Las plantas del alma

Xavier Lozoya

No debe olvidarse que muchos de los productos de las plantas psicotrópicas, utilizados hoy con diversos fines, fueron extraídos de antiguas plantas de uso ritual y extático con un contexto cultural propio. Así, se insertaron en otros ámbitos sociales, con otros valores culturales y, sobre todo, con otros propósitos.

 

Este pedazo de tierra, llamado hoy Mesoamérica, siempre ha sido un cruce de caminos. Una extraña geografía, no prevista por los creadores de mundos, ni ofrecida formalmente por ningún Dios a sus habitantes, que viven y mueren de los sueños de los viajeros que pasan por aquí y nos dejan obsesionados con los mitos de sus lugares de origen. De ahí que nuestra identidad sea motivo de continua controversia, porque definir la esencia del ser en estas latitudes varía según el grado de asimilación de las quimeras ideológicas que cada cierto tiempo arriban a estas playas, con dogmas y certezas que después se borran, como lo hacen los trazos en la arena con el agua del mar.

 Por eso, para algunos, ese quehacer permanente se nutre de la necesidad de asir el trazo e interpretar la huella de las ideas y formas que han ido configurando nuestra temporal identidad y nuestras costumbres. Se trata de interpretar las cambiantes ideas y prácticas, responder a las mismas preguntas con argumentos nuevos que muy pronto se vuelven viejos. Es el caso de las plantas hoy llamadas psicotrópicas, que aunque han estado siempre presentes en las culturas de distintos tiempos, lo hacen bajo una constante reinterpretación de sus usos y propósitos. A estas plantas se les ha llamado plantas mágicas, plantas para hablar con los dioses, plantas que producen el éxtasis o plantas que trastocan los sentidos y modifican la percepción de la realidad, según los términos y explicaciones que cada cultura va acuñando con el tiempo. Las plantas psicotrópicas son las que guían el alma (del griego psykhe, “alma”, y tropos, “guiar, dirigir"). Dado que todavía hoy el término coloquial de alma conserva su misteriosa raigambre y su definición depende de la cultura y conocimiento que cada individuo detenta, habremos de recurrir al mito, a la leyenda y a la frágil historia de los pueblos.

Las busicao, “plantas del  no morir”, de los chinos

El origen en nuestro territorio de estas plantas se remonta, probablemente, a épocas antiquísimas, si habremos de hacer caso a las leyendas e historias de los tiempos más lejanos. Por ejemplo, entre los antiguos escritores del mundo (y entre ellos los chinos como los verdaderamente más antiguos), un geó­grafo chino del siglo XVI antes de nuestra era, Guo Pu, asegura en su tratado llamado Shan jing (Libro de los montes y de los mares) que su mar del punto cardinal este (océano Pacífico) fue cruzado por los navegantes chinos desde la más remota antigüedad, en dirección al nacimiento del Sol: América. Dice que los emperadores de la época Zhou –de tiempos tan antiguos que los sabios de la dinastía Han (200-500 a.C.) la calificaban de época primitiva, mágica, filosóficamente descabellada, y en la que las fuerzas sobrenaturales todavía eran naturales– enviaron en grandes barcos hacia esa región del este, que llamaban la Costa Blanca, a los fangshi, sabios alquimistas, astrólogos e inventores del taoísmo, en busca de las busicao, “plantas del no morir”, cuya ingesta limpiaba los sentidos, aclaraba la percepción del mundo y proporcionaba la inmortalidad. Ésta se adquiría con la ingesta de las busicao  porque tenían la capacidad de alterar los elementos llamados hun y  po, dos fuerzas intangibles del organismo humano; hun dirige las esencias o emanaciones del pensamiento, y po las esencias o emanaciones de la carne, las vísceras y los huesos. Las dos fuerzas corporales circulan por los vericuetos del cuerpo humano y ejercen una función revitalizadora, que alarga la vida de los individuos y les permite la plenitud.

