Tollan, Cholollan, Madrid

Eric Taladoire

Entre los que viajaban a España desde América en el siglo XVI, hubo un grupo que incluía a indígenas que viajaron por su propia voluntad para obtener ciertos privilegios, la confirmación de su estatus o el apoyo del rey contra los abusos de los conquistadores y de los encomenderos.

 

Se ha podido registrar al menos de 200 a 300 individuos que viajaron hacia España en el siglo XVI, procedentes de lo que hoy llamamos Mesoamérica (Taladoire, 2014). Esta cifra parecería relativamente reducida, pero resulta muy significativa en comparación con los escasos viajeros provenientes del área andina (apenas unos 10 o 15), y la virtual ausencia de viajeros americanos en los otros países europeos en ese mismo siglo, descartando por supuesto a los esclavos. En esos últimos casos, el número de viajeros se incrementa significativamente en los siglos posteriores, pero en contextos muy diferentes, como asuntos administrativos o la búsqueda de alianzas.

 

Los viajeros del Nuevo Mundo

En este trabajo, básicamente, se divide a los viajeros mesoamericanos en tres grupos distintos. El primero es el más numeroso y está compuesto por aquellos individuos exiliados o enviados a España por las nuevas autoridades novohispanas. El séquito de Cortés en 1528, que alcanzó unos 100 o 120 individuos, corresponde a esta categoría, pero también los 15 cautivos que había mandado el conquistador con antelación. Por supuesto, los siete esclavos de Nueva España documentados a la fecha pertenecen a este grupo, aun si esa cifra resulta probablemente inferior a la realidad. Se puede sumar a este total algunos nobles exiliados con posterioridad, por razones políticas. El segundo grupo consta apenas de algunos individuos aislados, cuyos motivos reales desconocemos. Por ejemplo, hemos documentado la existencia de un estudiante nahua en la Universidad de Salamanca y de dos comerciantes de México-Tenochtitlan, que fueron de negocios a Madrid. El tercer grupo, integrado por unos 40 o 50 individuos, es el que más nos interesa aquí, porque reúne a indígenas que viajaron por su propia voluntad para obtener ciertos privilegios, la confirmación de su estatus o el apoyo del rey contra los abusos de los conquistadores y de los encomenderos.

En este último grupo figuran cinco delegaciones tlaxcaltecas, dos delegaciones mayas de los Altos de Guatemala, y posiblemente el cacique don Francisco Tenamaztle. Para decirlo brevemente, una primera delegación tlaxcalteca compuesta de nueve personas acompañó a Cortés en su viaje de regreso en el año de 1528. No podemos descartar la posibilidad de que su presencia en España fuera el resultado de la coacción del conquistador, como le ocurrió a don Juan Tzihuácmitl, el cacique gordo de Cempoala. Pero por lo menos no tenían el mismo estatus de rehenes o de cautivos de los nobles mexicas, sino de aliados. Además, esta hipótesis no es válida para los miembros de los cuatro viajes siguientes: en 1535 con al menos cuatro dirigentes; en 1540 con dos personas; en 1551 con cuatro dirigentes y sus ayudantes, y finalmente, en 1585 con los cuatro nobles que acompañaron a Diego Muñoz Camargo, cuando este cronista mestizo regaló el Lienzo de Tlaxcala al rey Felipe II, en nombre del cabildo de su ciudad.

Desde la Nueva Galicia, el cacique don Francisco Tenamaztle viajó en 1554 a Madrid para solicitar al rey Felipe II su libertad y la de su pueblo. Finalmente, en 1547, marcharon cuatro caciques q’eqchi’es, bajo el mando de Aj Pop Batz de los Altos de Guatemala, y poco tiempo después otro cacique k’iché de Utatlán, don Juan Cortés, quienes atravesaron el océano Atlántico con el fin de asegurar para sus pueblos la ayuda del rey contra los maltratos de los encomenderos, esto en el marco de las tentativas de fray Bartolomé de las Casas para definir un territorio de paz.

Esas ocho delegaciones distintas se dirigieron entonces al poder supremo del rey de España, tanto por motivos políticos y jurídicos como para contrarrestar los abusos del poder local de los conquistadores. Consideramos que no se trata de un fenómeno casual que la casi totalidad de esos viajeros proviniera del Centro de México, o de áreas fuertemente influidas por la cultura tolteca, como los grupos k’iché o los q’eqchi’es. Tampoco resulta fortuito que todos pertenecieran a entidades políticas dinámicas y expansionistas en el momento de la conquista. Esas áreas no fueron las únicas donde se manifestaron influencias toltecas. Chichén Itzá es obviamente el caso más documentado de los intercambios entre la Cuenca de México y el área maya. Pero al momento de la conquista, Chichén Itzá ya no existía como entidad política, y las demás ciudades de Yucatán no tenían la misma importancia. Vale la pena mencionar aquí que, hasta la fecha, no se ha podido documentar ningún viajero maya de Yucatán, salvo unos casos de piratas, en el siglo XVII. ¿Qué buscaban entonces esas delegaciones? O mejor dicho, ¿qué esperaban obtener de la corona española?

