Los significados del jade

Karl Taube

El jade no sólo fue en extremo valorado por su rareza y hermosura en la antigua Mesoamérica, también era algo sagrado imbuido de conceptos de abundancia y vida, que incluían el agua, el maíz e incluso el alma. En los depósitos de ofrendas, el jade tuvo también una significación cósmica directamente relacionada con el centro y el mundo. Aunque mucho de este simbolismo podría corresponder al Preclásico olmeca, puede también percibirse entre los mayas y otras culturas del Clásico y el Posclásico de la antigua Mesoamérica.

 

De todos los materiales preciosos disponibles, incluso oro, plumas de quetzal y turquesa, ningún otro estuvo tan arraigado en la antigua Mesoamérica como el jade. Estrictamente hablando, el jade de la Mesoamérica antigua es jadeíta, un mineral del grupo mineralógico de los piroxenos que también se encuentra en Birmania o Myanmar. En comparación con la nefrita, la piedra que se utilizaba en la antigua China, la jadeíta es más sólida y tiene una gama de colores más amplia e intensa, entre ellos ricos púrpuras y brillantes verdes esmeralda. En Mesoamérica, las únicas fuentes conocidas provienen del valle del Motagua Central, región situada al este de Guatemala, y aunque la fuente del jade azul olmeca ha sido objeto de cierta discusión, se le ha documentado también en esta región recientemente, abarcando la cuenca del río El Tambor, el cual conecta con el río Motagua. Hacia el comienzo del Preclásico –con la adopción de la agricultura, el sedentarismo y la cerámica–, la jadeíta ya estaba siendo explotada en esa área y era llevada a lo que se convertiría en el área nuclear olmeca de la costa del Golfo. Así pues, gracias a las excavaciones dirigidas por Ponciano Ortiz y Carmen Rodríguez en el sitio manantial de El Manatí, Veracruz, se han registrado hachas y cuentas de jadeíta de la fase Ojochí, de aproximadamente 1400 a.C. Está muy claro que lo que atrajo de la jadeíta a los primeros agricultores de Mesoamérica fue su densidad y solidez excepcionales, lo cual hizo posible fabricar hachas de excepcional y eficiente filo y brillante pulido. Sin embargo, el color era, por supuesto, otro componente principal: los matices azulosos y verdosos, que aludían tanto al agua como a la producción agrícola, especialmente al maíz. Más que ser usados como hachas en sí, estos objetos de jade eran claramente considerados como artículos preciosos y sagrados, razón por la cual se ofrendaban al manantial sagrado de El Manatí.

 

El jade entre los olmecas

Aunque el jade trabajado aparece muy pronto en Mesoamérica, es hasta el Preclásico Medio (ca. 900-500 a.C.) que se generaliza en los sitios olmecas, especialmente en La Venta, Tabasco. Las excavaciones aquí dejaron al descubierto exquisitos objetos de jade, entre ellos cuentas, orejeras y otras joyas labradas para los gobernantes locales. Asimismo, hay también hachas notablemente pulidas, algunas de las cuales muestran imágenes incisas relacionadas con el maíz. Cerca de La Venta se halla el arroyo Pesquero, donde a fines de 1960 se descubrió una gran cantidad de jade del Preclásico Medio. Junto a máscaras de jade de tamaño natural, se encontraron hachas con finas incisiones, algunas con una compleja imaginería vinculada al maíz. En una de las más sobresalientes está una imagen central del dios olmeca del maíz, enmarcada por elementos en forma de hacha en las cuatro esquinas, delineando un modelo cósmico del mundo como un campo de maíz de cuatro lados en el que el dios del maíz que constituye el axis mundi (fig. 1). De manera esquemática, se trata del motivo “barra y cuatro puntos”, en el que la barra horizontal del centro sigue aludiendo a la deidad del maíz que se encuentra de pie en el centro de una milpa. En La Venta, los olmecas también elaboraron una estela de esquisto verde con la forma de las hachas en las que se representaban imágenes del dios del maíz (figs. 2a-2c). Asimismo, la ofrenda 4 de La Venta contenía un grupo de figurillas, la mayoría de piedra, con hachas de jadeíta colocadas verticalmente como si fueran estelas. En otras palabras, las estelas eran enormes hachas, y las hachas eran estelas en miniatura.

