El diminuto Quetzalcóatl de jadeitita del Templo Mayor

Leonardo López Luján, Ricardo Sánchez Hernández, Ángel González López

Hacia el año 1502 d.C., los mexicas inhumaron una suntuosa ofrenda al pie de la pirámide principal de Tenochtitlan para consagrar el lugar que ocuparía el nuevo monolito de la diosa Tlaltecuhtli. Entre los miles de dones que depositaron bajo el piso de la plaza se encontraba un bellísimo pendiente, tallado en el llamado “jade imperial”.

 

La exploración de la ofrenda 126

Seis meses de labores ininterrumpidas y la remoción de 38 m cúbicos de rellenos constructivos fueron necesarios para alcanzar el lugar donde se encontraba sepultada la ofrenda dedicatoria del monolito de Tlaltecuhtli. Este esfuerzo se coronó en mayo de 2008 con el hallazgo de las cuatro pesadas losas de andesita que por más de cinco siglos habían cubierto este depósito ritual. Al levantarlas quedó visible una caja de 1.95 x 0.90 x 1.00 m, cuyas paredes estucadas encerraban nada menos que 12 992 objetos arqueológicos, entre artefactos y ecodatos. Era, sin discusión, la ofrenda más rica jamás descubierta en la historia de la arqueología mexica.

En poco más de dos años, los integrantes del Proyecto Templo Mayor del INAH lograron documentar el conjunto y definir cuatro niveles verticales de colocación de objetos. Tras el análisis arqueológico, parece claro que los sacerdotes mexicas distribuyeron los dones de manera pautada para crear un cosmograma, es decir, un modelo a escala del universo según sus concepciones religiosas. En el fondo de la caja depositaron miles de huesos descarnados, casi todos pertenecientes a cuadrúpedos carnívoros (lobos, pumas, jaguares, linces), pero también a aves rapaces y serpientes. A continuación, cubrieron por completo ese primer nivel “esquelético” con una enorme cantidad de animales oceánicos, entre ellos conchas, caracoles y quitones; corales red, cerebro y asta de venado; erizos, estrellas, galletas y bizcochos de mar; tiburones y rémoras; peces globo y aguja; etcétera. Enseguida conformaron un tercer nivel con cuchillos de pedernal ensartados en bases de copal que emulan cerros, así como miniaturas de madera en forma de cetros, jarras y máscaras del dios de la lluvia, dardos y lanzadardos, máscaras de hombres muertos y pendientes anulares. Por último, en el cuarto y más superficial de los niveles, los sacerdotes colocaron esferas y barras de copal, una olla y un cajete de cerámica pintados de azul, un cartílago rostral de pez sierra –símbolo por excelencia de la superficie terrestre– y siete imágenes de basalto del dios del fuego que marcan los cuatro extremos cardinales y los tres puntos centrales del fogón.

 

Un pendiente de jadeitita

En este excepcional conjunto de dones sobresale una pieza diminuta de piedra verde que mide apenas 3.82 x 2.01 x 1.19 cm y pesa 14.2 g. Dos perforaciones bicónicas, una de ellas longitudinal y la otra transversal, nos señalan que originalmente cumplió la función de pendiente. Apareció en el cuadrante noreste de la caja de ofrenda, justo entre el nivel de huesos descarnados y el de animales oceánicos, bien cubierta por corales red.

De acuerdo con nuestro estudio petrográfico, la pieza posee un color verde oscuro muy saturado y una textura granoblástica característica de las rocas metamórficas, lo que significa que sus cristales forman un mosaico de granos de dimensiones semejantes. Con el fin de identificar la materia prima, se aplicó la técnica no destructiva conocida como espectroscopía Raman, y se hicieron mediciones en 21 puntos diferentes. En 20 se detectó jadeíta; en tres de éstos se halló también moscovita (una mica frecuentemente asociada a la jadeíta guatemalteca), y en un punto distinto se registró glaucofana (mineral del grupo del anfíbol que también es común en las rocas con jadeíta). Esto nos llevó a la conclusión de que el pendiente se elaboró con una jadeitita (roca compuesta en más de 90% por jadeíta) del valle del río Motagua, en Guatemala, única región mesoamericana donde se han encontrado yacimientos de esta índole. Agreguemos que la pieza tenía pigmento rojo en el ojo izquierdo y que, según el análisis no destructivo de espectroscopía por dispersión de energía (EDS por sus siglas en inglés), éste era de hematita, mineral de óxido férrico muy común en la superficie terrestre.

 

Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Universidad de París y director del Proyecto Templo Mayor, INAH.

Ricardo Sánchez Hernández. Ingeniero geólogo por el Instituto Politécnico Nacional y profesor-investigador de la Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico, INAH.

Ángel González López. Estudiante del posgrado en antropología de la Universidad de California en Riverside y miembro del Proyecto Templo Mayor, INAH.

 

López Luján, Leonardo, Ricardo Sánchez Hernández, y Ángel González López, “El diminuto Quetzalcóatl de jadeitita del Templo Mayor”, Arqueología Mexicana núm. 133, pp. 68-73.

 

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