El 26 de septiembre de 1949 debía ser un día memorable. O así lo prometían las palabras y los sucesos que desde enero se fueron conjuntando de cara a la opinión pública. Se extenderían sobre la mesa documentos, crónicas, libros… y capacidad de argumentación. La historia como conocimiento del pasado frente a la historia como instrumento constructor de la identidad nacional. La expectativa no dejaba de tener el sabor de la charada: en el centro del diálogo se levantaba la figura de Cuauhtémoc, el héroe “a la altura del arte”, pero izado en una geografía inesperada, lejana al trópico maya donde fue ahorcado en febrero de 1525 y sitio de los últimos datos de su vida. En Ichcateopan, pequeño y antiguo poblado en la sierra norte del estado de Guerrero, la arqueóloga e historiadora Eulalia Guzmán, siguiendo unas aberrantes pistas documentales descubriría en esa jornada restos óseos bajo el altar mayor de la iglesia de Santa María de la Asunción. Sin demasiado entusiasmo, algunos periodistas locales esperaban… Al mediodía, la investigadora salió del templo con un objeto que mostraría a la población en una suerte de ritual improvisado: levantó a los cuatro rumbos un disco de cobre martillado con una inscripción incisa: “Rey e S Coatémo, 1529”. El gesto indicaba que creía haber encontrado la tumba de Cuauhtémoc.
La nota cubriría las primeras planas… De inmediato la profesora preparó un informe: tal y como indicaba un documento y el aval de una –no menos sospechosa– firma del venerado franciscano Motolinía, bajo el altar de la iglesia se encontraron huesos humanos, algunos objetos y la placa de cobre. La pista aseguraba que ahí se habían depositado, secretamente, los restos del joven gobernante indígena. Para Guzmán eran pruebas suficientes.
La profesora prepararía entonces una controversia que se antojaba atractiva para polemizar con el joven e influyente historiador del arte Salvador Toscano, subdirector del INAH y quien por ese entonces escribía una biografía sobre el último gobernante de Tenochtitlan y, desde el siglo xix, primer héroe del panteón nacional. En agosto, Salvador Toscano había publicado un artículo sobre la muerte de Cuauhtémoc en Izancánac, lugar ubicado sin puntual certeza en la provincia de Acalan, en el corazón de la selva entre Campeche y Tabasco. Si el hallazgo de Guzmán fuera cierto ¿qué hacía enterrado el bravo y trágico guerrero al otro extremo de México, en un poblado más bien humilde, tributario de Moctezuma? El otro punto a resolver tocaría la biografía de Cuauhtémoc: qué relación tendría un personaje como éste, hijo del afamado conquistador tlatoani Ahuítzotl, masacrador por cierto de decenas de poblaciones de esa región, con el pueblo cuyo glifo era una planta de algodón sobre un templo prehispánico, según la Matrícula de Tributos, relación del virreinato temprano...
Podía adivinarse un debate historiográfico adosado de opiniones periodísticas que seguramente culminaría con un nuevo y ruidoso juicio contra Hernán Cortés, su verdugo, cuyos restos habían sido descubiertos un año antes en el templo de Jesús Nazareno del Hospital de Jesús en la ciudad de México. Nuevamente, la picota de la opinión pública se preparaba para el conquistador español.
Pero el día 26 de septiembre de 1949 sería trágicamente memorable por algo que nadie podía calcular: esa noche, en un pico rocoso del volcán Popocatépetl se estrelló la nave de Mexicana de Aviación en la que viajaba una comitiva encabezada por el “Apóstol del Maíz”, Gabriel Ramos Millán; no hubo sobrevivientes. Entre el malhado grupo que se trasladaba a la capital del país desde la ciudad de Oaxaca estaba Toscano. Nunca se enteraría del hallazgo de la profesora Guzmán; y ella, en el recóndito Ichcateopan, únicamente pudo saber del accidente mucho más tarde. Se abrió un hiato. La profesora zacatecana quedaría sola por el momento, con la placa de cobre y su dudosa explicación; había perdido a su contendiente. Entonces se comenzaría a gestar, como los primeros signos de un huracán, un encontronazo insalvable entre aquellos que concebían a la antropología y a la historia como herramientas de construcción de la conciencia cívica y aquellos que sostenían que son ciencias que indagan el pasado sin calificativos.
Al mismo tiempo, la biografía de Cuauhtémoc que preparaba Toscano quedaba inconclusa, hasta que gracias al trazo editorial de la amistosa mano de Rafael Heliodoro Valle se publicó pocos años después. Texto que aún sigue siendo editado y que es piedra de toque para quien pretenda conocer la biografía del héroe. El último capítulo se ajustaría con el material que Toscano había alcanzado a entregar a la prensa en agosto de 1949.
Salvador Rueda Smithers. Historiador del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Director del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec.
Patricia Ledesma Bouchan. Maestra en arqueología por la ENAH. Directora del Museo del Templo Mayor del INAH.
Tomado de Salvador Rueda Smithers, Patricia Ledesma Bouchan, “Cuauhtémoc a debate: Entre el orgullo y la evidencia”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 119, pp. 80-84.