Las tumbas de Lambityeco

Michael D. Lind

Todas las tumbas excavadas en Lambityeco, Oaxaca, están asociadas con residencias, tanto las de los nobles como las de la gente común. La tumba localizada bajo el cuarto este en esas residencias era un cuarto sagrado donde los zapotecos (ca. 650-850 d.C.) practicaban el culto a los ancestros.

 

Localizada a 2 km al oeste de Tlacolula, en el valle de Oaxaca, Lambityeco era la capital de una ciudad-Estado bajo la hegemonía de Monte Albán entre 650-850 d.C. y era famosa por sus esculturas de estuco. En el palacio del sumo sacerdote, dos grandes bustos del dios de la lluvia, Cociyo, decoran el cuarto del trono sagrado (fig. 1). La fachada de la tumba del palacio real está adornada con dos auténticos retratos de un rey (coqui) y de una reina (xonaxi) (fig. 2). Según la arqueóloga Cira Martínez López, desde 1961 hasta la fecha se han excavado 31 tumbas en Lambityeco, que ocupa el segundo lugar en número de tumbas excavadas después de Monte Albán.

 

Las tumbas y las residencias

Todas las tumbas excavadas en Lambityeco están relacionadas con residencias, tanto las de los nobles como las de la gente común; no hay tumbas asociadas con templos u otras estructuras no residenciales. Algunos arqueólogos las han estudiado sin tomar en cuenta sus contextos arquitectónicos y han creído que estaban asociadas sólo con los nobles, lo cual es erróneo. Por ello es importante estudiar las tumbas no como elementos aislados sino dentro en su contexto residencial.

La presencia de tumbas en residencias de nobles y gente común no significa que sean iguales: hay una gran diferencia entre los palacios y las tumbas de los nobles, y las casas y las tumbas de la gente común. 

Las casas de la gente común están construidas al nivel del terreno y cubren un área de 70 m2,  tienen un patio central, generalmente de 3.5 m por lado, con cuatro cuartos a los lados y otros tantos en las esquinas; uno de estos últimos sirve de entrada a la casa. El patio y los pisos de los cuartos son de estuco blanco.

Las tumbas de la gente común casi siempre se encuentran debajo del cuarto este de la casa, con sus entradas al oriente. Las tumbas se mantenían sin cambios a lo largo de los 75 a 100 años que se utilizaban, mientras se hacían pequeñas remodelaciones en las casas durante este mismo lapso. Las tumbas de la gente común estaban excavadas en el tepetate macizo debajo de la casa y tienen en promedio 1.9 m de largo, 60 cm de ancho y 60 cm de alto.  La mayoría tiene muros y techos elaborados en piedra aunque los pisos son de tepetate. Éste se utilizaba para los muros y los pisos de algunas tumbas techadas con adobes. En todas las tumbas de la gente común, las jambas y el dintel son de piedra; una piedra grande tapa la entrada (fig. 3).

Los palacios de los nobles están construidos sobre plataformas de 1 a 3 m de altura y no al nivel del terreno, como las casas de la gente común. Cubren un área de 300 a 400 m2, es decir son hasta cinco veces más grandes que las casas de la gente común. El palacio real y el del sumo sacerdote comprendían dos patios, de 6 a 8 m de lado, con cuartos a los lados y en las esquinas de los patios. En el palacio real, uno de los dos patios servía como la residencia de la familia real y el otro como el centro cívico-administrativo que tenía el cuarto del trono real (fig. 4). En el palacio del sumo sacerdote, uno de los patios servía como residencia particular de su familia y el otro como centro religioso-administrativo que tenía el cuarto del trono sagrado, como ya se mencionó (véase fig. 1).

Las tumbas de los nobles se encuentran debajo del este, con la entrada por el oriente desde el patio, y en los casos del palacio del rey y del sumo sacerdote, debajo del cuarto este, en los patios que servían como centro cívico-administrativo y centro religioso-administrativo.

