La evangelización del área coyoacanense en el siglo XVI

Jaime Abundis

El proceso de evangelización en el área de Coyoacán durante el siglo XVI ha sido escasamente estudiado hasta el presente; pocos saben de la presencia franciscana anterior a la dominica. Las labores de salvamento arqueológico, exploración documental y en campo han arrojado nuevos datos, algunos de los cuales se abordan en este artículo.

 

Las órdenes mendicantes, que arribaron a Nueva España poco después del inicio de la conquista de Mesoamérica por los europeos, acometieron una empresa poco ponderada por la mayoría de los mexicanos actuales. La puesta en marcha de la evangelización ha sido vista como un asunto ya natural y conexo a la conquista militar, ya necesario e inocuo en la cristianización de los territorios sojuzgados; pero ¿cuál sería el sentir de los naturales, a quienes se despojaba de sus deidades, creencias, costumbres, ideología y cosmovisión? Coyohuacan, el antiguo altépetl tepaneca, no fue ajeno a este proceso, a pesar de sus condiciones de privilegio; los hermanos menores de San Francisco de Asís y los hermanos predicadores de Santo Domingo de Guzmán compartieron esta tarea a lo largo del siglo XVI.

 

Coyoacán tras la caída de Tenochtitlan

La caída de la ciudad de México-Tenochtitlan en manos de los conquistadores europeos en agosto de 1521 originó un problema que no se había considerado: ¿dónde debería establecerse la nueva ciudad española? Hernán Cortés consultó con sus capitanes y al fin decidió él solo: sobre las ruinas de la ciudad vencida, si bien ésta yacía semidestruida, con arquitectura ajena a las necesidades europeas, llena de cadáveres, falta de agua potable y con gran riesgo de epidemias. En consecuencia, era indispensable un sitio de asentamiento temporal. El poblado ribereño de Coyohuacan parecía el mejor y allá se encaminó con sus tropas propias y aliadas pocos días después del día de San Hipólito.

Situado en la orilla suroeste de la laguna de México, con el pedregal originado por el Xitle a sus espaldas, irrigado por los ríos Magdalena y Mixcoac y numerosos arroyuelos alimentados por un sinnúmero de manantiales al borde del pedregal, en el somonte de la Sierra del Ajusco y abundantes recursos vegetales y animales, Coyoacán aparecía como un vergel próximo a la ciudad ante la mirada de los europeos.

Cortés había puesto los ojos en ese poblado desde su paso por la calzada de Iztapalapa, en noviembre de 1519, pero lo reconoció mejor durante el sitio de la ciudad mexica; allí dispuso uno de los reales para el asedio, bajo el mando de Cristóbal de Olid. Su ubicación estratégica, la riqueza de recursos naturales, la benignidad del clima, lo sedujeron de inmediato. Coyoacán, como se denominó al lugar, se convertiría en parte medular e infaltable del estado y marquesado del Valle de Oaxaca que obtendría Cortés en julio de 1529; se transformaría en uno de los pueblos principales de su jurisdicción, bajo el control directo de un corregidor, auxiliado por un señor de la tierra o gobernador de los naturales.

Desde Coyoacán se emprendería la verdadera apropiación del territorio novohispano. La edificación del primer ayuntamiento en el altiplano, la prisión de Cuauhtémoc, la conquista de Soconusco, Guatemala, Michoacán y Pánuco, el descubrimiento del Mar del Sur y la exploración de sus costas, la traza y construcción de la nueva ciudad de México, la implantación del sistema de encomiendas, las primeras jugarretas políticas, la muerte de la primera esposa de Cortés, la petición de los primeros frailes para iniciar la evangelización, todo aconteció en Coyoacán. Cortés permaneció en el lugar desde agosto de 1521 hasta finales de 1523; ocupó las casas de Cuauhpopoca, señor local, en los solares denominados Ecatempan y Tlaxcaltitlan. Al mudarse a la nueva ciudad de México, poco tiempo residió en ella pues en octubre de 1524 partió a Las Hibueras.

A su retorno de Honduras el estado de cosas era muy distinto al de su partida. Al parecer pudo todavía instalar a Itztlolinqui, bautizado como Juan de Guzmán y segundo hijo de Cuauhpopoca, como señor de Coyoacán. Pero pocos años después, los indígenas de Tacubaya y Coyoacán demandaron ante la Segunda Audiencia gobernadora la propiedad de casas y solares de los que se había apropiado Cortés, lo que forzó a éste a dejar la casa que había habitado en los predios citados.

 

Los frailes menores

Fray Martín de Valencia, ofm, comisario de la primera barcada de frailes menores o franciscanos, fue quien primero puso el pie en Coyoacán a finales de 1524 o principios de 1525, cuando Cortés iba rumbo a Las Hibueras. Llegó acompañado de un fraile que empezaba a conocer el náhuatl tras una visita breve a Xochimilco; este otro fraile pudo haber sido fray Luis de Fuensalida o fray Francisco Jiménez; luego visitaron seis pueblos ribereños más. Poco después los franciscanos instalaron una vicaría dependiente del convento grande de México en las cercanías del centro ceremonial coyoacanense.