Cuentan los antiguos cronistas que, pasado el tiempo, la nueva moralidad prohibió las aventuras de inmigrantes chinos hacia el este de su mundo porque la inmortalidad debía ser vista sólo como un premio para aquellos que oraban según los cánones de una nueva ética que, siglos después, Confucio se encargó de sistematizar, denigrando todo intento de buscar la inmortalidad material, actitud que calificó de antisocial y no filial, ya que separa al hombre de sus obligaciones con el Estado y lo aparta de sus ritos sociales. Quizá fue América el territorio donde aquellos muy antiguos asiáticos buscaron las busicao, caminando por las regiones heladas de blancura mitológica y llegando por el mar del este, que al empujar los barcos de arriba abajo depositó a los buscadores en las costas del Pacífico norteamericano. Si no, ¿cómo explicar que las plantas (algunas de ellas presentes también en Asia) calificadas hoy como psicotrópicas se esparcieran por nuestro territorio, marcando un sendero que parte de la costa este de Norteamérica y baja a todo lo largo del continente,  siguiendo la ruta arqueológica  del nómada poblador de América? Plantas como la Amanita muscaria, la Datura spp., la Brugmansia spp., la Lophophora spp., la Ipomoea spp., entre otras, pasaron a formar parte de rituales, llamados después extáticos, de todos los pueblos americanos durante muchos siglos más.

Tonalli y yályotl

Los antiguos mesoamericanos dejaron dicho a los pueblos que les sucedieron que el cuerpo humano estaba formado por carne y huesos, y por dos entidades intangibles y luminosas llamadas tonalli y yályotl, lo cual lo aprendieron de los enigmáticos sabios toltecas, pueblo llegado mucho antes por el mar.

Tonalli y yályotl, concluyeron mucho tiempo después los nahuas de los siglos XV y XVI, son elementos que se almacenan en el cuerpo, en el que entran por los orificios naturales y lo recorren como aire, calor y luz, dando vida. Al momento de nacer, el tonalli, como manifestación intangible que acompaña a la luz-calor que emite el Sol, ingresa en el cuerpo por un orificio que después desaparece, la mollera del cráneo. Durante la frágil niñez y después, durante la vida de adulto, siempre se corre el riesgo de perder el tonalli, que fácilmente se escapa por alguno de los siete orificios naturales del cuerpo humano. Para los antiguos mesoamericanos, la plenitud fue entendida como un estado de equilibrio vital, que dependía de la buena circulación del tonalli por todo el cuerpo, mientras que la enfermedad y la muerte (¿la inmortalidad?) se asociaron a la pérdida o salida de este elemento intangible. Para ellos, también ciertas plantas eran capaces de permitir la visualización de este elemento regulador de la actividad del cuerpo humano, al ser ingeridas por el especialista en curar, el tícitl, que, influido por “la luz” de la esencia vegetal, modificaba su visión del mundo y se adentraba en el diagnóstico del estado que guardaba el tonalli en el paciente, en el gobernante y en la comunidad.

En esas culturas, las plantas psicotrópicas eran consideradas sagradas y solamente podían ser consumidas por los iniciados, por aquellos que detentaban el conocimiento del tiempo y sus engaños para conocer el destino de la comunidad. Cuando las administraban para curar a otros buscaban con ello modificar, regular o manipular el tonalli. Desde el ancestral yetl o tabaco (Nicotiana rustica), que se masticaba o fumaba para producir el trance, hasta los tolohuaxíhuitl o toloaches, “el señor reverenciado” (Datura stramonium, Datura inoxia, Datura metel), que permiten “ver la claridad”, los ritos se practicaban en una armoniosa sucesión de deberes y funciones de unos cuantos iniciados, severamente educados, portadores de la conciencia colectiva y devotos del bien común. Religión y ritual hacen del péyotl  o peyote (Lophophora williamsii) y de los teonanácatl, “carne de Dios” (Psilocybe mexicana, Psilocybe semperviva, Psilocybe yungensis, Psilocybe caerulescens sp.), recursos sagrados que “abren” el tonalli y descifran el lenguaje de los dioses mostrando la eternidad, adelantando el tiempo, visualizando el porvenir, con sus peligros, y confirmando el cercano final de pueblos cuyo mito de la Creación les imprimió una fatalista visión de la existencia.

 

Xavier Lozoya. Médico e investigador en plantas medicinales del Centro Médico Nacional Siglo XXI del Instituto Mexicano del Seguro Social.

 

Lozoya, Xavier, “Las plantas del alma”, Arqueología Mexicana núm. 59, pp. 58-63.

 

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