Desde un principio, los nobles construían las tumbas como parte de los palacios, es decir, no eran adiciones posteriores; además, las renovaban a lo largo de los 75 a 100 años que las utilizaban y construían palacios nuevos encima de los restos de los anteriores durante este mismo lapso.  La tumba real (tumba 6) y la de los sumos sacerdotes y sus esposas (tumba 2) comenzaban con una sola cámara pero a lo largo de los años se hacía una adicional para formar tumbas de dos cámaras que alcanzaban una longitud de 4 m.

Las tumbas de los nobles eran más grandes y más elegantes que las de la gente común; por ejemplo, la tumba 11, perteneciente a un noble secundario, mide 2.5 m de largo, 1 m de ancho y 1 m de alto, tiene pisos de estuco blanco y los muros son de piedras careadas cubiertos de estuco blanco; cuenta con nichos en los muros norte, sur y este (las tumbas de la gente común no tienen nichos); el techo está hecho con lozas largas y con monolitos como dinteles: uno en la entrada y otro en el umbral. La entrada se tapaba con una gran loza cuadrada que mide 1 m por lado. La fachada alcanza una altura de 2 m sobre el umbral y está adornada con paneles enmarcados por dobles escapularios. Tiene restos de murales en todos sus muros interiores.

 

Los entierros

Como todas las residencias de la gente común y de los nobles están asociadas a tumbas, es evidente que las tumbas eran para las familias que ocupaban las casas. Sin embargo, no se enterraba en ellas a todos los miembros de la familia: sólo la pareja casada que encabezaba la residencia tenía el honor de ser enterrada en la tumba, otros miembros de la familia (bebés, niños, adolescentes y algunos adultos) se enterraban en sepulturas excavadas debajo del patio o en los cuartos, o a veces en el solar cerca de la casa (véase fig. 3). 

Construida como parte de la residencia, la tumba era planeada para recibir los restos de una u otra persona del matrimonio que encabezaba la casa en el momento de su muerte. Cada vez que enterraban a alguien en la tumba, removían los restos del entierro anterior a un lado para dar lugar al nuevo cuerpo. Como sepultaban de seis a ocho personas en la tumba a lo largo de tres o cuatro generaciones (75 a 100 años), calculando 25 años por generación, los huesos de entierros previos quedaban revueltos, mezclados y amontonados. Esta práctica se daba entre los nobles y la gente común.

El análisis de los huesos humanos de las tumbas de Lambityeco muestra que casi todos quedaban dentro, excepto los de los reyes de la tumba 6, asociada al palacio real; ahí faltaban huesos, especialmente los fémures, los más grandes y macizos del cuerpo humano, lo que indica que los reyes sacaban los de sus ancestros. Sobre la tumba 6 hay un monumento conmemorativo con frisos que contienen imágenes de parejas que debieron ser los reyes (coqui) y reinas (xonaxi) enterrados en la tumba. Cada rey tiene un fémur en la mano –que debía ser el de su padre–, que sacaba de la tumba como símbolo de su derecho hereditario a reinar (fig. 5).

La tumba 6 del palacio real contiene datos –adicionales a los de los frisos–, lo que permite concluir que sólo la pareja casada que encabezaba la residencia se enterraba ahí. Su fachada tiene dos cabezas esculpidas de tamaño natural, que son auténticos retratos del rey (coqui) y la reina (xonaxi), que representan a la última pareja enterrada en la tumba (véase fig. 2). Esto es evidente porque las cabezas fueron colocadas en la fachada al mismo tiempo que se construía el último palacio real. Estos retratos se han identificado por sus nombres calendáricos: el coqui 1 Lachi (1 Juego de Pelota) y la xonaxi 10 Naa (10 Maíz). El último entierro en la tumba fue el de una mujer de 45 años, que debió ser la xonaxi 10 Naa. Al igual que en los entierros anteriores, en el suyo los huesos están revueltos y mezclados, por lo cual no se puede identificar el entierro del coqui 1 Lachi. La escultura de la cabeza del coqui 1 Lachi lleva aretes de colmillos de jaguar, y en la tumba se encontraron los que llevaba cuando murió y fue enterrado.  

