Xavier Noguez
En 2015 el Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural y la Interculturalidad (PUIC) de la UNAM volvió a editar, en forma digital e impresa, las Obras completas de Francisco Hernández (ca. 1515-1587). El proyecto estuvo a cargo de Carlos Zolla. La compilación originalmente se había dado a conocer entre 1959 y 1985, en siete tomos, con el pie de imprenta de la misma Universidad. El impulso original para este magno proyecto lo dio el entonces rector Nabor Carrillo. Los créditos institucionales se reservaron para los doctores Efrén del Pozo y Germán So- molinos d’Ardois, el primero como presidente y el segundo como secretario de la Comisión Editora de las Obras completas de Francisco Hernández. Una pléyade de intelectuales, científicos y humanistas colaboraron con trabajos sobre diversos temas. Destacan las contribuciones del doctor Somolinos d’Ardois y del historiador José Miranda. Esta extraordinaria obra se debe a un científico español, Francisco Hernández de Toledo o Francisco Hernández de Boncalo quien, en enero de 1570, es nombrado “Protomédico e Historiador del Rey de España Don Felipe II en las Indias Occidentales, Islas y Tierra Firme del Mar Océano”. El rey le encomienda la misión de trasladarse a la Nueva España con el objeto de recopilar información sobre las plantas y minerales que tuvieran algún uso práctico, así como también la descripción de la fauna autóctona. El protomédico partió hacia la Nueva España en agosto de 1571, junto con su hijo, y desembarca en Veracruz en febrero de 1572. Su estancia fue de cuatro años, tiempo en el que viajó principalmente en el centro del virreinato. En la expedición también participaron un geógrafo, pintores, guías botánicos y algunos titici o médicos indígenas.
Se trata de una obra monumental que se conoce bajo el título de Historia natural de Nueva España y que, en su versión original, contenía imágenes y textos recopilados entre 1572 y 1576. Se calcula que Hernández hizo descripciones de aproximadamente tres mil plantas, más de quinientos animales y una docena de minerales, registrados en casi mil folios escritos originalmente en latín, y divididos en aproximadamente tres mil capítulos con más de dos mil ilustraciones. Además Hernández redactó obras varias y se dio a la tarea de traducir y comentar la Historia natural de Cayo Plinio Cecilio Segundo, autor latino que vivió entre 23 y 79 d.C. Lamentablemente Hernández muere antes de ver su obra publicada. Comienza un proceso de dispersión de sus escritos y de darlos a conocer en obras parciales impresas en diferentes tiempos. Felipe II encargó al médico napolitano Nardi Antonio Recchi la publicación de una versión abreviada que no se conoció hasta 1635 y 1651. Pero el mayor obstáculo para conocer la obra completa de Hernández se dio en 1671. Los originales se habían conservado en la Biblioteca de El Escorial y su desaparición fue provocada por un fatal incendio en el año citado.
Hernández también mostró un interés por el conocimiento de los nuevos vasallos americanos y redactó una obra que lleva el título de Antigüedades de la Nueva España, compuesta de tres libros, el primero dedicado a las costumbres, particularmente de los mexicas, así como a su organización social y religiosa; el segundo y tercero tratan de la historia, las instituciones y las fiestas anuales; al final Hernández agregó una sección especial sobre la “Conquista de la Nueva España”. El autor utiliza como fuentes materiales de fray Bernardino de Sahagún, así como otros escritos de Francisco López de Gómara, Toribio de Motolinía y las Cartas de Hernán Cortés.
Queda aún por investigar si algunos textos dispersos son parte del trabajo original de este gran naturalista español, que nos legó una inmensa riqueza de información que merece volver a ser explorada.
Las ilustraciones
Como se ha mencionado, el naturalista español vino acompañado por un grupo de pintores que, manifiestamente, lograron realizar un buen número de las ilustraciones que acompañan la obra hernandina. Sin embargo, y debido a los procesos de destrucción y dispersión de las imágenes, queda en pie la pregunta de la participación de tlacuilos indígenas. El mismo Hernández da los nombres de tres de ellos: Antón, Baltazar Elías y Pedro Vázquez, cuya obra parece haber desaparecido en el incendio de El Escorial, en Madrid. Es probable que sus pinturas hayan correspondido a un estilo más conceptual (tradicional) y en el cual se incluyeron también glifos nativos, como los que se muestran en el Códice de la Cruz-Badiano (véase Arqueología Mexicana, núm. 94). Son muy pocos los ejemplos sobrevivientes que muestran iconografía nativa y parecen copias hechas por un artista entrenado en el estilo europeo, más perceptual. Aquí se reproducen tres de ellos; sólo uno aparece en el cuerpo del tomo III, vol. II (p. 109). Se trata de una planta que crece en terreno pedregoso, de nombre Tecamactlatlatzin o ¿Teoamatl Vitae et Mortis Index? El glifo de piedra (tetl), con sus salientes en forma de gancho, aparece a ambos lados de la raíz. Otros dos ejemplos, más el anterior, se conocen por la obra de Juan Eusebio Nieremberg, Historia Naturae Maxime Peregrinae de 1635. Se trata del atatapalácatl una planta que para describir su medio acuático se dibujó en la parte inferior un glifo de agua (atl). El siguiente ejemplo corresponde al tenochtli o nopal de tuna dura, descrito como, “Sive Nopalli Saxis Innascens”. Esta planta crece de una piedra (tetl), y guarda similitudes con el glifo toponímico de Tenochtitlan. Recordemos que la forma de representación nativa de las plantas y árboles incluía la raíz (véase Códice Boturini o Tira de la Peregrinación, 3a sección en Arqueología Mexicana, Especial 26). En el caso del material de Hernández esta inclusión podría haber sido una influencia de las tradiciones indígenas. Sin embargo queda todavía por revisar el material europeo de la época dedicado a este tema. La adición de las raíces en las ilustraciones proporcionaría una información más precisa.
Xavier Noguez. Profesor-investigador de El Colegio Mexiquense, dedicado al estudio y publicación de códices coloniales del centro de México.
Noguez, Xavier, “Las ilustraciones en la obra de Francisco Hernández (1572-1576)”, Arqueología Mexicana núm. 140, pp. 16-17.
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