Ahora se sabe que Cortés les había concedido dos o tres habitaciones que no ocupaba en Ecatempan y Tlaxcaltitlan, los cuales funcionaron como su sede evangelizadora en el área. Es muy probable que de inmediato hayan elegido a la Limpia Concepción de Nuestra Señora como la advocación de su casa, dada la promoción secular que de ella hacían los franciscanos, además de la particular devoción cortesiana.

El sitio exacto de ese convento incipiente continúa envuelto en brumas. El entorno inmediato a la actual Plaza de la Conchita o la Limpia Concepción parece el más viable. Los hallazgos arqueológicos y documentales recientes dan preferencia a los predios ubicados al oriente de la capilla actual, donde existió el obraje de la Concepción, o al norte de la misma, donde subsistió la cárcel y las casas reales hasta mediados del siglo XVIII.

Las labores acometidas fueron las lógicas: reconocimiento del entorno, adoctrinamiento de los naturales en el cristianismo, aprendizaje del náhuatl y el otomí, entendimiento de la organización social y costumbres, aseguramiento del alimento. La edificación fue postergada para un segundo momento. Entre 1525 y 1528 los franciscanos estuvieron a cargo de aquellas tareas en Coyoacán y el área circundante. Dada la escasez de frailes, recurrieron al sistema de visitas en los lugares más sobresalientes.

Fray Francisco Jiménez era guardián de la casa franciscana de Coyoacán en 1531; dos años después, fray Jacobo de Testera era señalado como su sucesor en el cargo, si bien ese mismo año resultó electo cuarto custodio de los franciscanos en Nueva España. Entre 1534 y 1535 los franciscanos tomaron un decisión difícil: el abandono de la casa coyoacanense. Los naturales principales de Coyoacán y Tacubaya, poblaciones que formaban parte del corregimiento coyoacanense, demandaron a Cortés ante los miembros de la segunda Real Audiencia por la usurpación y despojo de casas y predios en la jurisdicción. Este pleito determinó la salida de los apoderados del conquistador de Ecatempan y Tlaxcaltitlan en tanto había una resolución definitiva. Los frailes menores no deseaban inmiscuirse en el asunto y optaron por dejar su sede. No tenían problema de conciencia, pues los dominicos ya estaban presentes en Coyoacán desde 1529. El litigio continuaba sin resolución en 1559, pero al parecer los naturales obtuvieron fallo a su favor.

 

Los frailes predicadores

Los frailes predicadores o dominicos arribaron a Nueva España en julio de 1526 encabezados por fray Tomás Ortiz, op. Pero la enfermedad y muerte de la mayor parte de los hermanos detuvo su labor por dos años; de los doce llegados sólo quedaron tres en la ciudad de México, pues fray Tomás regresó a España por más misioneros. A fines de 1528 llegó una segunda barcada con 24 dominicos más, ahora con fray Vicente de Santa María a su cargo. Estas circunstancias determinaron que la casa de Coyoacán no pudiera establecerse sino hasta los primeros meses de 1529.

A cierta distancia al poniente de la fundación franciscana, los dominicos erigieron su convento dedicado al Precursor, Juan el Bautista. De esta forma, franciscanos y dominicos coexistieron en Coyoacán por algunos años, caso poco visto, hasta que aquéllos dejaron su casa para mudarse a otro lugar. La empresa dominica fue similar a la franciscana, aunque perduraron mucho más en Coyoacán.

El convento de San Juan Bautista dio comienzo con una humilde capilla abierta y el portal que la antecede hacia 1551. Antes de esa fecha los dominicos debieron habitar en casas sencillas, con un templo construido con materiales perecederos, pues los naturales estaban afanados en la edificación de las casas del marqués del Valle de Oaxaca en la ciudad de México y con las cargas impuestas por virreyes y oidores. Ambrosio de Santa María, Domingo de la Anunciación y Tomás de la Corte fueron los tres dominicos que velaron por la construcción de templo y convento.

En 1560 el templo estaba concluido con su planta basilical y columnas y arcos de cantería; el templo era una de las tres basílicas dominicas prevalecientes hasta la primera mitad del siglo xx, junto con las de Cuilapan y Chiapa. La obra del convento corrió a cargo de fray Juan de la Cruz; en 1588 no estaba concluido y un sismo derribó la techumbre. Fray Juan fue también autor de las casas dominicas de Izúcar, Tetela y del santuario de Nuestra Señora de la Piedad Ahuehuetlán, donde hasta hace poco existía la 8ª Delegación de Policía de la ciudad de México. El templo seguía sin techumbre en 1603, lo que obligó a que la capilla abierta siguiera en uso por unos años más.

 

Jaime Abundis. Autodidacta, trabajador del inah desde 1975.

 

Abundis, Jaime, “La evangelización del área coyoacanense en el siglo XVI”, Arqueología Mexicana núm. 129, pp. 61-68.

 

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