Las sociedades prehispánicas confirieron al cacao cualidades que iban más allá de la mera utilidad y le asignaron un profundo simbolismo. El cacao se encontraba entre los dones originarios que los dioses dieron al hombre. Según el Popol Vuh, era considerado uno de los cuatro árboles cósmicos situados en los rumbos del universo y tenía una asociación esencial con la planta sagrada por excelencia de Mesoamérica: el maíz; además, el cacao era un fruto relacionado metafóricamente con la sangre y el sacrificio. Con tantas aristas simbólicas, no es de extrañar que adquiriera un papel importante en algunas prácticas rituales; se le consumía en bodas entre miembros de la realeza, acompañaba a los difuntos en su tránsito al inframundo, y se le preparaba para celebrar victorias militares o la conclusión exitosa de expediciones comerciales.
Tomado de Enrique Vela, "Cacao", Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 122, pp. 26-27.