Flor Trejo Rivera
A lo largo de más de dos centurias, el sistema de flotas de la Carrera de Indias tendió un largo puente de madera y velas entre España y el Nuevo Mundo. Aunque el barco era, en ese momento, el mejor invento logrado por el hombre, algunos navíos sufrieron percances durante su travesía. La arqueología subacuática estudia uno de los naufragios más conocidos del siglo XVII.
Los restos de un naufragio constituyen la memoria del infortunio de un barco y la muestra del trágico destino de un puñado de tripulantes. Pero el momento en que las implacables aguas del mar devoran al navío, ese eterno instante, representa únicamente la culminación de una suma de circunstancias que llevaron al accidente. Interpretar esa pequeña fracción temporal para acceder a los vestigios del buque siniestrado, puede convertirse en uno de los retos más apasionantes de la investigación arqueológica. La Subdirección de Arqueología Subacuática del INAH, desde 1995 lleva a cabo un proyecto de investigación sobre la flota de la Nueva España de 1630-1631 y su accidente en la Sonda de Campeche.
A lo largo de la ruta de las flotas de la Carrera de Indias fueron inevitables las desgracias marítimas. A partir de 1520, se determinó que los viajes entre la metrópoli y el Nuevo Mundo debían realizarse en convoy, a fin de protegerse de los ataques enemigos. En el caso de la flota de la Nueva España se trató de un grupo de embarcaciones mercantes, escoltadas por dos navíos de guerra, capitana y almiranta. Concebidos los despachos anuales, la escasez de barcos y de recursos para pertrecharlos provocó que, en la práctica, las flotas zarparan regularmente cada dos años. Con este dato podemos imaginar una cantidad significativa de velas surcando, a lo largo de 250 años, el vasto mar que une a ambos continentes. Los enemigos encarnizados de las flotas fueron, principalmente, el mal tiempo y los ataques de los adversarios de la monarquía católica. A los factores climáticos y estratégicos se agregaban otras circunstancias menos aleatorias, como el desconocimiento geográfico o la mala interpretación cartográfica de una ruta, navíos inadecuados o mal carenados para una larga travesía. La expresión “navegando se encomienda al viento y a las túmidas olas la hacienda y cosas. Y se pone la vida a tres o cuatro dedos de la muerte, que es el grueso de la tabla del navío”, repetida constantemente en los tratados y manuales de navegación, revela la fragilidad de la embarcación en un medio hostil, pero también descubre la osadía de los navegantes al romper la barrera entre lo desconocido y el reto de imponerse al mar.
Resulta inabarcable determinar a ciencia cierta cuántas embarcaciones sufrieron percances y accidentes durante la vigencia de la Carrera de Indias. Un conteo de los registros localizados en acervos históricos arroja una cifra de poco más de 200 naufragios ocurridos en el Golfo y el Caribe mexicanos. De lo expuesto, se desprende que el mayor número de incidentes ocurrieron a lo largo del siglo XVII.
El interés por recuperar los restos de embarcaciones existe desde que la posibilidad de acceder a ellos fue factible. Durante las centurias de intensa navegación entre Europa y las Indias, los ingenios y máquinas para recobrar los objetos sumergidos más valiosos, principalmente metales preciosos y artillería, fueron perfeccionándose. Sin embargo, con los recursos tecnológicos de la época sólo era viable el buceo a escasa profundidad.
Trejo Rivera, Flor, “El naufragio del navío Nuestra Señora del Juncal (1631)”, Arqueología Mexicana núm. 105, pp. 29-33.
• Flor Trejo Rivera. Maestra en historia por la Universidad Nacional Autónoma de México. Investigadora de la Subdirección de Arqueología Subacuática del INAH y especialista en la navegación de la Carrera de Indias de los siglos XVI y XVII.
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