Nemontemi, “días baldíos”. Abismos periódicos del tiempo indígena

Patrick Johansson K.

Los días nemontemi, desamparados, vacíos, abismales, si bien no “contaban” (itech pohui) desde una perspectiva astrológica, sí se contaban (tlapohua) en términos de cómputo calendárico, lo que generaba un desfase, un modelo específico de principio y fin de veintenas así como de días nemontemi para cada uno de los cuatro años. Sin dejar de figurar al final del último mes de un ciclo anual, los nemontemi cambiaban periódicamente de posición en el ciclo calendárico del espacio-tiempo

 

En diciembre de 2012, según algunos, la Tierra será sacudida por sismos, erupciones volcánicas devastadoras, y una terrible ola de calor se propagará, la capa de ozono empezará a disolverse, los campos electromagnéticos de la Tierra se verán alterados afectando a la vez el sistema de telecomunicaciones, así como el orden socio-económico imperante, propiciando, eventualmente, el “despertar” de una nueva conciencia. 

El fin del mundo, vaticinado por estos modernos milenaristas, se pronostica con base en un alineamiento atípico de planetas, el fin de un macrociclo maya de 5 125 años (cuyo principio se fijó en la fecha 3114 a.C. y su culminación el 21 de diciembre de 2012), así como en la interpretación singular de algunas profecías mayas contenidas en los libros de Chilam Balam, que se sitúa en este mismo contexto apocalíptico. 

Muchos son los que se adhieren ingenuamente a estas ideas catastróficas; otros encuentran en ellas una buena manera de ganar dinero mediante películas, entrevistas, documentales, artículos en periódicos y revistas, etc., los cuales serán, de alguna manera, los estertores culturales de nuestra civilización agonizante. 

Ahora bien, si la noción de “fin del mundo” es universal, las modalidades de su conceptualización dependen de la idea que cada cultura se hace del tiempo. En una temporalidad lineal, propia de la cultura occidental, el fin del mundo se considera como absoluto. En el contexto cíclico del tiempo mesoamericano, el fin coincide con el principio, lo que le confiere un carácter particular. 

En el ámbito cultural náhuatl prehispánico, la sombría perspectiva de un fin absoluto parece haber sido culturalmente relativizada mediante la integración dosificada y periódica del ominoso vacío en los mecanismos calendáricos de la temporalidad cíclica. En efecto, el fin de un ciclo espacio-temporal de 52 años, es decir, de un mundo, era anticipado con angustia, vivido con temor hasta que se encendiera el fuego nuevo después de unas exequias rituales del tiempo viejo. Este procesamiento mitológico de un posible fin del mundo, ritualmente escenificado, permitía “drenar” el miedo fuera del cuerpo colectivo, conjurar el vacío, y realizar la anhelada “atadura de años” (xiuhmolpilli) entre el fin y el principio.

Por otra parte, el fin periódico de las unidades constitutivas de este macrociclo: los años, era también anticipado y vivido en el temor. Al fin de cada ciclo anual, un lapso de cinco días “baldíos” o “sobrados” llamados nemontemi en náhuatl, uayeb en maya yucateco, permitía una aprehensión difusa de lo que se perfilaba como un abismo donde amenazaba con caer el tiempo, arrastrando a todos los que en él vivían.

 

Johansson K., Patrick, “Nemontemi, ‘días baldíos’. Abismos periódicos del tiempo indígena”, Arqueología Mexicana núm. 118, pp. 64-70.

 

Patrick Johansson K. Doctor en letras por la Universidad de París (Sorbona). Investigador del Instituto de Investigaciones Históricas y profesor de literaturas prehispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras, ambos en la UNAM.

 

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