[…] Sobre la boca del túnel y como centro vertical de la composición emergen dos manos monumentales que en su buceo toman el agua que entregan a la ciudad. Estas manos son, plásticamente hablando, las del cuerpo cuya cabeza sale de la tierra atravesando el agua del espejo, faz posterior de la cabeza estatua de Tláloc, cuya máscara ve hacia el cielo y las montañas en dirección hacia el rumbo desde donde llega el agua atravesando la serranía perforada. Las manos son la parte mayor de existencia en el espacio físico-plástico de la pintura del interior del Cárcamo, pintadas sobre una superficie de movimiento convexo que sigue la boca del túnel, con una síntesis plástica que vive y se mueve manteniendo su realidad espacial. Siguiendo los movimientos del espectador, pero sin repetir contornos ni superponer imágenes, sino en virtud de las condiciones de su forma y color, interés de todas las posibilidades de visibilidad. Estas manos que se logró hacer realmente vivir en el espacio físico-plástico pictórico, unen éste con la realidad polidimensional escultórica del exterior de un todo homogéneo que hace un solo cuerpo plástico de la pintura del interior y la escultura pintura del exterior.
La figura del Tláloc, en policromía de piedras diferentes y azulejos fragmentados, para la visibilidad desde el suelo, ofrece en sus formas movimientos que recuerdan los de las serranías; las modulaciones de los detalles de las vestiduras unen sus formas puras en movimientos rítmicos con las formas de piedras del fondo del espejo de agua y constituyen un todo homogéneo plástico. Ésta excita la imaginación para la reconstitución vertical de la figura del Tláloc; la raíz tradicional de esta manera de proceder plástico está en los mundos de la cultura de los llamados constructores de Montículos. El público y aún los especialistas los consideraron durante los siglos de la Colonia y la independencia de Norteamérica, como simples mojoneras, señalando rentas o delimitado dominios. Hoy, la invasión del aeroplano, realización de la aerofotografía, reveló al público y a los especialistas asombrados, que los amontonamientos de tierra eran en realidad asombrosas y enormes esculturas, desarrolladas horizontalmente por un pueblo de imaginación suficientemente potente para verticalizarla sin el auxilio mecánico del avión. Como contenido esta obra une la tradición poético- mitológica y popular de Tláloc, el que hace brotar viril y fecundo que aquí ofrece la bebida y medio líquido indispensable a la vida del ser humano, cuyo cuerpo es agua en un sesenta y dos por ciento, y planta con la mano izquierda el maíz –cuatro granos– cuyo proceso germinativo pinta el mosaico mientras que con la derecha ofrece al pueblo dos mazorcas de las cuatro cañas que ha hecho brotar. Da un gran paso en el espacio midiendo el tiempo con la abertura de sus piernas, como una gran compás de la ejecución de los trabajos, cuyas fechas están inscritas en escritura jeroglífica en las plantas de sus pies. En el que queda atrás, la del inicio de los trabajos, año nueve cañas, de la cronología mexica, y en el que adelanta, año cuatro cañas, de la misma, el Dios se hace hombre, dando la cara al cárcamo y chorreando agua de sus cabellos; es el obrero que hace brotar, a través de las peñas, con su propio sacrificio y adelanta sus manos poderosas y enormes bajo la tierra, para entregar el agua a sus hermanos de la ciudad.
El agua origen de la vida (caja de aguas) 1951.
Poliestireno y hule líquido
Superficie total: 224 m2
Cárcamo del río Lerma, Bosque de Chapultepec, Ciudad de México
Dios de la lluvia Tláloc (fuente)
Mosaico de piedras naturales
Cárcamo del río Lerma, Bosque de Chapultepec,
Ciudad de México
Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial.
Vela, Enrique (selección de textos e iconografía), “Tableros del Palacio de Bellas Artes”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 47, pp. 68-72.