Arquitectura y vida interna en los conventos novohispanos del siglo XVI

Roberto García Moll, Marcela Salas Cuesta

Cuando imaginamos los conventos del siglo XVI, pensamos que sólo fueron el lugar donde habitaron religiosos bajo las reglas que dicta la Iglesia católica y el instituto u orden a los que pertenecían, pero estos recintos fueron también sitios de aprendizaje y enseñanza, donde los indígenas considerados hijos de Dios y sujetos redimidos eran el campo en que se cultivaría la fe y el conocimiento de Cristo Jesús, acción que implicaría un largo proceso redentor que la Iglesia emprendió en la Nueva España.

 

Las principales órdenes para llevar a cabo las tareas de evangelización y enseñanza fueron, en orden de llegada, la franciscana, que arribó en 1524, después la dominica, en 1526, y finalmente la agustina, en 1533. El cometido central que las trajo a las tierras conquistadas consistía en presentar a los naturales la nueva religión y anunciarles la palabra de Dios. Para ello requirieron de tres aspectos esenciales: el conocimiento de las lenguas indígenas, la familiarización con las costumbres de los naturales y la creación de conventos que funcionaran no sólo como centros de catequesis. Esto dio lugar a que en las construcciones conventuales existieran escuelas, talleres, hospitales, granjas y huertas, por lo que la labor pública y privada de los misioneros determinó una arquitectura singular: la de los monasterios que surgen en la segunda mitad del siglo XVI, y que se yerguen monumentales sobre gran parte del territorio mexicano. Sus características formales y ornamentales los han hecho objeto de estudio de la arqueología, la historia y la antropología física, con sus métodos propios y a partir de interpretar todo lo que por azar o intencionalmente se ha conservado (García Moll y Salas Cuesta, 2011, pp. 18-23)

 

Los conventos, origen y establecimiento novohispano

 

El primer nombre que recibió el convento fue claustrum, y en la Edad Media se le conoció con ese mismo nombre o el de monasterium. Al parecer, la vida conventual y ascética de los laicos que luego de vivir en el seno de una familia optaban por ayunar y vestir sin lujos, retirándose más tarde a los desiertos, especialmente al de Egipto, donde vivían en castidad y pobreza, dio fuerza al movimiento monástico en el siglo III d.C., por lo que en el XIII se crearon numerosas órdenes. En la Nueva España, la orden franciscana, poseedora de una tradición histórica e institucional, fue responsable de establecer las primeras comunidades en cuatro centros indígenas localizados en la región central de México, extendiéndose años más tarde hacia el sur y el norte, así como a Michoacán, Yucatán, Zacatecas, Durango y Nuevo México.

 

García Moll, Roberto, y Marcela Salas Cuesta “Arquitectura y vida interna en los conventos novohispanos del siglo XVI”, Arqueología Mexicana núm. 124, pp. 18-25.

 

Roberto García Moll. Arqueólogo. Investigador de la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH. Miembro del Comité Científico-Editorial de esta revista.

Marcela Salas Cuesta. Historiadora por la UNAM. Investigadora de la Dirección de Antropología Física del INAH.

 

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