Se trata de una de las sociedades complejas más antiguas del área mesoamericana. De hecho, debido a su gran antigüedad –su desarrollo pleno tuvo lugar entre 1200 y 400 a.C.– se desconoce la identidad étnica de sus integrantes, el idioma específico que hablaban (aunque se ha propuesto que era uno de la familia mixe-zoque) y por lo tanto la manera en que se referían a sí mismos también se desconoce. El término olmeca fue acuñado por los arqueólogos en el siglo XX para referirse a los característicos vestigios de esta cultura. Si algo distingue a la sociedad olmeca es su gran complejidad, patente no sólo en sus extraordinarias creaciones culturales –como cabezas colosales, altares y objetos en jade– sino en su capacidad de trascender su ámbito originario y convertirse en la primera cultura propiamente mesoamericana.
Aunque es frecuente que –debido a las numerosas características de los olmecas que permanecieron entre los grupos mesoamericanos de épocas posteriores– se le considere la “cultura madre”, lo cierto es que sus logros deben ser vistos como consecuencia de los desarrollos de sociedades previas. Sea como fuere, los olmecas tienen un lugar especial en la historia mesoamericana, y su organización política y su cosmovisión alcanzaron una complejidad sin paralelo hasta entonces. De esa complejidad surgieron varias de las pautas culturales que en adelante y hasta la conquista española caracterizarían al conjunto de las sociedades prehispánicas, entre ellas: la construcción de edificios ceremoniales situados de acuerdo a planes bien definidos; una estructura social capaz de organizar la realización de esas y otras obras públicas; el desarrollo de un estilo artístico claramente reconocible, en su mayor parte asociado a monumentos y objetos cuyo fin era la legitimación del grupo dirigente; la realización de rituales complejos como el del juego de pelota, y el desarrollo de sistemas calendáricos y de escritura.
Tomado de Enrique Vela, Arqueología Mexicana, Especial 34, Culturas prehispánicas de México.