El desagüe del Valle de México, siglos XVI-XXI. Una Historia Paradójica

Ernesto Aréchiga Córdoba

Se ofrece aquí un recuento de los esfuerzos humanos por desaguar y desecar el sistema lacustre del Valle de México, desde la época colonial hasta nuestros días. El desagüe rompe con los usos sociales del agua heredados de los indígenas y exige monumentales obras hidráulicas. Sin embargo, los lagos resisten, obligándonos a pensar otras formas de futuro para la ciudad y el Valle de México.

 

Para el valle de Anáhuac, tierra “al borde del agua”, resulta una paradoja la secular historia del desagüe de sus planicies y la desecación de sus cuerpos lacustres. Las culturas prehispánicas bautizaron así a esta región por la presencia de los lagos que estructuraban su espacio. En contraste, nos empeñamos en llamarle valle a una cuenca cerrada carente de desagües naturales. La denominación ilustra la voluntad de abrir la cuenca y darle una salida artificial a sus aguas, es decir, de ir en contra de su sistema lacustre. La paradoja se hace más compleja todavía si pensamos que junto a las grandes obras ele desagüe y desecación se desarrollan otras no menos importantes para traer agua potable desde fuentes cada vez más lejanas o para extraerla del subsuelo del propio valle a un altísimo costo económico y ecológico.

 

Diferentes usos del agua

La historia del desagüe del Valle de México puede explicarse en el marco de su larga duración y como parte de la vasta pero fértil confrontación entre dos culturas ocurrida desde el momento de la conquista. En efecto, los cuerpos de agua no fueron comprendidos ni utilizados de la misma manera por parte de indígenas y españoles. A riesgo de simplificar demasiado, se reconoce que los indios lograron un efectivo control de los niveles del agua de los lagos, mediante la construcción de diques-calzadas, compuertas y viaductos. El complejo sistema de obras hidráulicas les permitió convivir en forma más o menos pacífica con el lago, así como aprovechar sus múltiples recursos, mediante las chinampas, la pesca, la caza y la recolección ele plantas. Asimismo, el agua era la vía ele comunicación y transporte más eficiente en tiempo y costo.

Los españoles, en cambio, introdujeron técnicas de agricultura y ganadería que, en comparación con las indígenas, depredaban con mayor intensidad el suelo y los cuerpos de agua. Los españoles, y sus descendientes criollos y mestizos, concebían los lagos como un peligro. Un “agua muerta”, carente de movimiento, como la del lago de Texcoco, era perniciosa para la salud. Aun así, erigieron la capital novohispana sobre las ruinas de Tenochtitlan, en medio del lago, con lo cual comenzó el ciclo de las inundaciones recurrentes y de los esfuerzos continuados para el desagüe.

 

Entre la regulación y la desecación

No obstante, la lucha contra las inundaciones en el contexto colonial no sólo se libró bajo el argumento de desecar el valle. No pocas veces se regularon los flujos de las lagunas con base en las obras prehispánicas, mediante el refuerzo de diques y usando el agua excedente en canales de navegación e irrigación. Asimismo, hubo muchas propuestas en el sentido de combinar la canalización y la contención con el desagüe directo del valle, para lograr un equilibrio que no amenazara a la ciudad de México. Sin embargo, la idea predominante fue la del desagüe como sinónimo de desecación de los lagos.

El más importante de los proyectos de la época colonial fue el de Enrico Martínez, quien entre 1607 y 1608 dirigió las obras para abrir un socavón en Nochistongo, el primer desagüe artificial del valle mediante el cual se desviaban las aguas del río Cuautitlán hacia el cauce del río Tula. La obra de ingeniería, calificada como una de las más importantes del mundo preindustrial, resultó afectada por múltiples factores, desde los defectos de construcción hasta las rencillas políticas y las decisiones improvisadas. En la década de 1620, el socavón fue clausurado por órdenes del virrey, para averiguar cuáles eran los volúmenes de agua que desde e l norte se vertían sobre la ciudad. En esas circunstancias, la capital novohispana estuvo a punto de desaparecer bajo la inundación que comenzó en 1629. En la siguiente década se decidió dejar a la ciudad en su sitio y reanudar el desagüe en Nochistongo, para convertir la galería en un tajo a cielo abierto. La construcción continuó hasta la segunda mitad del siguiente siglo.

 

Ernesto Aréchiga Córdoba. Maestro en historia y estudiante de doctorado en historia en El Colegio de México. Se ha especializado en lemas de historia urbana e historia social de la salud en México

 

Aréchiga Córdoba, Ernesto, “El desagüe del Valle de México, siglos XVI-XXI. Una Historia Paradójica”, Arqueología Mexicana núm. 68, pp. 60-65.

 

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