Se trata de una danza de fertilidad, con hondas raíces prehispánicas. Algunos autores sugieren que se practicaba por lo menos desde el Posclásico Temprano (900-1200 d.C.). El rito del Volador o alguna variante de él (como el hua-hua y el quetzalin), aún se ejecuta entre varios grupos étnicos de México y Centroamérica. Las variantes más conocidas son las de los huastecos y los totonacos de Veracruz. Durante la ceremonia, cuyo objetivo último es propiciar la fertilidad de la tierra, cuatro hombres trepan a un poste de madera –que puede alcanzar hasta 40 m de alto–, recién cortado con la anuencia del dios de la montaña. Un quinto elemento, el caporal, se coloca en la punta del poste, y con una flauta y un tamborcillo toca melodías dedicadas al Sol, a los cuatro vientos y a las direcciones cardinales. A continuación los cuatro hombres, atados con cuerdas al poste, se lanzan al vacío y descienden lentamente mientras simulan volar. Esta danza recrea el mito del nacimiento del universo, expresa la cosmovisión de la comunidad, permite la comunicación con los dioses y convoca a la prosperidad del grupo. Con el nombre de “La ceremonia ritual de los voladores” fue inscrita en 2009 en la “Lista representativa del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad”.
“Danza del Volador”, Arqueología Mexicana, Especial 77, pp. 52-55.