La diosa huasteca de la fertilidad

Patricia Rieff Anawalt

El pulque, única bebida embriagante de los mexicas, se obtiene de la fermentación del aguamiel, la dulce savia del maguey. Durante la fermentación, se buscaba hacer más fuerte la bebida, añadiéndole la raíz de un matorral, la “madera del pulque” (Acacia angustissima), a la que los frailes españoles del siglo XVI llamaron “raíz del diablo”, mostrando así su reprobación por el desenfrenado comportamiento provocado por el pulque.

La embriaguez fue un problema social grave entre los mexicas. Uno de los informantes de fray Bernardino de Sahagún, el más importante de los cronistas de los mexicas, le relató que, en su primer discurso al pueblo, el nuevo gobernante advertía sobre los diversos efectos malignos del pulque, causa del mal y la perdición.

Asimismo, en algunos textiles entregados como tributo, aparece el mismo tipo de recipiente: una vasija trípode “alada” decorada con la nariguera de los dioses del pulque. Esos textiles eran manufacturados en las provincias del imperio mexica situadas a lo largo de la Costa del Golfo, donde, a juzgar por el predominio de los topónimos que incluyen el nombre tochtli, eran frecuentes los sucesos relacionados con el conejo.

La adopción de una diosa huasteca de la fertilidad entre las divinidades de su propio panteón muestra claramente la ambivalencia de los mexicas respecto al pulque, la embriaguez y todo lo relacionado con uno y otra. La diosa, adornada con una nariguera, aparece en un códice prehispánico de pie junto a un cielo nocturno, en el que la luna está representada como una enorme vasija de pulque en forma de nariguera con un conejo dentro. El dibujo contiene varios mensajes simbólicos entrelazados: la diosa huasteca, llamada Tlazoltéotl, “diosa de la obscenidad” (esto es, del exceso sexual), está asociada estrechamente con la Luna; el nombre náhuatl de la nariguera es yacameztli, “nariguera lunar”, y ésta tuvo su origen entre los viriles y provocativos huastecos; la Luna se asocia con el ciclo de 28 días, tanto lunar como humano, que marca el ritmo de la fertilidad femenina; y el conejo es el ejemplo por excelencia de la procreación: una coneja procrea desde los cinco o siete meses, tras una preñez de sólo 31 días, y después pare tres o cuatro camadas de siete u ocho gazapos por año.

Traducción: Elisa Ramírez