 

Tollan: la ciudad mítica

El mito de Tollan era compartido por los mexicas, las demás entidades políticas del Centro de México, los mixtecos, los mayas de Chichén Itzá y de los Altos de Guatemala. En todos esos pueblos, la superposición de esa ciudad mítica omnipotente sobre las ciudades “terrenales” forma parte integral de los mecanismos de justificación política frente a las entidades rivales (López Austin, 1994). En su obra, Alfredo López Austin analiza detalladamente los diferentes paraísos mexicas, lugares originales y misteriosos, como Tamoanchan, el Tlalocan y Tollan. Nos interesa aquí Tollan, la ciudad mítica que engloba algunas réplicas terrenales como Teotihuacan, Tula, Cholula y posiblemente Chichen Itzá.

A diferencia de los otros paraísos, Tollan es el punto donde se lleva a cabo la creación humana; donde florecen las artes, la sabiduría, la escritura y la ley, el lugar donde, al caer el poder del dirigente Quetzalcóatl, empieza la diversificación lingüística entre los pueblos. Tollan tiene entonces un profundo significado político: es la potencia suprema donde los dirigentes locales obtienen la legitimación de su título.

En su ensayo sobre la evolución de Mesoamérica en el Posclásico, Alfredo López Austin y Leonardo López Luján (1999) desarrollaron una explicación política-ritual global basada en el mito de Tollan y en la imagen de su gobernante asceta Quetzalcóatl. Después de la caída de Teotihuacan, florecieron en el Centro de México durante el Epiclásico numerosas entidades políticas rivales, caracterizadas por sus prácticas guerreras. Dichas entidades, entre las que destacaron Xochicalco, Cacaxtla, Teotenango y tal vez Cholula, controlaron territorios relativamente reducidos, probablemente homogéneos étnicamente, que se interpretan a menudo como altépetl. Son muy similares a las ciudades-Estado mayas del Clásico Tardío, y posiblemente a Cantona o Tajín del Epiclásico. Aunque resulta difícil establecer en ciertos casos la naturaleza exacta del poder, predomina su carácter dinástico. Tula Chico, ubicado en las márgenes septentrionales de la Cuenca de México, podría constituir otro ejemplo del mismo sistema político.

El cambio de poder y de ubicación, probablemente violento, de Tula Chico a Tula Grande coincide con la caída de varias ciudades rivales, entre ellas Xochicalco y Cacaxtla (Mastache, Cobean y Healan, 2002). En el área maya, la mayoría de las ciudades del Clásico ya habían dejado de existir. En Tula, el enfrentamiento entre Quetzalcóatl y Tezcatlipoca se interpreta generalmente como la toma de control político por parte de los toltecas, los campesinos-guerreros septentrionales. A diferencia de las ciudades-Estado anteriores, la población de Tula resulta muy heterogénea, con la coexistencia difícil de los nonoalcas, de los huastecos, de migrantes del Bajío y por supuesto de los toltecas. La desaparición de las entidades rivales permitió a Tula controlar un territorio mucho más amplio, que abarcaba desde el Bajío hasta la Cuenca de México, y tal vez hasta Morelos y la región de Cholula. En este contexto, cambia fundamentalmente la naturaleza del poder de las elites, como se manifiesta en la arquitectura, pero principalmente en la iconografía guerrera y sacrificial. El poder evoluciona de un control local reducido hacia un modelo hegemónico, donde el soberano se ubica en un nivel superior al de las diversas entidades locales.

Un fenómeno comparable se produjo en Chichén Itzá con la llegada de grupos foráneos, lo que posibilitó a la ciudad el control de un territorio mucho más amplio y heterogéneo que el de las ciudades anteriores del Clásico. Un poco más tarde, en la Mixteca, el dirigente 8 Venado logró someter a su reino de Tilantongo varias entidades rivales, creando así un verdadero imperio. Posteriormente, en los Altos de Guatemala, los k’ichés y los cakchiqueles, por sus conquistas, lograron también conquistar territorios donde coexistían grupos mayas muy diferentes. Finalmente, el imperio mexica constituye el ejemplo más desarrollado de un Estado donde la capital, México-Tenochtitlan, controló una gran diversidad de ciudades y de entidades políticas. En todos estos casos, la gestión política necesitó de un gobierno centralizado reconocido por todos, pero de una naturaleza distinta, superior a los poderes locales de carácter étnico. Sin que se haya sustituido al sistema anterior de dioses locales, de dioses patronos étnicos, corporativos u otros, que seguía vigente, se añadió un nivel superior de autoridad moral, política y religiosa.

Tollan, como ciudad arquetípica, alcanzó el estatus de potencia superior, responsable del orden temporal, social y espacial. Tollan era ni más ni menos que el lugar mítico donde los dirigentes locales debían obtener la legitimación de su autoridad política. Fue en Tollan donde 8 Venado logró obtener el reconocimiento de su estatus en 1097. Y fue en Tollan-Cholollan donde otros dirigentes mixtecas practicaron la perforación nasal, símbolo de su autoridad. Fue también en Tollan, Tulán Zuivá (“siete barrancas”), donde los aj pop k’ichés, que se reivindicaban como toltecas, debían buscar la confirmación de su dominio. Así, Tollan se convirtió en la referencia suprema, en la ciudad mítica de donde procedían el orden social y político, la sabiduría y la paz. Tollan era la fuente de toda autoridad, su garantía político-jurídica.

 

Eric Taladoire. Doctor en arqueología. Profesor emérito de la Université de Paris 1-Panthéon-Sorbonne, Investigador del UMR Arqueología de las Américas.

 

Taladoire, Eric, “Tollan, Cholollan, Madrid”, Arqueología Mexicana núm. 137, pp. 81-85.

 

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