Entre los olmecas del Preclásico Medio, las hachas de jadeíta y serpentina –una piedra verde similar pero más suave– se enterraban comúnmente en ofrendas. Entre las más notables de éstas se encuentran las ofrendas masivas de La Venta, en las que se halla un mosaico de losas de serpentina con forma de hacha sobre toneladas de serpentina en bruto, todo importado de áreas tan distantes como Oaxaca (fig. 3a). Aunque el mosaico se ha interpretado con frecuencia como una “máscara”, es en realidad un modelo del cosmos basado en la misma composición básica de las hachas incisas con el “motivo de la barra y los cuatro puntos”, en este caso con una hendidura en la parte superior, lo cual se relaciona con las hachas, el verde y el maíz en crecimiento. Así, una figurilla de jadeíta olmeca finamente incisa que se cree procede del río Pesquero representa el tocado del dios olmeca del maíz; en la parte posterior se ve una versión muy similar del mismo motivo (fig. 3b). La ofrenda 10 de La Venta está formada por hachas de jadeíta y serpentina dispuestas en forma de cruz, orientada hacia las direcciones cardinales más que a los puntos intercardinales (fig. 4a). Esto es también cierto para otros sitios del Preclásico Medio, entre ellos San Isidro, Chiapas, y Cival, Guatemala (figs. 4b-c). En el caso de Cival, se colocaron cinco hachas de jadeíta verticalmente en un foso en forma de cruz; la más fina de las hachas se encuentra en el centro; sobre ellas se colocaron cinco grandes ollas de cerámica, seguramente aludiendo a la lluvia que da vida a los jades “plantados”.

 

El simbolismo del jade

En vista de su cercanía con la región olmeca, no es sorprendente que los mayas del Clásico (ca. 250-900 d.C.) compartan muchos conceptos relacionados con el simbolismo del maíz. Como en el caso olmeca, el maíz es un tema capital, no sólo por las muchas representaciones de este que aparecen en pendientes y figurillas de jade, sino también por los gobernantes que personifican a la deidad del maíz vestidos con ricos conjuntos de adornos de jade, que incluyen hachas para cinturón, máscaras, figurillas y faldas de cuentas. En el arte monumental del Clásico maya, los reyes usaban a menudo placas en forma de hachas, en grupos de tres, que colgaban de sus cinturones. He realizado trabajos experimentales en los que he reproducido cinturones de jade, que emiten sonidos estridentes, casi metálicos, cuando se usan, y que deben haber sido un llamativo componente de las danza y representaciones de la realeza. Como en el caso de la Placa de Leiden, las hachas para cinturón pueden mostrar incisiones complejas, muy parecidas a las estelas del Clásico maya. Como las olmecas, las hachas del Clásico maya se relacionaban conceptualmente con esas estelas, y en Copán se han identificado epigráficamente como “hachas de piedra”. 

En el Clásico maya se creaban espacios sagrados al depositar ofrendas de jade con el simbolismo cuatripartita. En Copán cierto número de ofrendas contienen jades colocados en las cuatro direcciones, con la deidad maya del maíz al centro, lo que recuerda al dios olmeca del maíz con el motivo de la barra y los cuatro puntos, así como las ofrendas de hachas olmecas (figs. 5a-5b). Además de Copán, este plano cósmico también se presenta en el entierro de K’inich Janahb Pakal en Palenque, quien aparece como el dios del maíz sobre la tapa de su sarcófago, con sus ancestros reales representados a los lados como árboles que crecen con frutos. Cinco jades fueron colocados sobre el cuerpo del gran rey, cuatro en manos y pies y un quinto sobre el vientre (fig. 5c). Como en el caso del jade inciso del río Pesquero, este jade central muestra la cabeza del dios del maíz maya, aquí con la parte inferior representando un hocico de cocodrilo, y por consiguiente al dios del maíz como el axis mundi, el cual toma a menudo la forma del árbol del mundo, con un cocodrilo de cabeza como base y tronco (fig. 5d).

Como en el caso de los olmecas, una de las formas más elaboradas pero también más difundidas del trabajo en jade maya fueron las orejeras, las cuales son a menudo demasiado grandes y talladas con tal delgadez como para permitir que la luz pase a través de la piedra semitranslúcida. Uno de los temas esenciales de tales joyas es el de una flor abierta, a menudo con pétalos representados en el interior. Casi invariablemente, una cuenta de jade alargada sale del centro de la orejera.

 

Karl Taube. Doctor en antropología. Profesor de antropología en la Universidad de California Riverside.

 

Taube, Karl, “Los significados del jade”, Arqueología Mexicana núm. 133, pp. 48-55.

 

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