Razas de perros mesoamericanos. Características morfológicas y moleculares

Ana Fabiola Guzmán, Joaquín Arroyo-Cabrales

Para aproximarnos al conocimiento y uso de los perros que había entre los antiguos pobladores prehispánicos, se cuenta básicamente con dos tipos de herramientas: las relaciones y censos elaborados en el siglo XVI –así como representaciones en figurillas y códices– y los restos arqueológicos. Con estos últimos se estudian los rasgos morfológicos y, más recientemente y gracias a las innovaciones biotecnológicas, los rasgos moleculares.

 

Uno de los contrastes notables que había en el siglo XVI entre la cultura occidental de los europeos y la cultura de los pueblos americanos, era la casi ausencia de animales domésticos en América. Esta situación podría deberse en parte a que los trópicos americanos, área donde se desarrollaron las culturas mesoamericanas, son sistemas que alojan una rica diversidad de especies que están representadas cada una por muy pocos individuos, en comparación con las áreas templadas de Asia y Europa, en donde hay una riqueza menor de especies, pero cada una de ellas suele estar representada por muchos individuos, lo que habría facilitado el manejo de grandes conjuntos de animales de una misma especie y, con ello, su domesticación.

En Mesoamérica había sólo dos especies domésticas. Una de ellas, el perro (Canis lupus familiaris en unos sistemas de clasificación, o Canis familiaris, en otros), arribó al territorio a la par que el hombre lo hizo. La otra especie, el guajolote (Meleagris gallopavo gallopavo), fue domesticada en el Centro de México.

Aunque ambos eran animales muy apreciados por sus múltiples servicios, los perros mesoamericanos, con dos posibles excepciones, se extinguieron como raza después de la conquista, quizá por haber sido sustituidas por las razas traídas por los europeos y por un manejo no sustentable de las razas nativas.

Para aproximarnos al conocimiento y uso de estos animales que había entre los antiguos pobladores prehispánicos, se cuenta básicamente con dos tipos de herramientas: las relaciones y censos elaborados en el siglo XVI –así como representaciones en figurillas y códices– y los restos arqueológicos. Con estos últimos se estudian los rasgos morfológicos y, más recientemente y gracias a las innovaciones biotecnológicas, los rasgos moleculares. De las primeras existen muy pocas historias naturales que describan a los perros, y entre las dos principales están las elaboradas por el doctor Francisco Hernández y por fray Bernardino de Sahagún, ambas escritas en español, pero con una versión en náhuatl poco estudiada en la obra de Sahagún, además de los censos conocidos como Relaciones geográficas del siglo XVI y de otros escritos realizados en ese siglo.

 

Tipos de perros

 

Así, había dos términos generales en náhuatl para designar a cualquier perro: itzcuintli y chichi, chichitones en algunas partes. Como nombre de mascota se usaban xochcocóyotl, tetlami y teuítzotl. Los perros eran de diversos colores –blanco, negro, manchado, aleonado–, diversos tipos de pelaje –sin pelo, corto, largo– y diversas alzadas –cortos, bajos o pequeños y medianos o normales.

Aparte de los perros comunes y corrientes, las relaciones indican que había al menos otros dos tipos de perros distinguibles por su morfología particular. Uno era bajo y de patas cortas, y además, al engordarlo, se usaba para consumo humano, de ahí que también era rechoncho; este tipo de perro se llamaba tlatchichi o techichi. Un segundo tipo de perro, conocido como xoloitzcuintli y posiblemente también como teuih, era el más alto de los perros mesoamericanos y su piel estaba desnuda, ya que carecía de pelaje; sin embargo, de acuerdo con Sahagún, la carencia de pelo era un rasgo adquirido por restregar una resina a su piel cuando eran pequeños, aunque también indica que le habían dicho que así nacían en los poblados de Teutlixco y Toztlan. Un tercer tipo de perro, denominado “mechoacanense” o itzcuitepozotli, era un perro jorobado y quizá por ello no se notaba su cuello.

Las figurillas de cerámica del Occidente de México retratan tanto al xoloitzcuintli como al tlalchichi. Algunas de las que corresponden a representaciones del tlalchichi muestran un estado avanzado de engorda, momento en que adquieren un aspecto jorobado y sin cuello, de ahí que el nombre itzcuintepozotli podría indicar el estado máximo de engorda, más que a una raza en particular.

En cuanto a los restos de perro y otros cánidos recuperados en contextos arqueológicos, si bien son frecuentes en pocos casos existen esqueletos más o menos completos, por lo que es difícil observar los rasgos morfológicos que permiten identificarlos como cierto tipo de perro. La evidencia para distinguir al xoloitzcuintli son los dientes, ya que su forma es diferente de la de los perros con pelo. Asimismo, en el xoloitzcuintli adulto ocurre la pérdida de la mayor parte de los dientes caninos y premolares. En este punto hay que ser cuidadosos con el número y cantidad de piezas ausentes, pues se sabe que en las razas americanas era normal la pérdida de uno de los premolares, lo que no estaba necesariamente asociado a la ausencia de pelo. Al tlalchichi se le reconoce por la cortedad de los principales huesos largos de los miembros locomotores o patas.

El registro arqueozoológico muestra que el xoloitzcuintli y el tlalchichi eran relativamente poco comunes respecto al perro normal. La baja estatura es debida a una condición genético recesiva –acondroplasia. La ausencia de pelo y de otras estructuras de origen ectodérmico, como los dientes, condición conocida como displasia ectodérmica, es ocasionada por un gen dominante (que en condición homocigótica es letal), dominancia que habría debido observarse en el registro arqueológico con un mayor número de individuos, lo cual no sucede. ¿Será entonces que los perros desnudos no estaban ampliamente distribuidos o no eran tan abundantes, y que entonces también eran producidos artificialmente, como lo señaló fray Bernardino de Sahagún?

Si bien las variaciones en los restos arqueológicos de los perros han llevado a proponer la existencia de otras razas, hace falta todavía entender la variación morfológica de las poblaciones americanas y la influencia del dimorfismo sexual.

 

Guzmán, Ana Fabiola y Joaquín Arroyo-Cabrales, “Razas de perros mesoamericanos. Características morfológicas y moleculares”, Arqueología Mexicana núm. 125, pp. 38 – 41.

 

• Ana Fabiola Guzmán. Doctora en biología. Laboratorio de Arqueozoología “M. en C. Ticul Álvarez Solórzano”, Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico, INAH.

 

• Joaquín Arroyo-Cabrales. Doctor en biología. Laboratorio de Arqueozoología “M. en C. Ticul Álvarez Solórzano”, Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico, INAH.

 

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