Los mitos, las plantas y la cosmovisión

En las antiguas creencias del México antiguo (como en otras partes del mundo) se cree que el origen de las cosas necesarias para la sobrevivencia humana, entre ellas las plantas, son proporcionadas por alguna deidad, cuyas partes, gracias a su sacrificio, se convienen en la sustancia de la vida del hombre y garantizan su reproducción. Éste es el caso de Tlaltecuhtli, la tierra misma, que con partes de su cuerpo dio origen a todo el fruto necesario para la vida del hombre. Otro mito nahua narra que la diosa Xochiquétzal, "flor preciosa”, fue mordida en su vulva por un murciélago enviado por Tezcatlipoca y que lo que arrancó se convirtió en flores de mal olor para los dioses, que las enviaron a Mictlantecuhtli, numen del inframundo, quien las lavó y las convirtió en flores perfumadas. Así, algunas flores se volvieron va liosas por su olor y otras por "su bien parecer". A algunas se les otorgó un carácter sagrado, al separárseles de las plantas profanas, y sirvieron para fines ceremoniales y mágicos, como sucedió con el nardo u omixochitl (Polianthes tuberosa), el pericón o yauhtli (Tagetes lucida) y el cempoaxóchitl (Tagetes erecta), hoy conocida como flor de muerto o clavel americano, flores que por su perfume tan fuerte han servido como medio de comunicación o atracción de los seres sobrenaturales, o como protección contra ellos.

Estos mitos, por lo tanto, hablan del origen de las cosas más importantes para la existencia humana, a las cuales pertenece el complejo flor-cueva, como el caso de la cueva de cuatro pétalos de la Pirámide del Sol, en Teotihuacan, cuyo carácter fundacional fue relacionado por Heyden con el origen simbólico de México-Tenochtitlan, ya que el emblemático nopal se encontraba sobre una cueva de la que brotaba un manantial con agua de dos colores. Como han señalado otros estudiosos, además de Heyden, muchas otras cuevas son lugar de origen y legitimación de diversos grupos étnicos y tienen forma de flor, aunque de siete pétalos, como la de Chicomóztoc.

 

Tomado de , Ana María L. Velasco Lozano y Debra Nagao, “Mitología y simbolismo de las flores”, Arqueología Mexicana núm. 78, pp. 28-35.

 

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