Tzintzuntzan en las fuentes

Eugenia Fernández Villanueva Medina

La mayoría de estas fuentes se refieren a Tzintzuntzan como la cabecera de poder a la que estaban sujetos una serie de pueblos antes de la llegada de los conquistadores y detallan la extensión de su poderío. Algunas mencionan las características del asentamiento, las riquezas del cazonci, el paisaje, el sistema de tributación y aspectos relacionados con la religión. Textos como el censo producto de la Visita de Carvajal (1523-1524), la Tasación de Ortega y la Suma de visitas, dan cuenta de la población existente en la región, así como de los bienes tributados desde los inicios de la ocupación colonial.

Se dice que el proceso de conquista del antiguo centro del poder purépecha comenzó en 1522, cuando llegaron las huestes de Cristóbal de Olid, y terminó con el asesinato del último señor purépecha, Tangaxoan II, a manos de Nuño de Guzmán hacia 1529. La Relación de Michoacán menciona que los soldados españoles se asentaron en las casas de los sacerdotes y en las yácatas, el 25 de julio de 1522, en la primera incursión de las tropas de Cristóbal de Olid, durante seis meses indígenas (de 20 días cada uno, es decir, 120 días). Un documento fechado en 1595 y atribuido a don Luis de Velasco, hace mención de 20 sitios sujetos a Tzintzuntzan, mientras que el fraile Juan Pablo Beaumont apunta que la corte se extendía “casi por dos leguas”.

Poco después de Olid llegaron los primeros frailes franciscanos, que fueron hospedados en el palacio real en Tzintzuntzan, mientras construían una casa pobre y una iglesia en el hoy llamado barrio de Santa Ana. Fray Isidro Félix de Espinosa, en su Crónica de la provincia franciscana de los apóstoles de San Pedro y San Pablo de Michoacán, dice que la primera misa se ofició en dicha iglesia con acompañamiento musical por parte de los purépecha.

El sitio original de la iglesia franciscana no duró mucho tiempo y a la llegada del obispo Vasco de Quiroga en 1538, la sede de la orden se encontraba ya en un llano cerca de la laguna, aparentemente en el sitio donde luego se construiría el convento que hoy vemos en pie.

Las crónicas no son la única fuente escrita con que contamos para Tzintzuntzan; otra son   los testimonios de viajeros que en diferentes épocas visitaron o pasaron por el lugar, como el alemán Eduard Mülhenpfordt, que lo visitó a principios del siglo xix y que lo describió como un pequeño pueblo de 2 000 habitantes, donde se encontraban restos “dignos de verse” del palacio de los antiguos reyes tarascos. Otra viajera que menciona a Tzintzuntzan es la marquesa Calderón de la Barca, de nacionalidad escocesa y casada con un español, quien en su trayecto de Morelia a Pátzcuaro, narra que se gozaba de una hermosa vista de los cerros donde yace la antigua ciudad de Tzintzuntzan y se refiere a ella como “ciudad importante”. Adalberto de Cardona, viajero de origen mexicano aunque nacido en Estados Unidos, recorrió una buena parte del territorio mexicano hacia finales del siglo xix. En su relato, describe su llegada y paso por la “en un tiempo populosa y opulenta Tzintzuntzan, de la cual ya sólo restan hoy polvorientas pero interesantes ruinas”; por ello, se ocupa sobre todo de la visita al ex convento franciscano y otros edificios religiosos, no de las ruinas prehispánicas.

A principios del siglo XX, Thomas Philip Terry describió a la ciudad como “el lugar más bello de la región”, se refirió a su grandeza, describió las yácatas y enumeró algunos de los objetos encontrados en el sitio prehispánico, así como las habilidades de los antiguos purépecha en cuanto al trabajo de los metales, los textiles y la construcción.

 

Eugenia Fernández Villanueva Medina. Licenciada en arqueología por la ENAH y maestra en restauración de sitios y monumentos por la Universidad de Guanajuato. Investigadora del Centro INAH Michoacán/El Colegio de Michoacán. Directora del proyecto Parque Arqueológico-Ecológico Mesa Acuitzio. Se especializa en arqueología regional.

Tomado de Fernández Villanueva Medina, Eugenia, “Tzintzuntzan, Michoacán, a lo largo del tiempo”, Arqueología Mexicana, núm. 99, pp. 48-55.

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