El copal en las ofrendas del Templo Mayor

Naoli Victoria Lona

Los objetos de copal encontrados en ofrendas del Templo Mayor son muestra del aprecio que por este material se tenía en la época prehispánica. Además de otros usos, cumplía funciones rituales cuya importancia se expresa claramente en el nombre de las volutas que producía al quemarse: iztac teteo, "dioses blancos".

 

El copal es una resina vegetal del árbol del género Bursera, originario de tierras calientes y húmedas como las de los actuales estados de Guerrero, Morelos, Puebla y Oaxaca. En la época prehispánica se le conocía como copal-quáhuitl, "árbol de copal", y a la resina como copalli, "incienso". Según  Francisco Hernández, protomédico e historiador de Felipe II, rey de España, este vocablo se utilizaba para designar a cualquier género de goma.

En la actualidad, la técnica para extraer la resina, según nos contaron algunos indígenas, varía según el producto que se desee obtener. Por ejemplo, el llamado copal de piedra o goma se recolecta de la corteza del árbol. En cambio, el copal blanco o santo se extrae de forma muy similar a como se hace con el hule  y el chicle: mediante corres diagonales a lo largo del tronco o rama del árbol, de tal manera que caiga, y se recolecta generalmente en una penca de maguey colocada bajo la última incisión. La resina adopta la forma del recipiente y de esta manera se obtienen las barras de copal, las cuales son muy similares a las prehispánicas, lo que nos permite inferir que la forma de extracción no ha cambiado desde tiempos antiguos. Un dato que apoya esta hipótesis es que, según la Matricula de Tributos,  en la época de los mexicas el área tributaria de copal se encontraba en Guerrero, donde hasta la fecha se sigue extrayendo.

El copal tenía muchos usos, fundamentalmente como remedio medicinal y como ofrenda para los dioses. En este último caso podía ser quemado o bien enterrado en los edificios religiosos.

 

Usos medicinales

 Desde la antigüedad, el copal se ha utilizado no sólo por sus cualidades aromáticas sino también por sus propiedades curativas, ya fuera quemado en braseros o sahumerios, untado sobre la piel o como té. Francisco Hernández, en su Historia natural de la Nueva España,  señala que el humo de esta resina, tanto el de la madera (hoy llamada mirra por los indígenas) como el de la raíz, era eficaz para quitar el dolor de cabeza, curar la llamada estrangulación del útero y, en términos generales, aliviar todas las enfermedades originadas por el frío y  la humedad. También servía como emplasto, que se aplicaba sobre fracturas.

Fray Bernardino de Sahagún, entre otras fuentes históricas, informa que entre los mexicas el humo también curaba las enfermedades y  los tumorcillos supuestamente originados por amores ilícitos. En el diente adolorido se aplicaba una gota de copal ardiendo, en tanto que las inflamaciones cedían con un emplasto de copal derretido en agua. Muchos niños traían bolsitas de algodón con una bolita de copal dentro para prevenir y  curar enfermedades.

Además, los lapidarios se valían del copal para pegar las teselas de sus mosaicos. Ejemplo de ello es la máscara mortuoria encontrada en Malinaltepec, Guerrero, la cual se elaboró con piedra, incrustaciones de turquesa, coral, concha y obsidiana, y copal como aglutinante, según un análisis de 1922 del químico N.M. Noriega.

 

Usos rituales

 Al ser quemado, el copal produce volutas de humo blanco, consideradas divinas y llamadas iztac teteo,  es decir, "dioses blancos". De acuerdo con algunas interpretaciones, ese humo servía como medio de comunicación entre el hombre y los dioses.

En el interior de las ofrendas mexicas se ha observado que el copal y el hule tienen una relación, a pesar de tener características físicas opuestas. El primero, por ser una resina, muestra tonalidades que van de blanquecinas hasta amarillentas. Al ser quemado produce un humo blanco y ligero; cristaliza y se torna de opaco a transparente, con lo cual se asemeja al ámbar. En cambio el hule –una goma- es blanco y al ser quemado produce un humo negro, denso y de aroma desagradable; al cristalizar se vuelve de blanco a negro. Esto indicaría que esos elementos se refieren a una dualidad, que según Leonardo López Luján correspondería al mundo celeste y al inframundo, y que el mensaje sería enviado simultáneamente a los dioses que habitan en ellos.

Los objetos rituales empleados por los sacerdotes que quemaban copal eran: una bolsa de algodón o de papel donde guardaban la resina; un sahumador de cerámica, que consistía en una cazoleta calada y  un mango, generalmente en forma de serpiente, que permite el paso del aire, y un brasero liso o con alguna efigie divina.

Durante algunas fiestas del calendario ritual, la gente distinguida llevaba una bolsa de papel con copal llamada icpatoxin.  Sahagún relata varias escenas en las que se incensaba con copal, como por ejemplo en la celebración de la veintena de tóxcatl, quinto mes del año. Los participantes llevaban entonces braseros y sahumadores -estos últimos “... de barro, como cazos calados y muy labrados a los que ellos llaman tlémaitl ...”-, y dirigidos por los sacerdotes incensaban la imagen del dios Huitzilopochtli, la cual había sido colocada en el templo poco antes.

En el sexto mes, etzacualiztli,  se honraba a Tláloc, a quien también se ofrecía el aromático humo blanco. En medio del patio del templo se colocaban brasas dentro de los sahumadores y copal sobre éstas, incensando hacia los cuatro puntos cardinales. Al terminar el rito, las brasas se ponían en unos braseros tan grandes, que, de acuerdo con Sahagún, dos hombres apenas podían abrazarlos.

La resina también tenía una función purificadora, ya que en algunas fuentes históricas se señala que, antes de cada sacrificio, las personas ofrecidas a los dioses eran sahumadas. en medio de oraciones, con el fin de que fueran dignas del acto en que iban a participar. Además de usarse en ritos públicos, la  resina también se utilizaba en la vida cotidiana. Los padres inculcaban a los hijos quemar copal una vez en la mañana y otra en la noche para las deidades que tenían en los oratorios o en los patios de sus casas.

 

Naoli Victoria Lona. Arqueóloga por la ENAH. Desarrolla una investigación titulada “ El copal en las ofrendas del Templo Mayor de Tenochtitlan”.

 

Lona, Naoli Victoria, “El copal en las ofrendas del Templo Mayor”, Arqueología Mexicana núm. 67, pp. 66-71.

 

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