Hallazgo de una lápida del siglo XVI en la Catedral de México

El gobierno de la ciudad de México, a través del Fideicomiso del Centro Histórico, realiza trabajos desde el pasado 22 de febrero para la colocación de luminarias en los costados sur y este de la Catedral Metropolitana.

Fuera del atrio y frente a la fachada principal de la catedral, la empresa Taller de Restauración, S.A de C.V., lleva a cabo la excavación de ocho pozos de 1.60 m por lado y 1.20 m de profundidad, así como algunas zanjas para la colocación de cableado eléctrico.

Estos trabajos se hacen a solicitud que hizo el Fideicomiso del Centro Histórico de la Ciudad de México a la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH, petición que fue canalizada al Programa de Arqueología Urbana del Museo del Templo Mayor, por quedar dentro de su ámbito de estudio.

Así, durante los trabajos de rescate arqueológico se han identificado diversos restos arquitectónicos correspondientes a la iglesia mayor, también conocida como primera catedral, construida por encargo del conquistador Hernán Cortés hacia 1524. Además del hallazgo de los restos de una cimentación de piedra unida con argamasa de cal y arena, con una orientación de oriente a poniente –que puede tener relación con el muro almenado construido hacia la segunda mitad del siglo XVII y que servía de límite del atrio de la actual Catedral Metropolitana frente a su fachada principal–, también se recuperaron dos entierros del periodo virreinal, excavados por la P.A. Mariel de Lourdes Mera Cázares en el pozo 2, ubicado a la altura de la esquina exterior suroeste del atrio de la Catedral Metropolitana.

El hallazgo de mayor relevancia ocurrió en el pozo identificado con el núm. 3, donde se localizó –a una profundidad de 1.25 m desde la superficie del nivel de piso actual– una impresionante lápida de toba volcánica comúnmente conocida como piedra chiluca, de color verde, de 1.87 m de longitud, 90 cm de ancho y cerca de 30 cm de espesor, con una orientación de oriente a poniente.

La lápida, localizada el 15 de marzo pasado, presenta en sus márgenes superiores (en sus cuatro lados) un epitafio en castellano antiguo que, hasta donde ha sido posible descifrar dice: “Aquí yace el canónigo Miguel de Palomares, canónigo que + fue de los primeros en esta santa iglesia”. Después se ve el signo alfa, la frase “Natalicio año de...” (fecha en griego), y cierra la leyenda el símbolo omega. El grabado de la lápida está acompañado por un escudo al centro, que enmarca tres flores de lis, similar al que usaba el prelado promotor Alonso de Burgos, obispo de Cuenca (1482-1485). El avance de la lectura es preliminar. Nos encontramos en la etapa de trabajo de campo y proseguiremos con la investigación de gabinete y en su oportunidad acudiremos a especialistas en distintas disciplinas, a quienes solicitaremos su colaboración para profundizar en la vida del canónigo Miguel de Palomares.

Cabe señalar que la lápida se encontró fragmentada en dos partes. Esto seguramente fue provocado por un orificio de aproximadamente 20 cm de diámetro, que debió haber sido realizado algunos años después para introducir un poste de madera, posiblemente de una cruz. El orificio atravesó también la huella del primer peldaño de toba volcánica (chiluca) de lo que al parecer eran unos escalones tal vez de un altar con vista hacia el poniente.

Dada la importancia del personaje, los posibles restos óseos y la lápida debieron encontrarse en el interior de la nave de la antigua catedral, la cual fue destruida hacia 1552 por órdenes del rey Felipe II de España. Después fue reconstruida de manera provisional y finalmente fue demolida hacia 1626. Durante la excavación nos percatamos que para la colocación de la lápida se hizo una fosa rompiendo un piso del periodo virreinal temprano, que presenta un núcleo de adobes. Después sigue un firme de argamasa al parecer de una superficie de una plataforma mexica, por lo que consideramos que esta antigua catedral fue construida aprovechando como cimiento el límite sur del recinto sagrado de Tenochtitlan.

En días recientes, los dos fragmentos que integran la lápida fueron trasladados al Museo del Templo Mayor, donde la restauradora Diana Medellín y su equipo de colaboradores han iniciado su limpieza y conservación.

Por ahora continuamos con los trabajos de excavación sistemática, con el apoyo de la maestra Ximena Chávez Balderas, con el propósito de identificar los restos óseos del canónigo Miguel de Palomares. Éste ocupó una canonjía en el primer cabildo eclesiástico de la incipiente Diócesis de México, entre 1536 y 1542, fecha en la que ocurre su deceso. Fue el primero de dicho cuerpo capitular en morir en la iglesia mayor o primitiva catedral de México. Al parecer, nuestro personaje arribó a la Nueva España proveniente de la región de Cuenca, y se sabe que estuvo en Veracruz y que oficiaba misa en ese curato hacia 1530. En 1532 se trasladó a la ciudad de México con la instrucción del emperador Carlos I e Isabel de Portugal para que se le nombrase canónigo de la iglesia catedral de México.

De encontrarse los restos de Miguel de Palomares, se tendrá una oportunidad única para la arqueología mexicana de profundizar en la historia de su vida, desde su nacimiento hasta su muerte. De esa manera, con el apoyo de especialistas de la UNAM y de otras instituciones de México y del extranjero, aunado a la investigación que desarrollaremos en archivos históricos, se realizarán a los restos óseos estudios de paleodieta, de isótopos de estroncio para conocer la migración del personaje, aspectos de genética poblacional, además de conocer la edad, la estatura, enfermedades y actividades ocupacionales que desempeñó a lo largo de su vida, primero en Europa y finalmente en la Nueva España.

Raúl Barrera Rodríguez, José María García Guerrero

Noticia aparecida en Arqueología Mexicana núm. 140 pp. 8-10

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