Presentación
Al alcanzar México su independencia de España en 1821 se van a presentar diversos acontecimientos en distintos rubros, que incluyen los aspectos económico, político, social, religioso e histórico. Uno de ellos fue el de voltear la mirada al pasado prehispánico en busca de raíces que le dieran sustento al naciente país. Con esta reflexión comienza mi escrito acerca de la importancia que adquieren esas expresiones dentro de un contexto histórico diferente a los de la etapa colonial. Es por ello que seguiré –a diferencia del doctor López Luján en el anterior número especial– un orden que atiende al proceso histórico-político por el que pasó México en los primeros años después de la Independencia, el segundo imperio y la Reforma, para culminar con el porfiriato.
En ese periodo –casi un siglo– vemos cómo aquel mundo antiguo había quedado cubierto por el tiempo, y se emprenden diversos trabajos de excavación para recuperarlo, así como extensos recorridos de estudiosos que de esta manera nos aproximaban a las particularidades de una enorme cantidad de vestigios arqueológicos que estaban en espera de ser exhumados y plasmados en pinturas, dibujos, litografías, grabados, etc. A ello se unía, a mediados del siglo XIX, una novedosa técnica que cobraría presencia definitiva: la fotografía. En las siguientes páginas vamos a observar el aporte de investigadores, viajeros y artistas, muchos de ellos extranjeros, otros mexicanos, que de una u otra manera –y en ocasiones con intereses diferentes– fueron dejando su huella, ya fuera en el Centro, el Occidente, los Valles Centrales de Oaxaca, la costa del Golfo o la región maya, acerca de los monumentos y objetos que fueron motivo de su atención. Un aspecto relevante de todo esto radicó en la importancia que produjo en el extranjero un pasado que se presentaba ante la mirada de miles de personas que no sin asombro veían la obra de las distintas culturas de México.
A lo anterior se unía el interés que despertaban estas manifestaciones al interior de México. Se crearon instituciones, se establecieron museos, se publicaron libros y, algo muy importante, comenzó la glorificación de ese pasado centrada en el pueblo mexica. ¿No era este pueblo el que había enfrentado la conquista española?¿No fue Cuauhtémoc el heroico defensor de la ciudad de Tenochtitlan? La historia olvidó, en ciertos aspectos, a las otras culturas indígenas, y el símbolo de la ciudad de Tenochtitlan, el águila parada sobre el nopal, quedó plasmado en los símbolos patrios: la bandera y escudo nacionales. Esculturas como la Piedra del Sol, obra del ingenio de escultores anónimos mexicas, fue el centro de atención y hasta nuestros días ocupa el lugar de honor en la Sala Mexica del Museo Nacional de Antropología. Fue tan importante su presencia que algunos políticos no resistieron la idea de fotografiarse junto al enorme monolito.
Como podemos apreciar, el siglo XIX y los comienzos del XX fueron testigos de la revaloración de monumentos y hechos en los que los artistas fijaron especialmente su atención. Las obras del pasado llegaban al presente para ser, una vez más, testigos de la historia…
Imagen: Interior del edificio principal en Kabah, Yucatán. Litografía de Catherwood, 1844. Reprografía: Marco Antonio Pacheco / Raíces.
Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Matos Moctezuma, Eduardo, “Presentación”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 100, pp. 8-9.