Cinabrio

Enrique Vela

Este mineral, un sulfuro con alto contenido de mercurio, se encuentra cerca de depósitos volcánicos.

En La Venta se encontraron entierros olmecas, de entre 900 a 400 a.C., cubiertos con cinabrio. Tanto los cuerpos como las ofrendas que los acompañaban habían sido pintados de rojo pero hay casos en los que el depósito consta de objetos de jade con restos de cinabrio. Esta práctica persistiría en las épocas subsecuentes.

En la zona maya se han localizado varias tumbas de gobernantes pintadas con cinabrio. En ocasiones el cuerpo y el bulto mortuorio también eran cubiertos con este mineral, al parecer porque se creía que serviría para conservarlos.

Es posible que en algunas ocasiones se aplicara en estado líquido, mezclado con agua, como si fuera sangre, con la que se le asociaba por su intenso color rojo.

Aunque con menos frecuencia. se usaba cinabrio para pintar códices, sobre todo cuando se buscaba un tono especialmente intenso. Si bien no se utilizaba para pintar cerámica antes de su cocción, a veces se ocupaba para pintar vasijas terminadas.

Se han encontrado rastros de su uso en distintas épocas y culturas. En la mayoría de los casos su presencia implica una demostración de riqueza.

En comparación con otros pigmentos rojos, es más bien escaso y de complicada obtención. Es por eso que las maneras y las ocasiones en que se le usaba estaban claramente definidas.

Hay varias fuentes de cinabrio: se le encuentra en Guerrero, Querétaro, Zacatecas, Guatemala y Honduras. Su distribución restringida hacía de él un producto que en la mayoría de las regiones mesoamericanas sólo podía obtenerse por comercio.

De suyo el cinabrio posee un intenso color rojo pero mientras más fino se muele ese rojo se torna en anaranjado.

El cinabrio era considerado un material precioso y se asociaba con la muerte, por lo que es común que se le encuentre en contextos funerarios.

Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial.

 

Vela, Enrique, “El rojo”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 80, pp. 20-45.