El patrimonio arqueológico de México

Alejandro Martínez Muriel

Nuestro patrimonio arqueológico, formado por el conjunto de vestigios de distintos tipos legado por las sociedades que habitaron México en la época prehispánica, es la fuente fundamental -y en el caso de un largo periodo de nuestra historia, la única- para estudiar y comprender nuestro pasado. La arqueología se sirve del análisis de esos vestigios en la reconstrucción del pasado y para ello es imprescindible el registro cuidadoso de la información asociada (el contexto) que les da sentido. En ausencia de ese registro, poco podemos saber sobre la historia y significado cultural de los vestigios arqueológicos. He aquí la diferencia primordial entre excavaciones arqueológicas y clandestinas.

 

El objeto de la arqueología

Para el hombre, el estudio de su pasado es importante a fin de entender su propia esencia y la función que desempeña en el planeta, además de su relación con las otras especies en el esquema evolutivo. Para este propósito, la arqueología es básica, ya que le proporciona información desde sus orígenes hasta prácticamente el presente. La arqueología es, pues, la ciencia antropológica que estudia el desarrollo del hombre en el tiempo.

A diferencia de la historia, que estudia el pasado humano a través de documentos escritos, la arqueología lo hace a través de los restos materiales que deja el hombre, debido a que no existen documentos escritos para las épocas más antiguas. Consecuentemente, los arqueólogos trabajamos con los antiguos poblados y ciudades, las edificaciones, los artefactos, los "ecofactos" y otros elementos y vestigios de la actividad humana en el pasado.

Un artefacto es un objeto fabricado totalmente por el hombre o un material natural modificado para uso humano, como vasijas, herramientas, adornos personales, etcétera. Los ecofactos, en cambio, son materiales que no han sido modificados por el hombre, pero que nos ayudan a entender su pasado; entre ellos podemos incluir restos de plantas y animales, como semillas, granos de polen, huesos y conchas, entre otros. Hay algunos elementos más que los arqueólogos registramos pero cuya remoción los alteraría o destruiría, ya que por su naturaleza no son muebles, como huellas de postes o de hogares o restos de canales o de edificios.

El contexto arqueológico

En la arqueología, la investigación científica es muy
parecida a la de un detective que,
basándose en los restos e indicios
materiales dejados en el lugar de los
hechos, reconstruye lo que sucedió para
explicar el crimen. En el caso del arqueólogo, los restos y vestigios le sirven para reconstruir las formas de vida antiguas y el pasado. Por eso
es muy importante conocer el contexto en que se encuentran los artefactos y elementos arqueológicos, el cual incluye la matriz, la procedencia y su asociación.

La matriz es el medio físico en que se encuentra el material arqueológico y usualmente es alguna forma de suelo, ya sea tierra, arena, grava, etcétera. Su importancia radica en que nos proporciona información valiosa para explicar por qué un elemento o artefacto se encuentra en ella.

La procedencia nos proporciona el lugar exacto donde se localizó un objeto en un espacio de tres dimensiones, dos horizontales, que hacen referencia a la posición geográfica, y una vertical o de profundidad, que es la medición de la altura sobre el nivel del mar. Esas tres medidas nos ayudan a registrar el lugar de donde provienen los artefactos para, posteriormente, reconstruir su posición dentro de la matriz y conocer su asociación con otros elementos y artefactos; de esa manera, se obtiene el contexto que nos ayuda a interpretar el dato arqueológico.

La interpretación de un objeto, por ejemplo, una vasija, es distinta si se encuentra asociada a un fogón en una edificación doméstica o si se asocia a un esqueleto en una tumba. En el primer caso, seguramente se trata de un objeto utilitario que sirvió para preparar alimentos, y en el segundo, podría tratarse de una ofrenda o de un entierro de algún personaje importante. Si la vasija es extraída de su contexto por individuos cuyo fin no sea una investigación arqueológica, pierde todo su valor científico y ya sólo es un objeto "antiguo" o "de arte", que las más de las veces termina en el mercado negro de las piezas arqueológicas.

