Figuraciones de viejos

Beatriz de la Fuente

Las representaciones de ancianos más tempranas corresponden a Cuicuilco y al Preclásico (800 a.C.). Es ejemplar la conocida imagen de Huehuetéotl -el dios viejo-, una de las divinidades más antiguas de Mesoamérica. El rostro ofrece inconfundibles señales de vejez: lo surcan arrugas y carece de dientes. De espalda encorvada, se sienta con las piernas cruzadas; en ocasiones se le ve enjuto. Por lo común carga un brasero, cuyos diseños se relacionan con el fuego y los cuatro rumbos del universo e identifican a la deidad. En estas obras antiguas hay una sutil armonía entre el cuerpo humano y el brasero, aunque el foco de atención visual significativa recaiga en este último. El interior del brasero penetra en las esculturas pero el dios no se abre, sino que se cierra sobre sí mismo, de manera tal que su fuerza queda contenida, concentrada y latente. La imagen esboza la fragilidad de Huehuetéotl, en parte debido al peso de los años, en parte al peso del gran brasero que soporta y, a la vez habla de sabiduría y experiencia acumuladas y prestas para ayudar a los vivos.

Las representaciones se mantuvieron desde el Preclásico hasta el Posclásico; hubo escasos cambios, según las distintas épocas y estilos artísticos en diversas partes de Mesoamérica, sobre todo en el Altiplano Central. Se les encuentra en Teotihuacan, en el centro de Veracruz y entre los nahuas.

Debe destacarse la extraordinaria escultura en barro de Hehuetéotl procedente de Cerro de las Mesas, que confirma la maestría alcanzada por los ceramistas veracruzanos durante el Clásico (600-900 d.C.). El cuerpo anciano muestra una gran expresividad formal y simbólica: se remarcan los flácidos músculos de las mejillas y el pecho, y el vientre se abulta debido a la forzada posición sedente, abrumada por el gran brasero. Esta elocuente obra dota de nuevo sentido a la imagen del dios: sin demérito de su divinidad, es más humano y vital que sus pares de otros periodos y lugares.

Además de Huehuetéotl, en Teotihuacan hay otros ejemplos de ancianos en los muros de Tetitla. En trazos que sugieren el busto, se les ve de lado, prógnatas, barbados y con los brazos cruzados bajo el mentón; emiten floridas vírgulas de la palabra y parecen emerger de conchas bivalvas. Son ocho y miran hacia otro, que se encuentra en la pared del fondo del recinto, en posición frontal. Llevan e n los brazos una especie de lienzo y un objeto amarillo de formas irregulares; por ahajo se ve un posible carapacho de tortuga. Podría pensarse que entonan cantos floridos a un anciano principal, el que mira de frente, quien responde de modo escueto. De acuerdo con el lenguaje formal teotihuacano, y pese a que reconocemos en ellos los rasgos de la vejez, las representaciones de estos ancianos aluden a una realidad conceptual y no son descripciones naturalistas.

