Representaciones del dios de la lluvia

Javier Urcid

La imagen del dios de la lluvia y sus cambios estilísticos se sucedieron igualmente en las diferentes tradiciones de escritura de Oaxaca. La representación fue empleada especialmente para nombrar a uno de los portadores anuales en el calendario zapoteco y para identificar personas que nacían en los días llamados “relámpago” (segundo en los calendarios bènizàa y ñuiñe) o “lluvia” (decimo noveno en el calendario ñuu dzavui). También se usaba en los nombres personales, por ejemplo “Trueno” o “Relámpago Poderoso”, o para representar cerros sagrados donde estaban los grandes árboles que sostenían la bóveda celeste.

Esa variedad de expresiones plásticas que plasmaron una ideología de reciprocidad entre los humanos y las divinidades de la lluvia queda atestiguado en los recipientes con efigie. Algunos, como las pequeñas cajas de barro con una imagen del dios de la lluvia en cada lado, o conjuntos de cinco vasos pegados con un mascarón de la deidad adherida al frente, reproducen la división cuatripartita del cosmos y su centro. Otras vasijas efigie se manufacturaban en juegos de cinco para recrear escenas como la de la ofrenda en San José Mogote. Una modalidad de esta práctica, en boga durante las dos centurias anteriores al abandono de Monte Albán, fue la elaboración de cajas con tapas que sintetizan en forma antropomorfa la divinización de la lluvia, el maíz y la tierra. Alcanzando a veces los 60 centímetros de altura, estas piezas representaban a venerables ancestros que recreaban la estructura del cosmos.

Las pocas cajas cerámicas recuperadas arqueológicamente se han encontrado vacías, pero podemos suponer que tenían una función doble. Una simbólica, en donde se guardarían las nubes, la lluvia, el granizo y el viento; la otra práctica, para almacenar la parafernalia de rituales encaminados a atraer o repeler las nubes, incluidos cuchillos para sacrificio, navajas para el autosangrado, hule, papel, cuentas y dijes de jade y granos de maíz para la adivinación y para iniciar la siembra en las milpas. Los elementos semánticos que conforman estas cajas con tapa dejan entrever no sólo la configuración plana cuatripartita del nivel terrenal, sino también la dimensión vertical del cosmos. Los signos que abundan en el rostro y en el tocado de las representaciones tienden a sugerir el ámbito celeste de las nubes, la lluvia, el rayo y las gotas de agua. El torso y los brazos son una manifestación corporal del maíz, muchas veces como brote tierno. Y los elementos que decoran el frente de las cajas muestran en forma abreviada una versión antropomorfa del lagarto, la metáfora visual para denotar la tierra que humedece la lluvia y de la que nace el maíz.

En otras vasijas efigie de menor tamaño se sobreponen referencias simultáneas a la lluvia y al maíz. Se les llama comúnmente “acompañantes” y son, cabe aclarar, la encarnación de la mazorca tierna. La cabeza misma de la efigie se convierte en la boca cilíndrica de la vasija, y en muchas ocasiones esa extensión tubular tiene marcas paralelas incisas que representan las barbas del jilote. En algunos ejemplares que aún conservan restos de policromía, esa parte está pintada de amarillo. A veces, los ejemplares portan sólo  una máscara bucal con la lengua bífida. Pueden o no llevar el glifo C, o llevar enhebradas en el pelo representaciones de narigueras que califican al maíz como alimento “preciado”. Además de vasijas efigie, se elaboraban también ollas vertederas, jarritas trípodes y vasos que portaban la imaginería personificada de la deidad. En ocasiones, se elaboraban grandes mascarones de estuco que mostraban al dios de la lluvia con una olla desbordante de agua en una mano y en la otra la representación del relámpago. De ahí se deduce la razón por la cual las vasijas efigie con imaginería de la lluvia se han encontrado casi siempre vacías: esta gran variedad de recipientes se concebían para recibir, en forma simbólica o real, el agua de las nubes.

