Las mil caras del héroe se fueron configurando de acuerdo con los intereses y necesidades de cada época. Mientras que para los primeros cronistas de la conquista el episodio relevante en la vida de Cuauhtémoc fue su rendición ante García Holguín como el punto final del asedio a la ciudad de Tenochtitlan –y no sin avergonzarse reportaban también el tormento y su ejecución camino a Las Hibueras–, para los lectores barrocos de emblemas y pinturas, Cuauhtémoc sería el símbolo del derrumbe épico de un reino… y una suerte de venganza imaginaria contra Motecuhzoma.
Y es que el siglo XVII cambió la violencia de la guerra por la alegoría. Entre los artistas plásticos, como los pintores de biombos y cuadros enconchados, Cuauhtémoc se representa en el punto álgido del dramático capítulo de la Noche Triste, como aquel que supuestamente hubiera dado la pedrada mortal al huey tlatoani, preso por los españoles, al asomarse al balcón del palacio de Axayácatl el 1 de julio de 1520. En las representaciones pictóricas un simbólico Cuauhtémoc aparece vestido de guerrero águila, blandiendo una honda momentos antes de golpear con su piedra a un Motecuhzoma empenachado y cargado con los signos del mando, como el abanico de plumas y el escudo de águila bicéfala que los barrocos le atribuyeron.
Para enfatizar la identidad del personaje, no faltó biombo que señalara al hombre que quitó la vida a ese exótico Motecuhzoma cortesano con una sencilla leyenda: “Quactémoc”. Sin embargo, no existe ninguna crónica histórica, relato o evidencia arqueológica en la que se sustente este episodio. Si bien Cuauhtémoc pudo estar presente durante la revuelta de la noche en que fue asesinado Motecuhzoma, es poco probable que encabezara siquiera dichas acciones, recordemos que quien organiza la resistencia indígena en esos momentos ya como nuevo gobernante tenochca es Cuitláhuac.
Curiosamente, en el siglo XX se transfiere nuevamente a Cuauhtémoc el papel de ajusticiador. Diego Rivera pintó su Cuauhtémoc en el tercer piso del edificio de la Secretaría de Educación Pública en 1925 con los iconos que referirían los episodios más dramáticos de la vida de nuestro héroe. Sobre el tormento y su muerte: el fuego y el lazo con el nudo de la horca, y en las manos: la honda y la piedra. Junto a él, Rivera retrató a Emiliano Zapata, Otilio Montaño y Felipe Carrillo Puerto. Héroes telúricos, todos ellos propios del México posrevolucionario.
La caída de Tenochtitlan abrió la historia moderna de Occidente. Su registro tiene el doble filo de la épica y la tragedia. La memoria de lo sucedido ha tenido, a su vez, un rostro cambiante, aunque el resultado es el mismo, la marca fundacional de una cultura nueva –de las ideas de identidad propia de novohispanos y mexicanos surgida de una historia diferenciada. Durante el periodo virreinal, los relatos indígenas y algunos códices pictográficos refieren a la conquista y a Cuauhtémoc: tres de ellos, además, dibujan su muerte y la de su compañero Cuauhnacoch, ahorcados el martes de carnaval, 28 de febrero de 1525. Hecho que Bernal Díaz relataría en el pasaje de la desastrosa expedición a Las Hibueras.
Salvador Rueda Smithers. Historiador del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Director del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec.
Tomado de Salvador Rueda Smithers, “Cuauhtémoc en el tiempo: el tamaño de la dignidad”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm.119, pp. 58-63.