Los conejos y la embriaguez

Patricia R. Anawalt

La ambivalencia con que los mexicas se relacionaban con el pulque, la única bebida embriagante que conocían, es registrada por diversas fuentes, en las que lo mismo se apunta su papel de generador de adicciones y conductas antisociales, efectos simbolizados en el conejo o tochtli, que su importante función ritual. Tal vez por ello, al parejo de severas restricciones en su consumo, los mexicas reverenciaban a los dioses del pulque.

 

Desde el momento en que el hombre se percató de la existencia de las bebidas embriagantes, éstas han sido una bendición ambivalente. Cumplen una importante función, aceptada como propiciatoria de ocasiones festivas
y ceremoniales, y, por otra parte, son fuente de algunos de los problemas sociales más graves: embriaguez, comportamiento antisocial y adicción. Esa ambigua función no es común únicamente al patrimonio del Viejo Mundo.

En la época prehispánica, los mexicas no sólo bebían el pulque, su única bebida embriagante, como parte integral
de al menos doce de las ceremonias
del ciclo anual sino que también honraban a una variedad de dioses del pulque. Al mismo tiempo, la embriaguez ilícita fue un problema y una desgracia para la sociedad mexica.
El exceso en la bebida fue simbolizado en la iconografía mediante
el conejo común mexicano, específicamente el Sylvilagus cunicularius. El término mexica para ese animalito fue tochtli y las imágenes de los tochtli sugieren una conducta desinhibida, producto de la embriaguez.

De todos los pueblos descubiertos durante la época de las grandes exploraciones, los mexicas fueron los más exhaustivamente documentados, gracias a las prodigiosas crónicas de los conquistadores españoles y al propio sistema de escritura pictográfica de los nativos. Por todas esas fuentes, sabemos de la ambivalencia de los mexicas respecto a la embriaguez y en ellas encontramos pistas acerca de cómo el conejo llegó a representar los estimulantes efectos de la fuerte bebida.
El calendario religioso de  los mexicas se basaba en la rotación de los números 1 al 13 y constaba de 20 signos  para los días, cada uno con su propia deidad en particular. El nombre del octavo día del ciclo ritual era "conejo", cuya patrona era Mayahuel, diosa del maguey o "planta centenaria".
Es obvio que la asociación entre la planta y el animal se basaba en hechos reales: los españoles observaron que los conejos habitaban en lugares ocultos e inaccesibles entre los magueyales.
El pulque, única bebida embriagante de los mexicas, se obtiene de la fermentación del aguamiel, la dulce savia del maguey. Durante la fermentación, se buscaba hacer más fuerte la bebida, añadiéndole la raíz de un matorral, la "madera del pulque" (Acacia angustissima), a la que los frailes españoles del siglo XVI llamaron "raíz del diablo", mostrando así su reprobación por el desenfrenado comportamiento provocado por el pulque. Muy en concordancia con lo anterior, en una ilustración de un ritual mexica se ve a la diosa Mayahuel surgir de un maguey, sosteniendo dos haces de una raíz en forma de cuerda. Hay otras dos imágenes que también se usaban para identificar el pulque en los códices. Una de ellas es la espuma de la bebida, que en una pintura nativa es alabada por tres locuaces conejos ebrios: sus enjoyadas vírgulas de la palabra elogian la ingestión del espumoso pulque de blanca cabeza. El otro signo de la bebida es una inconfundible nariguera en forma de U que usaban los dioses del pulque. Tanto ese signo como la espuma son frecuentes en los recipientes de pulque.

La embriaguez fue un problema social grave entre los mexicas. Uno de los informantes de fray Bernardino de Sahagún, el más importante de los cronistas de los mexicas, le relató que, en su primer discurso al pueblo, el nuevo gobernante advertía sobre los diversos efectos malignos del pulque, causa del mal y la perdición. Bajo los efectos del pulque, las personas se vuelven vanas y presuntuosas, propensas al adulterio, el hurto, la glotonería, el descontento y la ruina. Consecuentemente, los mexicas adoptaron rigurosas medidas para limitar las ocasiones en que era permitido darse al consumo de tan embriagadora substancia. Hasta que un individuo llegaba a la venerable edad de 70 años, la ingestión de pulque fuera de las ocasiones rituales era castigada con la muerte, pero, en marcado contraste con esas draconianas medidas de control, los mexicas tenían una visión fatalista sobre la debilidad humana y la embriaguez, e incluso su cosmología ofrecía una explicación racional de ella.

