La rebelión de Nuevo México (1680-1692). ¿Triunfo, pero efímero, o efímero, pero triunfo?

Bernardo García Martínez

La rebelión de Nuevo México expulsó a los españoles de la provincia durante trece años. Ese lapso resume, según se vea, los resultados de un rechazo triunfal y bien cimentado cuyas consecuencias se dejan sentir aún hoy, o el desenlace meramente temporal de una circunstancia que escapó al control de un grupo de dominadores ineptos incapaces de construir las condiciones requeridas para conservar una conquista tan remota e inestable.

 

La expansión de Nueva España hacia el Norte tuvo varios momentos de intensa actividad, sobre todo durante la segunda mitad del siglo XVI y a lo largo del XVIII. El primer momento arrancó con el descubrimiento de los minerales de plata de Zacatecas en 1548 y condujo a la gradual ocupación del sector central del Norte (San Luis Potosí, Durango y Chihuahua) con derivaciones hacia Sonora y Nuevo León. No eran tierras del todo desconocidas para los españoles, pues desde 1530 diversos aventureros o exploradores hicieron recorridos y dejaron relatos sustanciosos. Su información, sin embargo, escondía copiosa fantasía, sobre todo al asegurar la existencia de ciudades abundantes en oro y plata, como Cíbola (Zuñi) y Quivira. La ambición por conquistarlas, así como la de encontrar un paso marítimo entre el Atlántico y el Pacífico al norte del continente, alimentaron en los españoles el deseo de despejar la incógnita del corazón de Norteamérica. En un terreno de mayor concreción, el hallazgo de más vetas de plata en sitios próximos a Zacatecas, así como el establecimiento de algunas zonas agrícolas (como Santa Bárbara), el sometimiento de las tribus nómadas que poblaban parte de ese espacio (los llamados chichimecas) y el establecimiento de una ruta formal que ligaba todo eso con la ciudad de México (el Camino de Tierradentro), dieron sustento material a ese movimiento de expansión. Gracias a ello fue que, en diversos momentos, los españoles llegaron a penetrar una región muy alejada, a la que dieron el nombre de Nuevo México.

Pero Nuevo México, distante más de mil kilómetros del establecimiento español precedente (Chihuahua), del que lo separaba un semidesierto despoblado, era especial. Su núcleo ocupaba los pocos espacios fértiles de la cuenca alta del río Bravo y albergaba población sedentaria desde mucho tiempo atrás. Pero su estabilidad se estaba alterando en el siglo XVI por la invasión de tribus nómadas que provenían del norte y se sustentaban de la caza del búfalo (los que habrían de ser conocidos como apaches). Por otra parte, se distinguía de los habitantes de la mayor parte del Norte novohispano por haber alcanzado un nivel de desarrollo que llevó a los españoles a equiparar su organización con la de los “pueblos de indios” o altépetl mesoamericanos, que eran cuerpos políticos formales encabezados por un cacique o gobernante legitimado en virtud de linaje o elección, reconocidos por sus pares, y con control sobre un territorio y capacidad para recabar tributo (véase García Martínez, 1998). La comparación era discutible, al menos en varios casos, pero el hecho es que, en un principio, los españoles identificaron alrededor de una cincuentena de “pueblos” en Nuevo México (cada uno con diverso número de localidades o asentamientos) y designaron a sus habitantes como indios de pueblo (por lo que en inglés se les conoce aún hoy como Pueblo Indians).

 

García Martínez, Bernardo, “La rebelión de Nuevo México (1680-1692). ¿Triunfo, pero efímero, o efímero, pero triunfo?”, Arqueología Mexicana núm. 111, pp. 42-47.

 

Bernardo García Martínez. Doctor en historia; profesor de El Colegio de México. Autor de estudios sobre historias de los pueblos indios, historia rural y geografía histórica. Ha publicado obras de síntesis sobre la historia y la geografía de México. Miembro del Comité Científico-Editorial de esta revista.

 

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