En la época virreinal, desde que se establecen los tribunales novohispanos, se les pide a los indígenas que presenten pruebas escritas (sus “libros”, sus “pinturas”) para que se legalicen los pocos derechos que les dejaron los vencedores. Era imposible que poseyeran códices antiguos y, de acuerdo con las autoridades europeas, empiezan a producir manuscritos pictóricos, que elaboran fundados en los conocimientos de los sabios regionales, sobrevivientes casi siempre de los Consejos de Ancianos. Buscan a los tlacuilos, escritores-pintores, convertidos en decoradores de templos católicos, para que conciban y produzcan la nueva tradición. Del siglo XVI al XVII surgen en abundancia los códices llamados “coloniales”, que permiten conservar el antiguo sistema de “escribir pintando” y las convenciones plásticas tradicionales. A ellas, los escritores-pintores empiezan a tratar de incorporar elementos de la convención europea y letras que combinan con sus “dibujos”, hasta llegar a los llamados Códices Mixtos y los del Grupo Techialoyan. Desde el principio aparecen nuevos temas, como el de la ayuda de ciertos grupos indígenas a la conquista y dominación españolas (Lienzo de Tlaxcala, Lienzo de Cuauhquechollan).
¿En donde se encuentran?
Un gran número de los códices “coloniales” se utilizaron en litigios, por lo que muchos de ellos se conservan todavía formando parte de los expedientes o legajos de archivos como el AGN (Archivo General de la Nación) y el de la Reforma Agraria. Con fines didácticos y de estudio, se reunió en el antiguo Museo de Antropología e Historia el Fondo de Códices, que parcialmente se exhibía al público en la Sala de Códices. En el actual Museo Nacional de Antropología, ese acervo, enriquecido con los documentos del Archivo Histórico del INAH, se conserva en la sección de Testimonios Pictográficos de la Biblioteca nacional de Antropología e Historia. El fondo se formó reuniendo antiguas colecciones y códices provenientes de los pueblos indígenas que los produjeron. Una gran cantidad, difícil de calcular, de manuscritos pictóricos se conserva aún en los pueblos, custodiada celosamente por las autoridades tradicionales.
Los códices en el extranjero
Desde la llegada de los españoles, se empiezan a dispersar los manuscritos indígenas tradicionales. Los que se salvaron de las destrucciones se consideraron como presentes valiosos. Los regalos se mandan a Europa para agradar al emperador y a los nobles protectores de los conquistadores. En la época colonial adquieren valor lucrativo, ya que se empiezan a ver como objetos de curiosidad. Por el interés económico, son sustraídos de los repositorios originales y centrales y vendidos como si fueran propiedad privada. Los coleccionistas europeos fomentan e incrementan la búsqueda de las “pinturas” y “libros de caracteres” indígenas para comprarlos. En esa época desaparece el sentido de colectividad, para ser sustituido por el provecho económico individual. No se pensaba en el patrimonio y menos aún en la idea de nacionalidad. Incluso se despreciaba los valores intrínsecos de los códices; por ello, fue imposible que se conservaran dentro del territorio mexicano.
En los siglos XVIII y XIX creció la demanda de objetos de curiosidad y tuvo lugar el éxodo de los indígenas desde los pueblos autóctonos y los archivos virreinales hacia países europeos como España, Italia, Austria, Inglaterra, Francia y Alemania.
En el siglo XX, por vía de dispersión y venta de bibliotecas y colecciones en el extranjero, los aficionados y curiosos de Estados Unidos de Norteamérica pudieron adquirir códices y formar nuevos fondos, que ahora se encuentran en instituciones académicas y oficiales en Chicago, Austin, Nueva York, etc., así como en colecciones privadas. Actualmente, en México los códices se consideran como valiosos elementos del patrimonio nacional y están protegidos por las leyes que rigen a este último.
Tomado de Joaquín Galarza. “Los códices mexicanos”, Arqueología Mexicana núm. 23, pp. 6 – 13.