Prácticas mortuorias olmecas

Enrique Villamar Becerril

En el área nuclear olmeca se han registrado prácticas mortuorias en cuatro sitios: La Venta, en Tabasco; El Manatí, San Lorenzo y Loma del Zapote, en Veracruz. 

El caso de La Venta es de 1942, cuando Matthew Stirling y Philip Drucker, pioneros de la arqueología olmeca, realizaban excavaciones en el montículo A-2 del centro ceremonial, durante su primera temporada de campo en el sitio. Ahí descubrieron una tumba cuyas paredes y techo constaban de columnas de basalto. En el piso de la tumba hallaron los restos óseos de dos sujetos en muy mal estado de conservación, recubiertos de pigmento rojo; en cada caso, los pocos fragmentos de hueso largo y un diente decidual fueron atribuidos a un individuo juvenil. Casi cuatro metros al sur de la tumba, Stirling y Drucker descubrieron lo que denominaron un sarcófago: una caja rectangular de piedra (282 cm de largo, 96 cm de ancho y 89 cm de altura) y su respectiva tapa. En la parte exterior, en uno de sus extremos, la caja tiene grabado el rostro de un jaguar o saurio. En el interior había objetos de jade (dos orejeras, una figurilla antropomorfa y dos pendientes), pero sin vestigio alguno de restos óseos; no obstante, los objetos mostraban un acomodo similar al que ocuparían en el cuerpo de un individuo.

El Manatí, al sur del estado de Veracruz y 20 km al sureste de San Lorenzo, es célebre por la singularidad de los hallazgos realizados por los arqueólogos Ponciano Ortiz y Ma. del Carmen Rodríguez. En lo que fue el lecho de un antiguo arroyo abastecido por un manantial al pie del cerro El Manatí, los investigadores localizaron ofrendas depositadas durante varios momentos a lo largo de 400 años. Para 1200 a.C., las ofrendas constaron de pelotas de hule, bustos de figuras humanas elaboradas en madera –cuyos rostros muestran el inconfundible estilo artístico olmeca (piezas únicas en el corpus escultórico de dicha cultura)– y también restos humanos de infantes posiblemente neonatos. Los cuerpos de los infantes mostraban distinto acomodo. En dos de ellos, los restos óseos se hallaron en correcta posición anatómica, propia de un individuo completo, mientras que en otros estaban disgregados, esto último posiblemente como resultado de la desarticulación intencional llevada a cabo por los olmecas. La presencia de restos humanos como parte de las ofrendas ha sido interpretada por quienes estudiaron el contexto como una posible evidencia de sacrificio ritual.

San Lorenzo es el centro regional olmeca más antiguo (1200-850 a.C.). En 1994, gracias al Proyecto Arqueológico San Lorenzo Tenochtitlán, dirigido por la arqueóloga Ann Cyphers, se localizó evidencia de un osario (depósito de varios individuos, no necesariamente completos, en el que predomina la desarticulación y dispersión de los segmentos corporales) cubierto por abundante cerámica y con al menos seis individuos. Las características biológicas de la muestra ósea sugieren una selección de individuos según su edad, pues sólo hay sujetos adultos, y quizás también por sexo, aunque esto último no pueda afirmarse, pues sólo en dos casos fue posible determinar que eran masculinos. Tras su muerte, los cuerpos fueron desarticulados, tarea que se realizó en otro lugar, donde también se habrían seleccionado las partes anatómicas que se colocaron en el osario. La ceremonia fue cuidadosamente preparada y ejecutada. Las implicaciones simbólicas y sociales de semejante ceremonia están en estudio por quien esto escribe.

 

Villamar Becerril, Enrique, “Prácticas mortuorias olmecas”, Arqueología Mexicana núm. 87, p. 55.

 

Enrique Villamar Becerril. Antropólogo físico por la ENAH. Cursa el doctorado en estudios mesoamericanos por la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

 

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