A pesar de los cambios estilísticos ocurridos después del siglo X  d.C., la imaginería del dios de la lluvia continuó haciendo referencia a la división cuatripartita del cosmos, al papel rector de las deidades de la lluvia, y en forma más explícita, a varios rituales relacionados con la petición de lluvia. En uno de los pocos ejemplos conocidos de la escritura que reemplazó las grafías en estilo zapoteco entre los siglos X  y XII  d.C., se plasmó una escena en la que cuatro personificaciones del dios de lluvia, suspendidos en posición horizontal (como el de la ofrenda de San José Mogote), vierten el agua de las ollas que llevan sobre cuatro nobles y sus descendientes, aparentemente para indicar su iniciación en el oficio de graniceros. Una escena similar aparece en el Códice Tonindeye , el cual se pintó al menos tres siglos después. La escena muestra una personificación del dios de la lluvia descendiendo con una olla y un rayo, y vertiendo agua sobre un noble llamado 8 Viento.

Otras escenas nos informan directamente sobre el pacto primordial en que los gobernantes ofrecen preciadas vidas humanas para pedir o retribuir favores divinos, promoviendo así la producción agrícola, la prosperidad de la comunidad y la reproducción social. En un pasaje del Códice Tonindeye  se muestra a uno de los antiguos gobernantes de Zaachila, el señor 7 Lluvia, personificando a la deidad de la lluvia y vistiendo la piel de una víctima inmolada. Y en el extremo posterior de un lanzadardos grabado, posiblemente procedente de alguna parte de la Mixteca Alta o Baja, aparece la representación de otro gobernante llamado 2 Muerte descendiendo del sol, lanzando saetas a un prisionero atado a un cadalso y bebiendo la sangre del dardo sacrificial. En este caso es el prisionero mismo quien, enmascarado, personifica al dios de la lluvia.

El sacrificio humano también se registra  en un relato pintado en los muros de una tumba usada hacia los siglos VIII  y IX d.C. en la antigua comunidad de Jaltepetongo. Ahí aparece el señor 13 Temblor personificando al dios de la lluvia en el acto de decapitar a un cautivo llamado 5 Maíz quien, a su vez, personifica a la mazorca. Sacrificador y sacrificado aparecen sobre una serpiente emplumada que evoca las nubes. En esta escena, la metáfora principal consiste en sustituir el doblez de la mazorca (para que no se pudra) o el corte del elote por la decapitación. Se indica así el origen de las personas a partir del maíz. Una escena muy similar se ve en una página del Códice Tezcatlipoca , en la que aparecen augurios para la cosecha del maíz. Pero en este caso el dios de la lluvia cuida a la planta de maíz, esta vez personificada por una mujer, al proporcionar lluvia adecuada.

El legado material con que las antiguas sociedades de Oaxaca mediaron las relaciones entre personas y entre éstas y las concepciones divinas, deja entrever un riquísimo lenguaje simbólico y metafórico basado en la profunda observación de su contorno. En este sistema de comunicación, la serpiente sustituyó a las nubes, el fajo de hojas del elote a la lluvia, la mazorca se equiparó con el sustento materno, la nariguera conllevaba la noción de lo preciado, las chaquiras de piedra verde simulaban las gotas de agua y el lagarto era la tierra. Poco sabemos sobre la concepción de divinidad que las antiguas gentes de Oaxaca profesaron. Las representaciones antropomorfas y las sustituciones simbólicas referidas tal vez fueron una forma singular de comunicar lo inmaterial, lo invariable y lo eterno. En nuestro intento de comprehender esas nociones, a menudo nos limita la arraigada dualidad occidental de lo “natural” y lo “sobrenatural”. Para los antiguos mesoamericanos, acaso lo “sobrenatural” era la naturaleza misma.

 

Tomado de Javier Urcid, “Personajes enmascarados. El rayo, el trueno y la lluvia en Oaxaca”, Arqueología Mexicana núm. 96, pp. 30-34.

 

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