Mitología y simbolismo de las flores

Ana María L. Velasco Lozano, Debra Nagao

Las flores –como expresión fundamental de la naturaleza– estuvieron impregnadas de distintos significados. Se presenta aquí un panorama de su importancia en el México antiguo, la cual prevalece en gran parte de las comunidades que han participado de la tradición mesoamericana.

 

 

La flor en Mesoamérica

Por medio de sus creencias y su modo de vida, los numerosos pueblos mesoamericanos han reflejado a lo largo de la historia su visión del mundo y su relación con él, tanto el natural como el sobrenatural. El primero es sumamente diverso desde el punto de vista ecológico; sólo por nombrar a las plantas, una de cada diez de las 250 000 especies del mundo se encuentra en territorio mexicano, de las que 50 % son endémicas, es decir, no existen en ninguna otra parte (Dirzo, 1994). Fueron mœltiples los usos de las plantas entre los mesoamericanos: medicinal, artesanal, alimenticio, decorativo, sagrado, energético, simbólico y adivinatorio, entre otros. Asimismo, aprovecharon los elementos de diversos ecosistemas, como plantas acuáticas, de la montaña, de las praderas, las xerófitas de lugares secos, e incluso buscaron adaptar plantas de lugares lejanos que tenían usos especiales. Así, la combinación entre la diversidad étnica y la ecológica dio por resultado una riqueza cultural muy arraigada que ha logrado mantenerse en gran medida gracias a la resistencia de un núcleo común mesoamericano, como bien apunta López Austin. Esto se refleja en los usos y las creencias que prevalecen sobre la naturaleza, que son resultado de un largo proceso y que se conservan entre los pueblos campesinos mesoamericanos. Incluso en los que han sido totalmente despojados de su raigambre agrícola, al ser incorporados a las ciudades, queda en su memoria histórica parte de la antigua cosmovisión.

En las sociedades prehispánicas, las flores ofrecen un amplio panorama de significados, que fueron adaptados a las diversas cualidades de las diferentes especies. Las antiguas representaciones de las flores, en gran variedad de materiales, no eran solamente decorativas, sino que formaban parte de un simbolismo basado en el respeto y la preocupación por el bienestar de los dioses, que se manifestaba en los elementos de la naturaleza.

Las plantas y las flores han estado presentes en diversos periodos y culturas de Mesoamérica. Del Preclásico, hay representaciones de maíz y de brotes de vegetación en hachas olmecas de piedra verde y en relieves en las rocas de Chalcatzingo, Morelos. En las estelas de Izapa, Chiapas, se ven árboles, algunos dando frutos, en escenas que aparecen en la epopeya del Popol Vuh, obra de un periodo posterior.

En el Clásico proliferaron las imágenes de flores en varios contextos y con una mayor diversidad de connotaciones. Heyden escribió que la flor tetrapétala ha tenido un significado polifacético en las culturas antiguas y actuales de Mesoamérica, y que es uno de los símbolos persistentes en la mente y en el lenguaje de sus habitantes. Hay numerosas representaciones de flores de cuatro pétalos en Teotihuacan, estado de México: en la arquitectura, esculpidas en la Subestructura de los Caracoles Emplumados; grabadas en las vasijas trípodes de barro; moldeadas en los adornos adheridos a los incensarios, o como tocado de figurillas de barro. Asimismo, tuvo gran difusión en otras partes, por ejemplo en Tlalancaleca, Puebla, en un relieve de piedra (Heyden 1983, p. 92). De acuerdo con Heyden, esta flor aparece con tanta persistencia en Teotihuacan coronando algunas figurillas, que es probable que tenga un sentido dinástico. Heyden asoció este simbolismo con la cueva que se encuentra bajo la Pirámide del Sol, en Teotihuacan, la cual fue modificada para darle forma de flor y que posiblemente funcionó como lugar sacro, oráculo, punto de llegada de peregrinos, y es uno de los símbolos fundacionales de sitios sagrados y ciudades.

Las flores teotihuacanas también formaron parte de la iconografía de la pintura mural, a veces aludiendo a un lugar paradisíaco (como en el Tlalocan de Tepantitla), otras veces refiriéndose al canto y a lo bello de las palabras —simbolizado en las vírgulas floridas que salen de la boca de diversos personajes— y como arbustos en plena flor como motivos centrales (en Techinantitla), tal vez en alusión a topónimos o a linajes.

 

Velasco Lozano, Ana María L., y Debra Nagao, “Mitología y simbolismo de las flores”, Arqueología Mexicana núm. 78, pp. 28-35.

 

• Margarita Velasco Mireles. Pasante de la maestría en arqueología. Investigadora en la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH. Directora del Proyecto Arqueológico-Minero de Sierra Gorda.

 

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