El abrigo chino

Eduardo Matos Moctezuma

Anecdotario Arqueológico. El abrigo chino

En 1974 viajamos a China Popular una delegación encabezada por Guillermo Bonfil, director del INAH, su esposa Cristina, Román Piña Chán, Salomón Nahmad, Francisco González Rul, Enrique Florescano, Jaime Litvak, Sergio Zaldívar y el que escribe. La invitación provenía del gobierno chino en reciprocidad a que México había invitado el año anterior a una misión china de arqueólogos e historiadores. Visitaron varios sitios arqueológicos y museos y en mi caso, junto con Jaime Litvak, nos correspondió llevarlos a Xochicalco. Cuando íbamos rumbo a Cuernavaca había un deslave en la autopista y unos obreros con banderas rojas desviaban el tráfico. El traductor chino nos preguntó que a causa de qué se blandían las banderas rojas. Jaime, burlón, les dijo: “Es que les están dando la bienvenida”.

Esto fue el inicio de un viaje memorable que hicimos a China. El país acababa de salir de la Revolución Cultural emprendida por el gobierno de Mao y se empezaban a abrir con cautela hacia Occidente. Llegamos en octubre a Hong Kong y de allí, en tren, hasta Cantón. El cambio en la frontera de lo que aún era territorio inglés y el de la República China fue emotivo: bajamos del trenecito de los años cuarenta para subir a un moderno tren chino que nos transportó a aquella ciudad. De ahí volamos a Beijing, donde se nos alojó en un hotel para extranjeros. Hacía frío y noté que Paco Rul salió un momento para regresar con un abrigo recién comprado. De inmediato le ofrecí comprárselo (la verdad no quería salir con aquel frío y me inventé tener tos). Paco quería decirme algo:

–Mira, es que este abrigo lo compré… Lo interrumpí:

–Paco, no hay que ser, mira que tengo tos. Paco insistía y me dijo que el abrigo lo había adquirido… Lo volví a interrumpir:

–Hay que ser buen amigo. Dime cuanto te costó.

Ante mi perseverancia me cobró 65 yuanes y de ahí en adelante viajé por media China con mi abrigo puesto. Notaba que al llegar a algún lugar ya fuera comida, teatro, museo, en la visita a la Muralla China, en el viaje a Xian para ver la tumba de Qin Shi Huandi, unificador del país allá por el año 210 a. C., y que está enterrado con el famoso ejército de terracota; en Nanking y cuando tuvimos la cena con el jefe provincial del partido comunista de la región donde está el pueblo en que nació Mao (el Guelatao de allá), los chinos me volteaban a ver y sonreían. Primero lo atribuí a mi arrolladora personalidad (?), pero pronto me percaté de que había algo más.

Antes de continuar diré que en el pueblo de Mao aquella cena terminó de manera terrible. Nos habían sentado intercalados un mexicano y un chino. Bonfil inició los brindis por el pueblo chino y ellos por el mexicano y a poco todos brindábamos con nuestros vecinos con motai, una bebida embriagante en serio. Pasado un buen rato, de repente veo que Salomón Nahmad se pone de pie y sale corriendo al baño. Era el efecto del motai.

Pero continuaron las libaciones y sin decir agua va un chino rueda por el suelo. La situación se ponía difícil y llegó al punto de que se dio por terminado el convivio. Sacamos nuestras bajas como pudimos, esperando lo peor, pues bien nos había advertido nuestro embajador Anguiano que fuéramos prudentes.

Al día siguiente, en nuestro hotel, vemos que se acerca una comisión de chinos muy serios que, implacables, se dirigen hacia nosotros. Esperábamos ser deportados por aquel agravio ¡y en la tierra de Mao! Llegaron y tras una breve ceremonia con inclinaciones de cabeza, quien encabezaba al grupo nos dijo:

–Nosotros entendemos que ustedes están muy contentos por estar en el lugar en que nació nuestro líder. Por eso ayer su alegría los llevó a brindar por China, pero nuestro líder de esta región los incitó a beber demasiado, por lo que pedimos disculpas y se tomarán las medidas necesarias en contra de él.

Las medidas no se hicieron esperar: fue enviado a una provincia del norte en castigo por lo ocurrido, según nos dijo más tarde el embajador Anguiano. Para terminar el relato les comento que después de un viaje fascinante por China, regresamos a casa. El último día antes de salir del país se me acercó nuestro traductor y me dijo, señalando el consabido abrigo que yo traía puesto:

–Profesor, en China entendemos su problema, pero ahora va usted a Occidente y no sabemos qué vaya a pasar.

–¿Por qué?

–Porque su abrigo es de mujer…

No dejé que Paco me explicara que lo había adquirido para su esposa Judith. El cuerpo de Paco yace inerte al pie de la Muralla China.

 

Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.

Matos Moctezuma, Eduardo, “Anecdotario Arqueológico. El abrigo chino”, Arqueología Mexicana, núm. 165, pp. 82-83.