Debido a que la información arqueológica que se encuentra enterrada es la mejor conservada, la excavación es importante para el arqueólogo, pues por medio de ella puede registrar la ubicación exacta de los objetos de manera tridimensional. El aspecto fundamental de las excavaciones es que todas ellas significan una destrucción de los contextos, ya que, al excavar, se remueve la matriz, la procedencia y sus asociaciones. Es precisamente en la manera de llevar a cabo la excavación donde se distingue el trabajo de un arqueólogo de la actividad de un saqueador, pues el primero lleva un registro minucioso de lo que va encontrando durante el proceso de excavación, por medio de dibujos, fotografías, toma de muestras, medidas y descripciones, mientras que el segundo, que sólo busca encontrar los “tesoros enterrados” para su venta, no lleva ningún tipo de control, por lo que provoca la pérdida de toda la información científica asociada a los objetos.

Patrimonio cultural arqueológico

A la importancia científica que los objetos y monumentos arqueológicos revisten, se agrega el hecho de que forman parte del patrimonio cultural de una nación, es decir, son el conjunto de objetos que tienen un valor académico o estético y forman parte de la cultura y los valores de un pueblo. El patrimonio cultural lo constituyen los bienes tangibles o intangibles que definen a una sociedad y la hacen diferente de otras, esto es, definen una parte importante de su identidad; por ello, toda nación debe proteger y conservar esa parte de su patrimonio cultural.

Entre lo que podemos llamar patrimonio arqueológico de México, se encuentran todas las zonas y sitios arqueológicos, así como los objetos y materiales que fueron utilizados por los pobladores del México antiguo. El patrimonio puede incluir desde ciudades, como Teotihuacan, Chichén Itzá o Monte Albán, hasta los restos de un campamento de cazadores-recolectores, pasando por las manifestaciones del arte rupestre, como petroglifos, grabado y pinturas. En cuanto a los objetos, éstos pueden incluir esculturas, como la de Coatlicue, la Piedra del Sol, las estelas mayas, etcétera, además de pequeños artefactos, desde puntas de flecha hasta figurillas en barro y jade, vasijas, etcétera; también se incluyen algunos ecofactos, como semillas de maíz, frijol, aguacate, etcétera, y huesos de animales y conchas.

Arqueología, coleccionismo y saqueo

La arqueología como ciencia nació del trabajo de coleccionistas y anticuarios que se interesaron en explicar el significado y la antigüedad de los objetos; de esa manera se empezó a clasificar y sistematizar los materiales y la información a ellos asociada. Desafortunadamente, junto con esos científicos incipientes, también se desarrollaron los coleccionistas de objetos de arte antiguo con un valor comercial y, a la par, el saqueo de los sitios arqueológicos.

El saqueo del pasado no es nada nuevo; se sabe que ya desde la época de los faraones en Egipto había ladrones de tumbas que llevaban a cabo un comercio secreto de los objetos que encontraban. De igual manera, se tienen noticias de que ya desde la época de la conquista, en su afán por encontrar oro, algunos españoles saquearon tumbas en México, como fue el caso del capitán Andrés de Figueroa en Oaxaca, en 1530. En el siglo pasado, el famoso viajero John L. Stephens compró algunas minas para llevarse las esculturas ahí encontradas, como los dinteles de madera de Uxmal o el Tablero de Kabah, entre otras; para su mala fortuna, esas piezas se quemaron en el incendio del Panorama, en Nueva York, que debía ser el núcleo del Museo Nacional Americano. Es así como muchos viajeros, exploradores y científicos han sacado del país una gran cantidad de objetos arqueológicos con el fin de exponerlos en museos, comerciar con ellos o por simple coleccionismo.

Hoy en día, debido a que algunas personas cuentan con más recursos económicos para comprar arte, el robo y el saqueo de sitios arqueológicos avanzan con mayor rapidez que la investigación arqueológica.

En el fondo, el problema del saqueo y destrucción de sitios arqueológicos con el fin de obtener piezas de “arte” es un problema económico. Mientras exista el coleccionismo, privado o público, como en el caso de los museos, y haya un mercado negro, en el que los precios de las piezas pueden llegar a muchos miles de dólares, persistirá esa actividad.

