Hermosas doncellas del agua, con largos cabellos, habitan no solamente las lagunas de México, sino las de todo el mundo: los europeos las pintan con cuerpo de pez y mujer, pero en México las sirenas casi siempre son mujeres de cuerpo entero, que añoran la convivencia con humanos.
Las tentaciones habitan ríos, cenotes, manantiales, remansos y playas; cuando un resquicio se abre -sea por azar, transgresión o destino- los humanos pueden llegar a un inframundo subacuático semejante al de las cuevas: maligno y seductor. Bajo el agua, los transgresores gozan de grandes privilegios, riquezas, potestad sobre los seres de agua que no pueden utilizar sino en ese reino paralelo.
La añoranza o el equívoco pierde a los privilegiados, quienes regresan, revelan el secreto y no pueden volver nunca más a sus esposas o protectores ni disfrutar de las riquezas que antes tuvieron.
Otras tentaciones compran o cambian por pesca abundante a niños pequeños que más tarde serán sus aliados; otros seres simplemente zambuten, ahogan, arrastran con remolinos en todo lugar donde haya agua: prestos ante cualquier irrupción en sus espacios, los ahuizotes, los grandes peces, los gigantes y los dueños atacan y comen a sus víctimas.
En esta historia de Tenejapa, tomada de Leyendas y cuentos tzeltales (recopilación y traducción de Pedro Pérez Conde), la virgen está predestinada a casarse con un ángel, nombre que reciben las piedras y cuevas sagradas -entradas al inframundo- en ese lugar.
La Virgen de Bana-Vil
Desde hace mucho tiempo se cuenta aquí la leyenda de la Virgen de Bana-Vil. Cuando nació, la criatura no lloraba como lo hacen todos los niños, sino de una manera diferente: “sul, sul", se escuchaba su llanto. Y fue esta niña la que llegó a ser la Virgen del Agua, la Sirena.
Sus padres estaban muy preocupados y fueron a consultar a varios curanderos. Llegaron a casa de un primer curandero y le pidieron:
- Señor, ¿podría usted pulsar a esta niña que está muy enferma?
-No está tan mal, pueden regresarse a su casa - les dijo el curandero después de pulsarla.
La criatura seguía llorando y sus padres fueron a ver a otros dos curanderos que también dijeron que la enfermedad no era grave. Por fin fueron a hablar con el cura: -Señor cura, ¿puede decirnos qué enfermedad tiene nuestra criatura?
- Llévenla al campo, y donde encuentren un charco de agua, allí métanla y verán lo que pasa -les recomendó el cura.
Los padres obedecieron, la llevaron a un charco y allí la metieron. La criatura dejó de llorar y el charco se hizo muy grande.
La sacaron y se la llevaron a otro paraje llamado Jalame'tik Xk'anan, Virgen de la Chicharra. La metieron en esa laguna y la niña estuvo allí un rato. Allí se le cayó el ombligo.
Cuando salió de la laguna ya tenía como seis años. Habló con sus padres:
-Mamá, mamá, no voy a regresar con ustedes, me iré por otro lado.Papá, ¿podría guiarme a otro paraje?
-Tú dices, hija, di a dónde quieres ir -le contestaron sus padres.
Empezaron a caminar hacia el oriente, hacia el pueblo de Tenejapa y llegaron hasta un cerro alto llamado Jtatik 'Anhel Mamal Moenal, Señor Ángel Padre Hierba Mora, donde actualmente hay tres cruces.
Estuvieron descansando un rato donde están la cruces junto a una cueva: de allí salió el hombre que más tarde sería el marido de la Virgen de Bana-Vil; saliendo, se dirigió hacia la laguna que está allí, con la Virgen sirena. Estuvieron una hora dentro del agua. Cuando la Virgen volvió a salir, venía abrazada del Señor Ángel, Jtatik 'Anhel Mamal Moenal.
Llegaron ante los padres de la muchacha y el Señor Ángel dijo:
-Señor padre, señora madre, reciban este regalo pues su hija ya es mi esposa. Pueden utilizar estos dos bultos de oro para comprar sus alimentos. Cada semana pueden sacar una moneda de oro, pues hay cien monedas.
- Mama -dijo la virgen-, váyanse a la casa y no se aflijan por mí. Sus vidas se alargarán; vivirán muchos años y trabajarán poco, su milpa tendrá solamente una tarea.
Esta historia cuentan las personas de Tenejapa desde hace mucho.
Tomado de Elisa Ramírez, “Dueños y doncellas del agua”, Arqueología Mexicana núm. 68, p. 17