También del actual estado de Veracruz, pero de pueblo y periodo distintos -los huastecos de fines del Clásico (900 d.C.)-, se conocen esculturas hechas con fina arenisca de "ancianos sembradores". Destacan por la falta de apego a las formas naturales del cuerpo humano, el cual aparece esquematizado. La atención se centra en la actitud general, los rasgos faciales y las posturas. En las formas elegantes y resumidas o esquemáticas de estos viejos activos se manifiesta un espacio que desempeña un papel fundamental, en tanto les atraviesa y sugiere particular energía vital interior que trasciende los límites de lo terrenal. Además no hay lugar para el equívoco: se está frente a hombres en la última etapa de su vida, cuando la cara se llena de arrugas y la espalda se joroba, la boca pierde sus dientes y las piernas se doblan. Los ancianos se apoyan pesadamente en un bastón que aferran entre las manos, como si éste soportara la longeva vida y, al mismo tiempo, fuera el conducto hacia el vientre de la madre Tierra, lugar del origen y del fin de tocio lo viviente. Se ha dicho que la originalidad de los viejos huastecos radica en que expresan el concepto de siembra, el cual augura la continuidad de los cultivos y de la existencia natural. De igual modo se ha visto en ellos la dualidad y la llamada coincidentia opposilorum. Así, los ancianos sembradores por medio del ciclo de renovación universal. concilian los extremos de esa existencia, unifican la caducidad de los seres vivos y trascienden a la eterna vitalidad. La idea de trascendencia, aunque plasmada en un lenguaje artístico diferente, como diferentes fueron su tiempo y su espacio, se aprecia también en las afamadas tumbas pintadas de Oaxaca (200-900 d.C.). Aquí hubo especial cuidado en mostrar la vejez disfrazada o imbuida de sacralidad y establecer así un puente entre la vida terrena y la sobrenatural. Por ello los mausoleos zapotecas son un sorprendente testimonio biofílico (de aprecio por la vida). Los más notorios corresponden a las tumbas 104, 105 y 112 de Monte Albán, y las de Suchilquitongo.

Líneas, colores, ritmo y composición revelan una extraordinaria factura, como se aprecia en la Tumba 105 de Monte Albán.

Nueve parejas de hombres y mujeres ancianos, se reconocen por sus arrugas faciales   y boca desdentada. Las mujeres se distinguen gracias al quechquémitl que visten y bajo el cual asoman sus manos. Todos presentan el cuerpo de frente y el rostro de perfil; usan ricos atavíos, en las manos portan insignias de poder y los tocados les confieren individualidad. Aunque están estáticos, su actitud sugiere movimiento parsimonioso y solemne: aparece un personaje tras otro y todos se mueven entre los símbolos del Cielo y la Tierra, encaminándose por las rutas del inframundo, sea que se alejen de la entrada a la tumba o que se acerquen a ella, y guíen así los pasos de los vivos. Se trata asimismo de viejos ambivalentes que ocultan su condición (que puede ser sobrenatural o terrenal), oscilando entre lo profano y lo sagrado. No obstante, el conjunto manifiesta un fuerte contenido sobrenatural: la vida se prolonga después de la muerte, perdura en los iconos pintados y en la conciencia de pertenecer a una familia. Gracias a las representaciones de ancianos, que son tronco y ramas de los linaje de los antiguos nobles zapotecas, se borran las fronteras de la dicotomía vida-muerte.

El último grupo de imágenes de viejos a que me referiré también tiene un fuerte sentimiento biofílico, el cual se aprecia en especial en terracotas mayas como las delicadas figurillas de Jaina. Sin duda alguna pueden considerarse entre las más elocuentes por cuanto retratan sin ambigüedades a hombres y mujeres cuya vida ha sido larga y colmada de experiencias. Los rasgos faciales revelan esa vejez productiva. Así se percibe en alguna mujer que se lleva la mano a la boca, su arrugado rostro acusa sonriente serenidad y el torso desnudo muestra los senos flácidos. También se observan dos tipos básicos: por una parte la aguda humanización otorgada a las mujeres y, por otra y contrastante, el endiosamiento dado a los hombres. Los ancianos suelen brotar de flores recién abiertas o de caracolas. En sus facciones se expresa la vida más allá de los confines mortales, pues permite reconocerlos como imágenes de dioses del inframundo. De ello son ejemplos la representación de uno de los pahuatunes; el llamado dios L -el viejo "fumador" de Palenque-; y la escena en un vaso del Musco de Princeton, en la que se ve a un viejo en su corte, acompañado por su  consorte, la joven diosa I, la cual aparece repetidas veces.

En otras palabras, las mujeres ancianas se acercan a la humanidad más que los hombres; éstos se aproximan al mundo sobreterrenal. Las actitudes femeninas son más bien pasivas, calmadas y sin zozobras. Los hombres, en cambio, actúan con energía, hacen y crean.

 

Tomado de Beatriz De la Fuente, “La vejez en el arte de Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 60, pp. 38-45.

 

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