A lo anterior debemos agregar que otra de las causas de destrucción del patrimonio arqueológico es, paradójicamente, la construcción de obras de infraestructura necesarias para el desarrollo del país, como carreteras, unidades habitacionales, presas, gasoductos, sistemas agrícolas de riego, etcétera; en esos casos, no obstante, es posible tomar medidas de salvamento arqueológico para registrar y estudiar los sitios que puedan ser afectados.

El saqueo en México en la actualidad

En nuestro país, donde abundan los sitios arqueológicos, es muy común que, al estar trabajando la tierra, los campesinos encuentren objetos arqueológicos de manera casual; pero ese tipo de hallazgos no se puede considerar como saqueo, si bien, dada la pobreza de la gente del campo, en muchas ocasiones tratan de comercializar las piezas arqueológicas que han encontrado y son encarcelados por ello.

El saqueador es un individuo que se dedica a excavar los sitios arqueológicos con el fin de encontrar y robar objetos para su comercio: además, existen los saqueadores profesionales, que utilizan toda la tecnología de que pueden disponer y llevan a cabo excavaciones y robos en sitios bien programados y planeados, muchas veces con más recursos que cualquier proyecto arqueológico. Ahora bien, puesto que no los mueve ningún interés científico, los saqueadores destruyen con su actividad los indicios que los arqueólogos utilizan para reconstruir y entender el pasado.

En 1968, por ejemplo, un saqueador profesional dio su gran golpe al robar la fachada esculpida de un edificio maya, probablemente del sur de Campeche, México. La operación incluyó desde la construcción de una pista de aterrizaje y un campamento, hasta la contratación de personal local, pasando, con toda probabilidad, por la distribución de dinero entre las autoridades. Según se sabe, el costo de la operación fue de 80 000 dólares y la fachada fue ofrecida en el mercado negro en alrededor de 400 000 dólares. Por fortuna, después de una larga historia, en cuyo transcurso la pieza de varias toneladas viajó de ida y vuelta a Nueva York, la fachada fue devuelta a México.

En Guerrero, en 1983, se llevó a cabo un saqueo importante en la región de la montaña, en el alto río Mezcala. Cuando se descubrió la zona arqueológica olmeca de Teopantecuanitlán, en un recorrido que hizo la arqueóloga Martínez Donjuán, del INAH-Guerrero, encontró cerca de 70 pozos de varias dimensiones. Las excavaciones fueron llevadas a cabo con la comunidad del lugar; los saqueadores contrataron a más de 30 trabajadores locales, a quienes pagaban con dinero y sacos de maíz, y, por lo que se sabe, dichas excavaciones duraron seis meses. Seguramente los saqueadores eran gente conocedora de la arqueología de la región y de los sitios olmecas; además, por la situación de algunos de los pozos encontrados sobre las grandes esculturas olmecas, que se encontraban a más de un metro de profundidad, se puede decir que los saqueadores contaban también con algún equipo de prospección complejo, quizá del tipo basado en la resistividad, o con algún tipo de radar.

Los objetivos de los saqueadores

Entre los objetos más atractivos para el robo de sitios arqueológicos, se encuentran las estelas y tumbas mayas. En la región maya hay una gran cantidad de estelas a las que les ha sido aserrado el frente esculpido, para después seccionarlo en pequeños cuadros y así poder transportarlo en maletas fuera del país.

Otro de los objetivos de los saqueadores son las tumbas reales donde se encuentran los vasos policromos y jades, que se cotizan a muy altos precios en el mercado negro. Para encontrar las tumbas, los saqueadores tienen que realizar grandes excavaciones en los edificios, con lo que destruyen los contextos arqueológicos.

