Sonia Lombardo
La Plaza Mayor y sus simbólicos edificios fueron escenario de un trascendente cambio en la historia de los mexicanos: el nacimiento de México como país independiente. La nueva República inicia la recuperación de su historia reciente, creando una nueva iconografía que le rinde culto a los héroes de la Independencia, y construye un nuevo imaginario político que consolida su identidad y pronto es socialmente reconocido.
La Plaza Mayor de la época colonial cambia su nombre al de Plaza de la Constitución en 1813, cuando en ella se jura la Constitución de Cádiz, que regía en España desde 1812. Era el recinto urbano más emblemático de la ciudad de México, que albergaba los edificios de las tres instituciones gubernamentales más importantes: el Palacio de los Virreyes al oriente, la Catedral en el norte y, al sur, las Casas Consistoriales, sede del Ayuntamiento o Consejo Municipal. Todos: el bello espacio urbano, los inmuebles y las autoridades institucionales, entraron en juego y crearon ahí el escenario para que la consumación de la Independencia se llevara a cabo. La representación en pinturas o grabados de los eventos más relevantes serán el hilo conductor de la narración de los hechos y sus motivaciones en este artículo. La ciudad de México recibe el 27 de septiembre de 1821 al glorioso Ejército Trigarante. Este acto da inicio al cambio más trascendente en la historia de los mexicanos: el nacimiento de México como país independiente.
Entrada triunfal
Con el generalísimo Agustín de Iturbide a la cabeza y el general Vicente Guerrero, su entrada triunfal fue espectacular y fastuosa, pues su brillante líder supo valorar lo que significaba apropiarse del prestigio y el poder que le revestiría el seguir en su entrada el trayecto que los virreyes hacían para llegar a la sede gubernamental del reino. La primera puerta que cruza Iturbide con su ejército para entrar a la ciudad de México, es el arco de la Garita de Belén. Varias pinturas la ilustran con diferentes imágenes. En ellas se ve que era un digno edificio que marcaba una de las entradas del Resguardo Fiscal de la ciudad, en su lindero con el territorio de la Parcialidad de Indios de San Juan. Tenía un arco que en lo alto ostentaba el escudo de la ciudad de México, con el águila y la serpiente sobre el nopal. Ahí recibió Iturbide los honores del Cuerpo de Guardia de la Aduana y de mucha gente que se acercó a verlos pasar. Prosiguió su marcha por el Paseo Nuevo (hoy de Bucareli), la bella avenida construida durante el gobierno de Carlos III, con fuentes, jardines y glorietas. Tras recorrerla, dieron vuelta para continuar por el lado sur de la Alameda, entrando luego a la calle de San Francisco. Ahí, el Ayuntamiento se hizo presente, construyó un Gran Arco Triunfal para recibir al libertador, como siempre se hicieron para la llegada de los virreyes, tradición que a su manera se remonta a los arcos erigidos para la entrada de los emperadores a Roma. El que se erigió en honor a Iturbide se ubicó entre el Convento de San Francisco y la llamada Casa de los Azulejos, una de las más vistosas de la ciudad, festivamente adornada con colgaduras rojas en los balcones. Constaba de tres elementos: un arco de medio punto en lo que corresponde al arroyo de la calle y dos puertas más bajas con dintel plano sobre cada una de las banquetas para dar paso a los peatones; sobre ellas, había pinturas alusivas a los triunfos del caudillo. El arco y las puertas descansaban en columnas con capiteles corintios, con cornisas y balaustradas que sostenían varias esculturas.
Lombardo, Sonia, “La independencia en la Plaza Mayor”, Arqueología Mexicana núm. 116, pp. 56-63.
• Sonia Lombardo. Maestra en historia del arte (UI), maestra en ciencias antropológicas (ENAH), doctora en historia (UNAM). Se especializa en pintura mural prehispánica, cartografía histórica, censos históricos, arquitectura e historia urbana de la ciudad de México.
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