Los mayas en la península de Yucatán. Viejas ideas, nuevas ideas

Adriana Velásquez Morlet, Enrique Nalda

Las investigaciones realizadas en los últimos tiempos en la península de Yucatán han proporcionado un caudal de información, que ha llevado a replantear las ideas vigentes desde hace 50 años sobre la historia de los antiguos mayas en esa región.

 

Los primeros textos de síntesis sobre los mayas antiguos son de la primera mitad del siglo XX. El más influyente de esos escritos pioneros es, sin duda, The Ancient Maya, libro de Sylvanus Morley cuya primera edición es de 1946. Funcionó como texto de divulgación pero, también, de síntesis del conocimiento acumulado hasta esa fecha, y como transmisor de ideas sobre la historia de los mayas, que fueron compartidas durante muchos años por los académicos. Esas ideas han tenido un curioso devenir: muchas han sido enteramente desechadas, otras han regresado del olvido. De estas últimas, la más importante es la idea de que la agricultura maya era, fundamentalmente, de tumba y quema, una técnica en la que las parcelas se habilitan por corte y quema de la vegetación en pie, se siembra entre las cenizas producidas al quemarse la vegetación cortada, ya seca y, después de dos o tres años de producción, se abandona la parcela a fin de que el suelo recupere su fertilidad.

Apoyados en gran medida en imágenes de foto aérea y de radar, muchos mayistas llegaron en los setenta a rechazar esta idea y a suscribir la tesis alternativa de que la economía agrícola de los mayas no era diferente a la de los habitantes del Centro de México, que la técnica de tumba y quema era sólo una estrategia m‡s dentro de una amplia gama de técnicas entre las que se encontraba la de cultivo en "campos levantados", equivalentes a las chinampas de, por ejemplo, el Lago Chalco-Xochimilco. Estudios recientes han demostrado, sin embargo, que si bien los mayas conocían y practicaban la hidroagricultura, que llegaron a construir campos levantados, trazaron sistemas de riego y de drenaje y, también, terrazas para contener la erosión del suelo, la técnica agrícola dominante y generalizada fue, sin duda, la de tumba y quema. Esa técnica, por su alta productividad y adaptabilidad a las condiciones ambientales del área maya, fue base suficiente para el desarrollo –espectacular y complejo, como lo fue– de esas sociedades. 

De esta manera, las ideas de Morley sobre la agricultura maya, compartidas extensamente por sus contempor‡neos, siguen, en esencia, vigentes.

 

Teocracia, guerra y colapso

 

Muchas otras de las ideas de Morley han sido, sin embargo, superadas. La primera –y a pesar de voces aisladas que siguen defendiendo la tesis de una sociedad temprana maya esencialmente teocrática– es la caracterización del Clásico maya como un periodo, según Morley, de “comparativa tranquilidad”, idea difícil de mantener cuando ya se conocían los murales de Bonampak y se tenían mœltiples registros en estelas de ese periodo de cautivos de guerra (individuos o pueblos completos conquistados). Hoy día, con un cúmulo de evidencia adicional que la contradice, no es posible sostener la tesis de que los enfrentamientos bélicos a gran escala, el sacrificio humano y, en general, la violencia como modus operandi son características exclusivas del Posclásico. Queda por definir, sin embargo, si las guerras tuvieron siempre el propósito de someter a otros pueblos a fin de obtener tributo, o en algún momento fueron simples confrontaciones entre elites sin otro propósito que el ejercicio mismo de un ritual y el hacerse de cautivos para el sacrificio. Pero, haya sido una actividad circunscrita al ámbito de lo simbólico o con intenciones mucho más materiales, el hecho es que hoy día no hay duda de que la guerra fue una constante a lo largo de toda la historia de los mayas. Lo que queda por delante es explicar su persistencia, es decir, encontrar las razones detrás de ese belicismo cíclico o permanente.

 

Velásquez Morlet, Adriana, y Enrique Nalda, “Los mayas en la península de Yucatán. Viejas ideas, nuevas ideas”, Arqueología Mexicana núm. 75, pp. 30-37.

 

• Adriana Velázquez Morlet. Arqueóloga. Directora del Centro INAH Quintana Roo.

• Enrique Nalda. Arqueólogo y doctor en antropología. Investigador de la Dirección de Estudios Arqueológicos, INAH.

 

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