En el mundo mexica, el intento por predecir el futuro dependía de una fuerza vital cuyo eje era particularmente la fecha de nacimiento de la persona, pues se creía que ejercía una influencia decisiva a todo lo largo de la vida. Ninguna fecha de nacimiento era tan infausta como ome tochtli, "2 conejo". Toda persona nacida bajo su influencia estaba condenada a la embriaguez, a no hacer nada más que beber "como un cerdo". A causa de la constante preocupación por el pulque, olvidaría todo: alimento, reposo, cuidado personal, familia, respeto de sí mismo y salud. El borracho destinaba su jornada entera a la bebida, desde que despertaba hasta que caía en el sopor que provoca la embriaguez. Cuando se le veía gritar, llorar o reñir bajo la influencia del pulque, se decía de él: "es como su conejo".

 

Los "cuatrocientos conejos"

Ahora bien, a pesar de que reconocían los daños que causaba esa fuerte bebida alcohólica, los mexicas reverenciaban a los dioses del pulque y les dedicaban una ceremonia cada 260 días para honrarlos. Los mexicas se referían a Las deidades del pulque colectivamente mediante una metáfora para "muchos": centzontotochtin, Los "cuatrocientos conejos", aunque en realidad no eran sino unos diez o veinte. Se les celebraba en su día, ome tochtli, 2 conejo, fecha en la que se sacaba un gran cuenco de piedra labrada en forma de conejo. El singular recipiente, llamado ometochtecómatl, "vasija 2 conejo", se colocaba ante la imagen de uno de los dioses principales del pulque y se llenaba a rebosar. En esa ocasión ritual en particular, se permitía a los viejos y a los guerreros meter sus popotes en la espumosa bebida y beber a sus anchas. Además de la enorme vasija 2 conejo usada en las ocasiones ceremoniales, había vasijas individuales también llamadas ometochtecómatl, de las que al menos se han encontrado dos en sitios arqueológicos. Asimismo, en algunos textiles entregados como tributo, aparece el mismo tipo de recipiente: una vasija trípode "alada" decorada con la nariguera de los dioses del pulque. Esos textiles eran manufacturados en las provincias del imperio mexica situadas a lo largo de la Costa del Golfo, donde, a juzgar por el predominio de los topónimos que incluyen el nombre tochtli, eran frecuentes los sucesos relacionados con el conejo.

En la época del contacto con los españoles, la lingua franca de todo México y América del Centro era el náhuatl, el idioma de 
los mexicas, y fueron los caciques mexicas quienes atribuyeron los topónimos que incluían la palabra tochtli a sus recién domeñadas provincias del Golfo. Dado que el conejo simbolizaba la embriaguez entre los 
mexicas, el nombre implica que había un 
abundante consumo de pulque en las provincias costeras en el momento de ser sometidas por aquéllos, y, si suponemos que
el consumo de pulque tenía las mismas implicaciones simbólicas para las culturas de
esas tierras bajas que para los mexicas, debió de haber existido un culto a un dios del
pulque también en esas zonas tropicales; sin
embargo, la asociación es extraña, pues el tipo de maguey del que proviene el pulque no crece en tierras tan bajas. Al parecer, el consumo de pulque en la región de la Costa del Golfo fue un fenómeno procedente del exterior, introducido en las tierras bajas del Golfo por sus vecinos del norte, los mal reputados huastecos, pueblo aficionado a esa bebida embriagante.

Traducción: Elisa Ramírez

 

Patricia Rieff Anawalt. Directora del Centro de Estudios del Atuendo Regional del Museo Fowler de Historia Cultural, Universidad de California, Los Ángeles.

 

Rieff Anawalt, Patricia, “Los conejos y la embriaguez”, Arqueología Mexicana, núm. 31, pp. 66-73.

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