La domesticación del guajolote

Raúl Valadez Azúa

Aunque el perro (Canis famialiaris) fue el primer animal doméstico que pisó suelo mexicano, hace unos 8 000 años, el proceso que llevó a su aparición se realizó en Alaska y/o Siberia, por lo que no es, estrictamente hablando, un animal doméstico mesoamericano; debido a ello debe considerarse al guajolote (Meleagris gallopavo) como el primero de este grupo. Actualmente ya es posible tener una idea general acerca de cómo se realizó su domesticación, aunque la evidencia arqueológica es limitada. 

Los registros arqueozoológicos más antiguos pertenecen al centro de México, a lugares como Temamatla y Tlatilco, que aportan datos de unos 3 000 años de antigüedad. Dado que los restos pertenecen a aves ya domesticadas, es lógico pensar que el proceso se inició con anterioridad. 

Para ubicar la probable zona donde se dieron los primeros eventos, por ejemplo la cautividad, es necesario situarnos dentro del área de distribución natural de la especie. Aparentemente el guajolote silvestre habitó los bosques templados de la Sierra Madre Occidental, del centro de México y de la Sierra Madre Oriental, y sin duda en algún punto de esta franja se inició el proceso. 

Esta ave forma grupos y pasa gran parte de su tiempo en el suelo (sólo vuela cuando está en peligro) alimentándose de frutos, semillas e insectos, por lo que, antes de su domesticación, debió de ser una de las tantas presas usuales de los cazadores-recolectores que recorrían esta zona. Es probable que hace unos 6 000 años se empezara a dar un cambio en la relación hombre-guajolote; que se hiciera hábito la captura de pollos y ejemplares jóvenes que se acercaban a los campamentos humanos en busca de restos de comida, y que los mismo fueran mantenidos en cautividad por cierto tiempo (utilizándolos como reserva de alimento). Poco a poco el hombre reconocería las necesidades básicas de estas aves, y cada vez sería más simple mantenerlas bajo control hasta que se llegó al momento en que las aves adultas se apareaban, hacían nidos y nacían nuevas generaciones, junto a las de humanos. Sería entonces cuando, muy probablemente, se dio el origen del guajolote doméstico.

La llegada de este nuevo integrante de la comunidades prehispánicas permitió  asegurar, en cierto grado, el abasto de carne y materia prima (plumas y huesos), de ahí que hace unos 2 500 años ya era común su presencia en las aldeas del centro de México. Al inicio del Clásico ya había llegado al valle de Tehuacán, y para el final del Posclásico y a habitaba todo el territorio mesoamericano. Para comprender mejor su importancia vale la pena señalar que es la especie de ave más abundante en el registro arqueológico teotihuacano, y que en el Posclásico se le consideraba un ser, cosmogónicamente hablando, paralelo al ser humano, ya que se tenia la creencia de que los guajolotes habían sido hombres en épocas anteriores. 

Raúl Valadez Azúa, “Los animales domésticos”, Arqueología Mexicana núm. 35, pp. 32 - 39.