Huesos cruzados y corazones torcidos. Una ofrenda con insignias de oro al pie del Templo Mayor de Tenochtitlan

Gerardo Pedraza Rubio, Leonardo López Luján y Nicolás Fuentes Hoyos

En septiembre de 2015 y tras cinco siglos de enterramiento, salió a la luz un excepcional conjunto de objetos de oro en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Cuando se construía un nuevo puente peatonal en el cruce de las calles de Argentina y Guatemala, los arqueólogos se toparon con las mismísimas insignias de la diosa lunar Coyolxauhqui, que rememoran el mito de nacimiento de su hermano, el solar Huitzilopochtli.

 

En este artículo exploramos un caso paradigmático de la tradición religiosa mesoamericana en el que se imbrican de manera indisoluble un mito, un escenario arquitectónico y un rito. Para ello nos valemos de un rico y diverso cúmulo de información que se remonta a los siglos XV y XVI de nuestra era, y que comprende desde las pictografías indígenas, pasando por los documentos históricos redactados en caracteres latinos, hasta los contextos arqueológicos que nosotros mismos hemos excavado en la antigua isla de Tenochtitlan.

Nos hemos fijado como objetivo profundizar en la centenaria propuesta de que la narración del divino alumbramiento de Huitzilopochtli tuvo su más claro correlato mundano en el Templo Mayor, quedando así vinculada la esfera ideal con la esfera material de la realidad o, en otros términos, el imaginario con la creación tangible. Como es bien sabido, el célebre mito mexica era evocado por doquier en esa mole de tierra, piedra, madera y estuco que alcanzó los 45 m de altura, tanto a través de su proyecto constructivo como de su programa iconográfico. En efecto, la arquitectura, la pintura mural y la escultura policromada le conferían a la principal edificación religiosa del imperio las cualidades idóneas para ser utilizada como teatro de rememoración ritual. Veamos, a continuación, este asunto por partes y, para ello, comencemos por la esfera ideal.

 

El mito

Hasta nuestros días han sobrevivido varias evocaciones poéticas y versiones narrativas del mito del nacimiento de Huitzilopochtli, de las cuales la más completa y conocida es la consignada en el Códice Florentino de fray Bernardino de Sahagún. Recordemos aquí sus elementos básicos:

Todo comienza con la cotidiana penitencia que una mujer llamada Coatlicue cumplía en la cima del Coatépetl, “cerro de las serpientes”. Un día, cuando ella estaba barriendo, advirtió la presencia de un plumón mientras descendía justo frente a sus ojos. Sin titubear, lo retuvo con sus manos y lo colocó sobre su vientre, acto que tuvo como consecuencia un milagroso embarazo. Muy pronto, Coyolxauhqui y los centzonhuitznáhuah, hijos de Coatlicue, se enteraron de la inexplicable transgresión y, sintiéndose deshonrados, tomaron la determinación de ir a matar a quien les había dado vida. Con ese fin, emprendieron ruta  hacia el Coatépetl, pasando sucesivamente por Tzompantitlan, Coaxalpan, Apétlac, la ladera y la cúspide del cerro. Al llegar ante su madre, fueron testigos del alumbramiento de su hermano Huitzilopochtli, un joven varón bien pertrechado para la guerra y dispuesto a hacerles frente. Éste hendió de inmediato una mágica xiuhcóatl  o serpiente de fuego en el torso de Coyolxauhqui, para luego decapitarla con ella y arrojarla hasta el pie de la elevación, donde cayó inerte y con su cuerpo hecho trizas. Las hazañas de Huitzilopochtli concluyen cuando acomete a sus hermanos varones y los ahuyenta hacia el rumbo del cielo.

Este apasionante relato nahua, trasvasado a la escritura alfabética en el Códice Florentino, se acompaña de dos ilustraciones. En la primera, observamos una Coatlicue identificada por su falda de ofidios y en actitud de parir a Huitzilopochtli, quien es figurado como un adulto provisto de un dardo, un propulsor y una rodela. En la segunda ilustración, Huitzilopochtli blande un macuahuitl y una rodela contra uno de los centzonhuitznáhuah, mientras que otro, un poco más abajo, se apresta al duelo. Entre los combatientes se levanta la glífica imagen del cerro con la serpiente que le da su nombre. También advertimos, a la mitad de la ladera, una cabeza humana cercenada, mientras que al pie yace un cadáver acéfalo y descuartizado. Pudiera entenderse que tales segmentos corporales pertenecen a Coyolxauhqui. Sin embargo, el cuerpo es a todas luces masculino y viste un braguero.  Además, el personaje carece de las insignias faciales de la hermana de Huitzilopochtli y su peinado es el propio de un varón.

Hace más de un siglo, las distintas versiones de este relato fueron analizados por Eduard Seler, quien de manera perspicaz identificó a Huitzilopochtli con el joven Sol naciente, a Coyolxauhqui con la Luna y a los centzonhuitznáhuah  con las estrellas, explicando el mito como la lucha astral entre el poder diurno y el nocturno. Nosotros coincidimos con esta interpretación, al tiempo que entendemos el pasaje del Códice Florentino como la clásica expresión de un mito canónico mesoamericano, en el que la narración empieza con una situación estable de ausencia, continúa con una aventura divina desequilibrante y concluye con un acto creador en el tiempo-espacio de las criaturas.

En este caso específico, el sentido nodal del mito se centra en la existencia primigenia de un dominio nocturno, en el sucesivo desenvolvimiento gradual de una fuerza diurna y en la superación final de la noche por un impulso que produce el dinamismo permanente del ciclo cotidiano oscuridad/luz en forma de una contienda divina. Esta narración se refiere concretamente a la salida cotidiana del Sol, por lo que corresponde a un mito muy diferente al de Nanahuatzin en Teotihuacan. Este último expone el inicio del mundo con la aparición prístina del astro y la sujeción de todas las criaturas a su dominio.

 

• Gerardo Pedraza Rubio. Pasante en arqueología por la ENAH y miembro del Proyecto Templo Mayor, INAH.

• Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Université de Paris X-Nanterre y director del Proyecto Templo Mayor, INAH.

• Nicolás Fuentes Hoyos. Pasante en arqueología por la ENAH y miembro del Proyecto Templo Mayor, INAH.

 

Pedraza Rubio, Gerardo, Leonardo López Luján, Nicolás Fuentes Hoyos, “Huesos cruzados y corazones torcidos. Una ofrenda con insignias de oro al pie del Templo Mayor de Tenochtitlan”, Arqueología Mexicana núm. 144, pp. 44-50.

 

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