La ética profesional

Con la excusa de registrar los objetos arqueológicos, es muy frecuente que, a cambio de ciertos honorarios, algunos arqueólogos autentifiquen y evalúen piezas que provienen de saqueos y que se encuentran en colecciones privadas o de museos. Obviamente, el arqueólogo que presta servicios de autentificación promueve en cierta manera el saqueo y la destrucción de los sitios arqueológicos, ya que el simple hecho de autentificar o de fotografiar una pieza le otorga a ésta un mayor valor en el mercado negro. La excusa del registro de un objeto que de otra manera no contendría ninguna información es una tontería, pues el hecho de que haya sido extraído de su contexto hace que pierda su verdadero valor científico. Es por ello que los arqueólogos reprobamos ese tipo de acciones y las consideramos como una falta de ética profesional.

La protección legal del patrimonio arqueológico

Como se ha mencionado repetidamente, el coleccionismo es el promotor principal del saqueo de los sitios arqueológicos y, por lo mismo, las leyes nacionales deben ser más estrictas en los casos de posesión y comercio de piezas arqueológicas. Es necesario, además, que se creen tratados internacionales que prohíban el paso de esos materiales por las fronteras.

En México, la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, publicada en 1972, es la que regula la investigación, protección, conservación, restauración y recuperación del patrimonio arqueológico. En la ley se establece que todos los monumentos arqueológicos, muebles o inmuebles, son propiedad de la nación, entendiendo por monumentos arqueológicos todos los bienes producto de las culturas anteriores al establecimiento de los europeos.

La ley también señala que la única institución autorizada para llevar a cabo trabajos para descubrir o explorar es el Instituto Nacional de Antropología e Historia, y que éste debe regular a todas las demás instituciones académicas que realicen investigaciones de carácter científico en sitios arqueológicos.

En cuanto a los delitos de saqueo, robo, transporte y posesión de piezas arqueológicas, así como a su reproducción, la ley es muy clara; además, son delitos penados hasta con diez años de cárcel. En el caso de un particular o institución que posea algún monumento arqueológico, tienen la posibilidad de registrarlo ante el INAH para poder conservarlo bajo su custodia, ya que, aunque el monumento en sí es propiedad de la nación, el registro es una manera de proteger a los coleccionistas. Entre otras normas, y con el fin de evitar nuevos saqueos y el comercio ilícito de piezas, la reglamentación establece que una colección no puede aumentar ni disminuir una vez que ha sido registrada.

La única manera efectiva de contener el saqueo es mediante la promulgación de leyes más fuertes y estrictas que establezcan medidas coercitivas que desanimen a los coleccionistas e impidan que éstos consideren ese tipo de “arte” como una inversión. Por otra parte, es necesario educar a las comunidades sobre lo que significa el patrimonio cultural, ya que son ellas las que pueden proteger y denunciar los robos de un patrimonio que pertenece a todos los mexicanos.

 

Para leer más…

Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, INAH, México 1972.

Martínez Donjuán, Guadalupe, “Teopantecuanitlán, Guerrero: un ejemplo de la desprotección del patrimonio cultural”, El patrimonio cultural nacional, su conservación y protección, Colegio Mexicano de Antropólogos, A.C., y Colegio de Etnólogos/ Antropólogos Sociales, A.C., México, 1987, pp. 75-81.

______,“Teopantecuanitlán, Guerrero: un sitio olmeca”, Revista Mexicana de Estudios Antropológicos. Sociedad Mexicana de Antropología, México, 1982, tomo XXVIII, pp. 123-132.

Meyer, Karl E., El saqueo del pasado, Fondo de Cultura Económica, México, 1990.

Sharer, Robert J. y Wendy Ashmore, Fundamentals of Archaeology, The Benjamin/Cummings Publishing Co. lnc., Menlo Park Ca., 1980.

Valdiosera Berman, Ramón, Contrabando arqueológico, Editorial Universo, México, 1985.

 

Alejandro Martínez Muriel (1946-2009). Doctor en Antropología con especialidad en Arqueología por la UCLA. Fue Coordinador Nacional de Arqueología del INAH.

Martínez Muriel, Alejandro, “El patrimonio arqueológico de México”, Arqueología Mexicana, núm. 21 , pp. 6-13.

Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestras ediciones impresa o digital:

Saqueo y destrucción. Versión impresa.