Los juegos de pelota en Mesoamérica

Eric Taladoire

En el área mesoamericana y regiones circunvecinas (Arizona y Nuevo México, noroeste de Honduras), hasta fines de diciembre de 2016 hemos registrado un total de 2 572 canchas de juego de pelota, tlachco. Este total no puede ser más que provisional, ya que casi cada proyecto, cada excavación, contribuye al aumento de ese número.

 

En Michoacán, en Guerrero, en la Huasteca o en la región de Puebla-Tlaxcala, gracias a las investigaciones, y en especial a los proyectos de salvamento arqueológico, se ha logrado la identificación (con la técnica de lidar, por ejemplo) de numerosas canchas, a veces solamente mencionadas y en consecuencia no incluidas en este total por la falta de detalles.

Simultáneamente, no debemos olvidar que más de la mitad de las canchas registradas sólo se identificaron en forma superficial, por la sola presencia de dos edificios paralelos.

 

Dos estructuras paralelas no hacen una cancha

Como lo hemos argumentado en otros trabajos, este criterio no resulta suficiente, aun si la integración de esas canchas en un patrón urbano bien definido, como el plano estándar en el centro sur de Veracruz, constituye un argumento sólido. Sólo la combinación de tres criterios, el plano y los perfiles transversales y longitudinales, establece una prueba confiable, a falta de excavaciones. Algunas supuestas canchas, como la registrada por Shook en Finca Pompeya, Guatemala, fueron eliminadas de nuestro corpus original (Taladoire, 1981), después de su excavación. Como lo demostraron Pozorsky y Pozorsky (1995) a propósito de un edificio extraño en Pampa de Las Llamas-Moxeke (Perú), incluso una planta tan característica como la forma en doble T de las canchas cerradas no permite una identificación definitiva. No cabe duda, entonces, que la cifra de 2 572 canchas está inflada y que deberá restarse al presente corpus un número elevado de casos hipotéticos. Al contrario, futuras publicaciones e investigaciones permitirán documentar y registrar nuevas canchas, lo que permite asegurar que existían por lo menos entre 2 500 y 3 000 en Mesoamérica.

Como se comprueba en el cuadro anexo, y como lo confirman varios de los artículos incluidos en este número, el mayor incremento ocurrió en áreas poco trabajadas previamente. En Arizona, los datos disponibles al momento de redactar nuestra tesis (Taladoire, 1981) sólo alcanzaban 75 casos, mientras las investigaciones desarrolladas por Wilcox y sus colegas (Wilcox y Sternberg, 1983) permiten documentar actualmente cerca de 307 ejemplos. Weigand (1991) afirmaba la existencia de más de 80 canchas en el área de Teuchitlán. Disponemos actualmente de un corpus de 88 casos para un área más amplia que abarca no sólo Jalisco, sino también Colima, Nayarit y la parte meridional de Zacatecas. Si el corpus no aumentó en proporciones comparables en Chiapas o los Altos de Guatemala, dos áreas bien exploradas previamente, en la costa del Golfo (Veracruz y parte de Tabasco) se conocen hoy más de 380 canchas, cuando en 1995 sólo teníamos documentadas 126 (Daneels, en este número).

 

Las aportaciones de las excavaciones

Notamos también un incremento significativo de canchas total o parcialmente excavadas. Sólo contábamos con 63 en 1981 y el total actual suma 355, muchas de ellas restauradas. Los datos recopilados a lo largo de esas excavaciones han modificado obviamente nuestros conocimientos arquitectónicos, y en consecuencia la tipología propuesta en 1981. Los descubrimientos de Weigand en el área de Teuchitlán necesitaron una primera revisión, y dieron lugar a la creación de un tipo XIII (con tres variantes). Para el norte de México, Braniff (1988) sugirió con razón la introducción de un tipo 0, correspondiente a unas canchas del Preclásico, con una variante de canchas sencillas en el noroeste.

Tomando en cuenta esas modificaciones, tal tipología está actualmente compuesta de 14 tipos y 11 variantes, y sigue siendo utilizada, con éxito, en contextos tan diferentes como Cantona, Veracruz, Querétaro o los Altos de Guatemala. Los datos actualmente disponibles confirman que dos de los tres criterios básicos son todavía pertinentes: el plano que puede considerarse como abierto, cerrado o semicerrado. Respecto al perfil longitudinal, debemos subrayar de inmediato que numerosas canchas originalmente descritas como abiertas resultan en realidad delimitadas por muros bajos o pequeñas líneas de piedras, por ejemplo en Quelepa, Honduras, o en Yácata El Metate, en Michoacán. Tales detalles modifican desde luego las proporciones relativas de canchas abiertas y cerradas, pero no ocasionan cambios significativos en la tipología.

Las excavaciones permitieron constatar una mayor diversidad de los perfiles transversales, con la presencia ocasional de remetimientos horizontales (Capulac Concepción, San José Mogote o Tenam Puente) y, a veces, de taludes combinados con diferentes pendientes (Holtun, Nakum, en las Tierras Bajas mayas). Tales diferencias probablemente no tienen importancia en el juego mismo, ya que todas facilitan el regreso de la pelota hacia la cancha, pero es posible que modifiquen los rebotes. Aún más, constituyen posibles indicios de variantes regionales o locales que implican la necesidad de una revisión de la tipología propuesta en 1981 (Beristáin Bravo, comunicación personal, 2016).

 

Eric Taladoire. Profesor emérito de arqueología de las Américas en la Universidad de París 1, y miembro de la Unidad de Investigaciones de Arqueología de las Américas. Su especialidad es el estudio del juego de pelota en Mesoamérica. Ha publicado recientemente con Patrice Lecoq, “Les civilisations précolombiennes” (en Que Sais-je?, núm. 567, puf, París, 2016), y Les Contre-Guérillas françaises dans les Terres Chaudes du Mexique (1862-67). Des forces spéciales au XIXe siècle (L’Harmattan, París, 2016).

 

Taladoire, Eric, “Los juegos de pelota en  Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 146, pp. 27-34.