líneas que unen a cuatro cenotes.

Una práctica mesoamericana ampliamente difundida era elegir los números calendáricos y direccionales para establecer el número de objetos en ciertas ofrendas, el número de escalones de edificios, el número de cuerpos en las pirámides, además de otros elementos arquitectónicos como paneles, almenas, etc. De igual manera, se utilizaron múltiplos de dichos números calendáricos y direccionales para señalar el ritmo de lectura en códices. Por ejemplo, en el Códice Borgia la lectura del tonalpohualli ahí contenido se hace a ritmo de 7 veces 7, indicado por el dibujo de una huella humana cada 7 días, y se alterna con 9 veces 9, con una huella cada 9 días. Obviamente, el número total de cuentas de días se arma como 49, 81, 49, 81, es decir, en total 260 días. Recordemos que 9 son los estratos del inframundo y 7 la suma de las cuatro direcciones cardinales, el centro, el cielo y el inframundo.

Por otra parte, la hierofanía solar, que se observa en la alfarda poniente de la escalinata norte durante el ocaso en los días en torno al equinoccio, consiste en una sucesión de 7 triángulos de luz que configuran el cuerpo de una serpiente luminosa, cuya cabeza pétrea se encuentra en el arranque de la alfarda. Aquí también los 7 triángulos sugieren el número de direcciones reconocidas en la cosmovisión mesoamericana: las cuatro cardinales, el centro, el cielo y el inframundo. Cabe notar que este juego de luz y sombra también se da en la alfarda oriente de la escalinata sur de la pirámide, durante la mañana en los mismos días referidos, aunque hoy no se encuentra ahí ninguna cabeza de serpiente. Recuérdese que la serpiente emplumada, Kukulcán, o Quetzalcóatl de acuerdo con la mitología del Centro de México, habría sido el dios civilizador que obsequió el calendario al hombre.

Apostados en diferentes ángulos del Castillo, los observadores de aquel entonces realizaban la lectura del movimiento aparente del Sol desplegando una astronomía posicional que se completaba con ingeniosos juegos de luz y sombra. Desde la pirámide como observatorio, se marcaba el “eterno retorno” del Sol que remitía a la sociedad a instancias temporales que iban más allá de la existencia humana en la construcción de un tiempo de extensa duración. El “eterno retorno” tenía como punto prominente la posición del Sol sobre el horizonte para el día de su paso cenital; a este suceso se sumaban los solsticios y los equinoccios, además de otras fechas señaladas por el calendario ritual. Este conocimiento era indispensable para sincronizar los ciclos agrícolas con las temporadas de lluvia y sequía. Así que estos marcadores de horizonte funcionaban como instrumentos para la sincronización del tiempo, y aunque no proporcionaron un registro histórico, si lograban con certeza registrar fechas específicas.

La geometría en Chichén Itzá

Revisemos ahora la propuesta del hexadecágono, geometría que no era ajena en la cultura de Chichén Itzá pues este polígono resulta de un círculo dividido en 16 sectores, al menos así lo apreciamos en un disco o escudo solar que formaba parte de la ofrenda depositada en la subestructura del Castillo. El disco estaba en el interior de una cista cilíndrica que ocupaba la parte baja de la escalera central. Este escudo es una pieza de madera con motivos de cuatro serpientes; el trabajo de turquesa nos remite a lo precioso, al año y al Sol; en el centro posiblemente albergaba un espejo de pirita que se utilizaba durante el ritual del fuego solar; la composición de las líneas nos conduce metafóricamente a los rumbos de las escalinatas que se irradian de un centro a una periferia, destacando cuatro motivos con cabezas de serpiente. No parece haber mejor analogía para el hexadecágono, que una de las reliquias encontradas dentro del edificio expresara su geometría de manera tan sugestiva. Por otro lado, está ampliamente documentado que en varios lugares del área maya se le dio también una importancia ritual al número 16. Como ejemplo tenemos los restos de 16 jaguares sacrificados que los arqueólogos encontraron en un depósito adjunto a la tumba del gobernante Yax Pak de Copán, en Honduras, soberano que contribuyó al esplendor de esa gran ciudad. Ahí se ubica también el famoso Altar Q, monolito que lleva esculpidas en sus lados 16 figuras humanas de altos dignatarios, representantes de una importante dinastía. Dichos personajes se aprecian distribuidos cuatro por cada uno de sus lados, en total 16, con sus respectivos glifos nominales.

Aquí proponemos que posiblemente esa división en 16 sectores se refiera a una cuenta calendárica de 16 periodos del ciclo maya de 819 días, que fue descubierto por los epigrafistas en estelas del periodo Clásico de algunas ciudades importantes como Palenque.

Probablemente este conocimiento se conservaba en la época de construcción del Castillo en Chichén Itzá, y se expresó en los elementos arquitectónicos del mismo siguiendo esta fórmula: 9 cuerpos por 4 rumbos igual a 36, y 91 escalones por 4 fachadas dando un total de 364 días, de donde 36 x 364 = 13 104 días, los que representan 16 ciclos de 819 días. De esta manera se puede concluir que el Castillo de Chichén Itzá es una estructura arquitectónica ejemplar que manifiesta el conocimiento de la medición del tiempo, no sólo por expresar la cuenta anual de la Tierra alrededor del Sol, sino también la más fina y elegante representación del número sagrado de los mayas (819). Éste fue descubierto en 1943 por el epigrafista inglés J.E.S. Thompson.

 

Ismael Arturo Montero García. Arqueólogo, maestro en historia de México, doctor en antropología por la ENAH y posdoctorado en antropología ecológica en la Universidad Iberoamericana. Director del Centro de Estudios de Posgrado de la Universidad del Tepeyac.

Jesús Galindo Trejo. Licenciado en física y matemáticas por el IPN. Doctor en astrofísica por la Universidad del Ruhr Bochum, Alemania. Labora en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Su investigación se centra en la arqueoastronomía del México prehispánico. Es miembro del SNI.

David Wood Cano. Licenciatura en la UAM del área de ciencias sociales y humanidades. Integrante del Seminario de Arqueoastronomía ENAH-UNAM. Ha realizado investigaciones calendáricas y sobre arqueoastronomía.

Montero García, Ismael Arturo, Jesús Galindo Trejo, y David Wood Cano, “El Castillo en Chichén Itzá. Un monumento al tiempo”, Arqueología Mexicana núm. 127, pp. 80-85.

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