La propiedad de la tierra

Pocos son los datos con que contamos para referirnos a este tema. Se sabe que entre los mayas del Clásico hubo guerras entre distintas ciudades por diversos motivos, como el prestigio militar, y también por la ocupación de tierras enemigas. Por su parte, fray Diego de Landa apenas esboza algo sobre los mayas del Posclásico en su Relación de las cosas de Yucatán: “las tierras, por ahora, son de común y así el que primero las ocupa las posee” (Landa, 1978, p. 40).

En Teotihuacan hay un mural que muestra la división entre ciudad y campo y a la vez permite ver la marcada división social. Me refiero al de Tepantitla, donde se ve un enorme mural dividido por una puerta que muestra, en la parte sur, una escena rural con terrenos de cultivo que parecen ser chinampas y plantas como maíz, frijol, calabaza, tunales, etc., y un manantial que los irriga. Varias personas vestidas de manera sencilla, con un simple taparrabo, y descalzas practican juegos, cazan mariposas y nadan. Al mural se le conoce como el Tlalocan. En la continuación del mural, al norte de la puerta, se ve una escena urbana en la que personajes ataviados con faldellines, elaborados tocados y calzados juegan a la pelota en un espacio abierto con un edificio escalonado.

Sobre los mexicas hay descripciones como la de Alonso de Zorita (1963) y de otros cronistas. Así, fray Diego Durán habla acerca de la manera en que los mexicas procedieron a repartir las tierras de Azcapotzalco, una vez que lograron el triunfo sobre el enemigo tepaneca:

...fueron á Azcaputzalco y se entregaron en las tierras del y las repartieron entre sí, dando lo primero y mejor y mas principal á la corona Real, señalándole tierras de señorío y patrimonial; luego entre sí los señores, y lo tercero repartieron á los barrios, á cada barrio tantas brazas para el culto de sus dioses, y estas son las tierras que agora ellos llaman calpulalli... E desta manera vinieron á tener los señores de México, y de las demás provincias, tierras realengas y tierras de señorío y tierras de los barrios, que eran comunes de aquellas comunidades, de donde los hijos por sucesión venían á tener tierras patrimoniales... (Durán, 1951, t. I, p. 79).

De lo antes dicho, vemos que había tierras del tlatoani o de la corona real llamadas tlatocatlalli o tlatocamilli, que contaban con terrazgueros o gentes que las trabajaba. Quienes las poseían podían “venderlas o disponer de ellas” (Torquemada, 1977, vol. IV, p. 333). Los señores o nobles tenían las llamadas pilalli, que podían ser heredadas pero también asignadas por el tlatoani a quienes hubieran destacado en la guerra, como dice el mismo cronista “...que por valor y hechos hazañosos en la guerra, el señor los hacía nobles, como caballero pardos, y les hacía mercedes de tierras, de donde se sustentasen; pero éstos no podían tener terrazgueros y podían vender a otros principales” (idem). También estaban aquellas destinadas a los calpullis o barrios llamadas calpulalli, que se asignaban a los miembros del barrio y si no se trabajaban en un tiempo se les quitaba y podían ser entregadas a otro miembro de la comunidad.

Se han conservado hasta hoy planos de tierras elaborados hacia mediados del siglo XVI que posiblemente pertenecían a determinados calpullis o barrios. Es el caso del Plano Parcial de la Ciudad de México, conocido también como Plano en Papel de Maguey, aunque está elaborado en amate. En él se pintaron alrededor de 400 parcelas perfectamente divididas, con camellones y corrientes de agua, y en las que se ve el glifo calli (casa) o algún otro símbolo que indica a sus poseedores. El plano corresponde a una parte de la ciudad de Tenochtitlan y fue elaborado hacia 1557 y 1562. El Mapa de Beinecke, recientemente estudiado por varios especialistas (Miller y Mundy, 2012), fue hecho en papel de amate hacia la década de 1560 y en él se aprecian 121 parcelas repartidas entre 143 personas, indicadas por una o dos cabezas de perfil y una planta que en este caso invariablemente es un tule. Otro tipo de parcela de forma más alargada tiene plantas de maíz. Fray Juan de Torquemada señalaba:

Había otras suertes de tierra, que el nombre y significación de él, decía ser aplicadas al sustento de las guerras, y las que servían para bizcocho, se llamaban milchimalli, y las que servían para grano tostado, con que hacían cierto género de bebida y servía de lo que las habas en las guerras de España, se llamaban cacaomilpan; y estas sementeras estaban repartidas entre los calpules y barrios... (Torquemada, 1977, vol. IV, p. 334).

En el Archivo General de la Nación existen planos con terrenos y casas que se refieren a la posesión de la tierra. Por su parte, la arqueología también aporta datos interesantes en este sentido, como es el caso de las chinampas de Xochimilco, donde se han detectado parcelas en forma de camellones alargados y algunos montículos que fueron excavados en su momento (González, 1996).

La importancia de la tierra y lo que representaba para la economía de estas sociedades es indudable, como también lo es el simbolismo que encerraba, pues la tierra, Cipactli, había sido creada por los dioses para que sobre ella se asentara el hombre y gestara las plantas que habrían de sustentarlo. Otra versión de la tierra, Tlaltecuhtli, era la gran devoradora/paridora de hombres, que los tragaba y paría para que su esencia viajase a su destino. El Sol –Huitzilopochtli– también era devorado día a día para nacer cada mañana y combatir en contra de los poderes de la noche. De esta manera, la dualidad vida-muerte, presente en las temporadas de lluvia (vida) y de secas (muerte), se repetía en un ciclo constante que se expresó de diferentes maneras, tanto en mitos como en el calendario, la arquitectura, los códices y los cantos.

 

Tomado de Eduardo  Matos Moctezuma,  “La agricultura en Mesoamérica”, Arqueología Mexicana, núm. 120, pp. 28-35.

 

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