 

Las ofrendas

Del mismo modo que hay grandes diferencias entre las residencias y las tumbas de los nobles y de la gente común, las hay entre las ofrendas. Las tumbas de la gente común tienen un promedio de 30 objetos, cinco por individuo enterrado en la tumba; en cambio, las de los nobles tienen más de 180 objetos, 30 por cada individuo enterrado. La diferencia no sólo radica en la cantidad de objetos sino también en la variedad. 

Las ofrendas en las tumbas de nobles son de hasta 40 diferentes tipos de objetos pero las de la gente común tienen aproximadamente 10, lo que muestra la gran diversidad de elementos entre ambas.

La mayor parte de los objetos en las tumbas de nobles y de la gente común son cajetes cónicos que servían como contenedores para la comida y sahumadores en que se quemaba copal o incienso. Estos últimos se encuentran frente a la entrada afuera de las tumbas y se utilizaban para purificar ritualmente el área con el humo del copal, al abrir y después de cerrar la puerta cuando enterraban el cuerpo (fig. 6a). Entre la gran variedad de objetos localizados en las tumbas de los nobles hay cuentas y pendientes de piedra verde y turquesa que, como los aretes de colmillos de jaguar, debieron ser los adornos que llevaban los nobles en el momento de ser enterrados. También hay huesos grabados con imágenes de los ancestros (fig. 6b) y restos de muchas aves que se sacrificaban y se dejaban como ofrendas.

Algunos objetos especiales hallados en todas las tumbas de nobles, y a veces en ciertas tumbas de la gente común, son las vasijas efigie, de las cuales se localizaron nueve asociadas con la tumba real (tumba 6): cuatro urnas, cuatro botellones con efigies y una vasija en forma de jaguar. Las urnas representan dioses zapotecos como Cociyo, dios de la lluvia, Pitao Cozobi, dios del maíz y Pitao Pezeelao, dios de la muerte. Aunque los botellones tienen efigies de Cociyo, en uno hay una cara humana que seguramente representa al dios del maíz, Pitao Cozobi. Las pocas tumbas de la gente común con vasijas efigie generalmente sólo tienen una pequeña urna, tal vez obsequio de nobles a algunos de la gente común.

Las vasijas en forma de jaguar se han encontrado exclusivamente en la tumba de los reyes (tumba 6) y en la de los sumos sacerdotes (tumba 2) y no en las de nobles secundarios ni de gente común; tal vez sean ofrendas sólo para los del linaje real. Las vasijas de jaguares tienen un orificio circular en la parte posterior, como las grandes esculturas de los mexicas llamadas cuauhxicalli o los recipientes para los corazones de los seres humanos sacrificados. Las vasijas zapotecas son de cerámica y pequeñas pero podrían ser recipientes para los corazones de animales pequeños sacrificados. Al igual que la urna de Pitao Pezeelao –dios de la muerte–, de la tumba 6, la vasija de jaguar de la tumba 2 tiene un collar con un pendiente en forma de cuchillo lo que muestra su asociación con el sacrificio.

 

Michael Lind. Doctor en antropología por la Universidad de Arizona. Ha realizado excavaciones arqueológicas en Cholula, la Mixteca Alta y el Valle de Oaxaca. Autor de varios libros y artículos sobre Cholula, la Mixteca y el Valle de Oaxaca. Ha sido profesor de antropología en Santa Ana College, en Santa Ana, California, y en la Universidad de las Américas, en Cholula, Puebla. Actualmente está jubilado.

 

Lind, Michael D., “Las tumbas de Lambityeco”, Arqueología Mexicana núm. 132, pp. 36-41.

 

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