Joyas de oro entre los zapotecos de Tehuantepec. Desde la Colonia hasta nuestros días

Guido Munch

Las joyas de oro portadas por las mujeres del istmo de Tehuantepec en las fiestas muestran de manera evidente valores reales y objetivos: poder económico, estatus social, rango político, prestigio y reconocimiento de la dignidad por cumplir con la tradición zapoteca. Los rituales materializan y hacen tangibles valores ideales e intangibles, comunican, hacen sentir y participar en sus representaciones simbolizadas.

 

Noticias del oro en la Oaxaca de la época colonial

A consecuencia de la Noche Triste, poco tiempo después de que los mexicas fortificados en Oaxaca mataran a más de 100 españoles, Gonzalo de Sandoval los reprimió severamente. Después los zapotecos de Cocijoeza enviaron a sus embajadores para hacer la paz con el conquistador Alonso de Ávila en 1520. Mientras tanto Cedeño obtuvo la rendición de los chinantecos y zapotecos de la sierra. En 1522, Pedro de Alvarado conquistó Tututepec, Juquila y Tequisistlán con la ayuda del ejército aliado de Cosijopi, gobernante de Tehuantepec; también quiso apoderarse de Chinantla, Tehuantepec y Jalapa, donde puso como mayordomo a Juan de Juárez para obtener las mayores cantidades posibles de oro y mantenimientos. Alvarado recibió tanto oro del gobernante mixteco de Tututepec que hasta se mandó hacer unas espuelas.

El conquistador Pacheco fundó Villa Alta un día de San Ildefonso, el 23 de enero de 1527, enarbolando el estandarte real y elevando el escudo de sus armas. Tomó posesión en la plaza a nombre del rey de España, y recibió la obediencia de los indios aliados de diferentes grupos étnicos y españoles ahí reunidos. Alonso de Herrera quedó como gobernador del lugar. Alonso de Estrada envió una segunda expedición, en 1526, contra los mixes y en refuerzo de Villa Alta. Un ejército de 100 hombres, al mando del capitán Barrios, fue derrotado en Tiltepec, y en una emboscada nocturna los indios lo mataron junto con otros siete soldados; se regresaron a México. En la tercera empresa de conquista de los mixes, Alonso de Herrera y Figuero echaron mano a la espada por problemas de mando y jurisdicción; salió herido Figuero, quien prefirió dedicarse a saquear los tesoros en las tumbas de los señores indígenas, en los alrededores de Villa Alta, que ir a combatir a los mixes.

Los conquistadores obtuvieron cerca de 100 mil pesos de oro fundido; Figuero se sintió insatisfecho, por ser el oro bajo, quizá tumbaga, y por el desacuerdo con la gente de Cortés, decidió partir a Castilla con sus ganancias. Sólo le tocaron cinco mil pesos de oro y joyas que saqueó con ardid de las tumbas. En 1528 se embarcó y su nave naufragó entre La Antigua, al sur de la bocana del Arroyo de Enmedio, y San Juan de Ulúa; murió ahogado con 15 pasajeros españoles más. A manera de moraleja dice el padre Gay, en su Historia de Oaxaca, sobre el fruto de su singular industria que: su buque se hundió, su oro se fue aE fondo del mar, Figuero se ahogó y los mixes se quedaron en rebelión. Éste fue el tesoro que encontró alrededor de 1976 el pescador de pulpos Raúl Hurtado, de la costa del puerto de Veracruz, quien vendió las piezas con los joyeros de la ciudad para fundirlas. Hasta que alguien dio cuenta de su enriquecimiento inexplicable y avisó a las autoridades. En su casa le encontraron barras de oro de las joyas fundidas por los españoles, un pectoral, brazaletes, figuras, cuentas y otras piezas de valor histórico, artístico y cultural. Algunas joyas de oro están expuestas en el Museo del Baluarte de Santiago, Veracruz; son del tipo Monte Albán fundidas a la cera perdida.

 

La labor de Jordán de Santa Catalina

El padre Burgoa, en su Geográfica descripción, apunta que en agosto de 1559 fray Jordán de Santa Catalina tuvo noticia del idólatra don Alonso, el cacique de San Juan Comaltepec, de la doctrina de la Chinantla, quien a su llegada lo recibió con reverencias, una buena cantidad de joyas de oro, piedras de valor y otros presentes. Le rogó que se sirviera bautizar a los niños y casar a los adultos. El fraile le pidió que le entregara todos los ídolos y se arrepintiera. Un hijo del cacique que era vixana, es decir, sacerdote dedicado a los dioses, de inmediato se fue al templo católico para sacrificarse por debajo de la lengua y atrás de las orejas, pidiendo en secreto el favor de los dioses; fue denunciado por el intérprete náhuatl de Jordán. El religioso detuvo al joven vixana y con el consejo del fiscal indígena lo mandó azotar; amedrentado, declaró que había gran cantidad de fi- guras de barro enterradas debajo del altar mayor y en las casas del pueblo, en el cerro y en el adoratorio de la cueva. El cacique don Alonso, para ayudar a su hijo, le enseñó unos grandes lugares, al pie de las grandes peñas del cerro, donde ellos comían y bebían hasta embriagarse cuando ha- cían los sacrificios para las celebraciones.

Fray Jordán descubrió cuatro ollas llenas de ídolos, pintadas en los contornos con culebras, sapos y lagartijas. Muchas de las imágenes de los dioses estaban hechas de papel, no sólo de piedra y barro, salpicadas de sangre humana y de animales, llenas de pelo de venado. Jordán, con su don de convencimiento, aplicación de torturas y la ayuda de las autoridades españolas, destruyó gran cantidad de joyas de oro para fundirlas, así como piedras finas y plumas, amenazando a los indios con la excomunión.

Desde la época prehispánica los chinantecos de la doctrina de Choapan habían desarrollado un sistema minero, con cañerías y piletas; lavaban la arena de la orilla de los ríos para decantar los granos de oro, el cual se usaba para las joyas de los señores y las imágenes de sus dioses. A finales de 1558, fray Jordán de Santa Catalina desenterró al gran sacerdote Coquitela, quien se tenía por hijo del Sol, de un gran sepulcro enclavado en el monte, y estaba acompañado con ricas joyas de oro, mantas escogidas y otras preseas costosas. Este señor era del grupo de los vixanas o sacerdotes, y había sido sepultado lujosamente ataviado, con indias vivas para que le hicieran de comer en el camino al más allá. Después, Jordán se fue a Malinaltepec; en tres días abrió la sepultura del padre del cacique y sacó más oro que después fundió para las campanas de Villa Alta.

 

Guido Munch. Doctor en antropología. Investigador de etnología del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM. Miembro del SNI. Estudia la etnohistoria, etnografía antigua y moderna, etnología y antropología social de Oaxaca y Veracruz.

 

Munch, Guido, “Joyas de oro entre los zapotecos de Tehuantepec. Desde la Colonia hasta nuestros días ”, Arqueología Mexicana núm. 144, pp. 76-81.