La creación del tiempo

Una de las historias de creación conservada en Historia de los mexicanos por sus pinturas nos permite comprender el indisoluble tejido entre la tierra como espacio y el movimiento del Sol como tiempo. Al final de la cuarta era cósmica y para que se erigiera el Quinto Sol de los mexicas, relata este mito, los dioses creadores Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, ayudados por otros cuatro dioses, penetraron el cuerpo de Cipactli-Tlaltecuhtli desde sus cuatro esquinas para encontrarse al centro. Una vez que se estructuró el cuerpo del gran lagarto-montaña en cuatro regiones (este, oeste, norte y sur), Quetzalcóatl y Tezcatlipoca se transformaron en dos grandes serpientes, y penetraron el cuerpo de la diosa de la tierra justo en el centro. Para levantar el cielo, las dos serpientes se entrelazaron e irguieron, conformando el gran árbol cósmico dual (López Austin, 1994). Este árbol cósmico que une las fuerzas opuestas del cielo y de la tierra, representa también los cuatro pilares que sostienen el firmamento en las esquinas. Es a través de su tronco tejido que las influencias o númenes, que cargan al Sol a través del espacio, llegan a la superficie de la tierra desde los cielos y el inframundo para influir en el destino de los seres humanos. Este acto hace que comience el tiempo porque inician los días y años –del este, del norte, del oeste y del sur–, dando lugar al transcurrir de la historia. Lo fundamental que estas historias –de creación de la tierra y de erección del árbol cósmico– permiten conocer es que la tierra, estructurada en el espacio-territorio de una comunidad, y el árbol cósmico son los instrumentos para que dé inicio el recorrido del Sol por el cuerpo de la diosa de la tierra y así comience el tiempo, la historia. Estos actos sagrados se repiten en cada era cósmica, para restaurar el orden y dar principio a un nuevo ciclo (López Austin, 1989). Es decir, cuando la tierra se estructura en cuatro regiones y se erige el árbol cósmico para que el Sol pueda recorrer esta superficie ordenada en cuatro rumbos, se crea la unidad espacio/territorio-tiempo/historia.

Este concepto complejo y esencial al pensamiento mesoamericano se encuentra ya claramente definido desde el Preclásico Medio, como lo muestra la placa de jade de la cultura olmeca encontrada en Guerrero, en la que podemos ver claramente la relación entre la montaña y la estructura piramidal, la división en cuatro regiones y la erección del árbol cósmico en la cima de la estructura. La misma imagen tiene su contraparte en el Códice Fejérváry-Mayer del Posclásico (ca. 1200 d.C.). Esta imagen plana de la montaña estructurada puede ser realzada en tres dimensiones y se transforma en una estructura piramidal. Cuatro regiones cardinales, dotadas cada una de dioses, de un árbol y un ave; en el centro, como eje del tiempo, habita Xiuhtecuhtli, el dios viejo del fuego en su advocación joven. La estructura es espacio y es tiempo. Cada una de las regiones cardinales tiene una serie de 13 puntos que conforman las unidades básicas del calendario mesoamericano, las trecenas. Todas juntas suman 260 días, el número del tonalpohualli o calendario ritual. Así, la imagen es la montaña estructurada en tiempo/espacio, es a la vez la imagen del altépetl , la ciudad como territorio e historia.

 

Tomado de Diana Magaloni Kerpel, “El origen mítico de las ciudades”, Arqueología Mexicana núm. 107, pp. 29-33.

 

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