El vaso de Princeton. Un ejemplo de estilo códice

Erik Velásquez García

Una de las tradiciones pictóricas con mayor virtuosismo en el arte del periodo Clásico es el estilo códice, que fue plasmado sobre vasijas de cerámica entre 672 y 731 d.C. Se trata de una técnica caracterizada por dibujos sobre fondo claro, que se utilizaba en la cuenca de El Mirador, Guatemala, y la región de Calakmul, Campeche. Las escenas y textos mitológicos plasmados en ese estilo constituyen una rica fuente de información sobre la narrativa y el panteón sagrado de los mayas. Entre sus máximos ejemplos se encuentra el Vaso de Princeton, obra destacada del arte pictórico mesoamericano.

 

A principios de la década de los setenta la comunidad académica tuvo conocimiento de diversos vasos mayas de procedencia incierta. Al cabo de poco tiempo, los estudiosos reconocieron en esas obras un estilo peculiar que se caracteriza por escenas y textos jeroglíficos ejecutados con líneas oscuras, plasmadas sobre un fondo crema. El espacio pictórico solía enmarcarse entre bandas rojas, ubicadas en los bordes de las vasijas, atributos semejantes a los de los manuscritos mayas conocidos del Posclásico Tardío. Debido a lo anterior, Michael D. Coe conjeturó que los pintores de esas vasijas eran también autores de los códices, razón por la que acuñó el término de “estilo códice” para designar a esas vasijas cuyo origen se desconocía.

De acuerdo con Dorie J. Reents-Budet, esa tradición cerámica fue elaborada entre 672 y 731 d.C. Por su tipo y variedad se agrupan bajo la categoría Policromo Crema Zacatal, que se distribuye en diferentes lugares del Petén y en el extremo sur de Campeche. Las vasijas estilo códice se caracterizan por la buena calidad de sus arcillas y técnicas de cocción, así como por el uso de desgrasantes (arenas minerales que se agregan al barro para darle una consistencia y poder modelarlo) de carbonato. El color blanquecino de sus paredes se debe a que están bañadas por un engobe (solución fina de agua y barro con que se recubre la vasija) de arcilla fina, cremosa, mate y sin bruñir. Algunas piezas presentan un tono amarillo muy ligero, pues el baño contiene pequeñas cantidades de hierro. En Calakmul han aparecido ejemplos de vasijas estilo códice tanto con fondo amarillo como crema, mientras que en el Petén guatemalteco, en sitios como El Mirador, La Muerta, La Muralla, Nakbé, Pacaya, Porvenir, Tintal y Zacatal, sólo se han encontrado tiestos y vasijas con fondo crema. Las imágenes, textos y bandas rojas fueron pintadas sobre el engobe, antes de la cocción, misma que alcanzaba entre 800 y 900 °C. Algunas piezas presentan restos de bandas de estuco que fueron aplicadas sobre los labios de las vasijas después del horneado y que están pintadas de azul.

En las escenas plasmadas se observa un claro predominio del dibujo a línea sobre la aplicación de áreas de color. Es propio del estilo códice el uso de líneas negras o café oscuro ejecutadas con destreza, firmeza y claridad; en algunas ocasiones se acentuaban ciertas figuras o cartuchos jeroglíficos por medio de discretas líneas rojas o baños diluidos de color ocre. Típicas del estilo son las mencionadas bandas rojas que se extienden por los bordes superior o inferior de los vasos, o a lo largo de la circunferencia de los platos. Las bandas pueden estar delimitadas por finas líneas negras que en ocasiones son dobles o triples.

El repertorio de formas incluye platos extendidos o lak, platos hondos o trípodes (jawante’), diversas escudillas de paredes divergentes y vasos cilíndricos (uch’ib’ o uk’ib’). Con menos frecuencia encontramos vasos de superficies acanaladas, jarras, copas o tazas con asa y botellas de cuellos angostos llamadas “frascos veneneros”, pero que en realidad servían para guardar tabaco en polvo.

Diversas modalidades en el grosor de la línea y variedades en la composición química de las pastas atestiguan el trabajo de distintos artistas y talleres. Algunas obras se caracterizan por su homogeneidad en el grosor de la línea, mientras que otras combinan trazos gruesos y delgados. Hay pintores que aprovechan todas las posibilidades del pincel al adelgazar o engrosar segmentos de una sola línea, logrando un efecto caligráfico. Algunos usan el recurso de líneas extremadamente finas, a manera de cabello, mientras que otros aplican pigmento negro sobre algunas áreas de fondo crema, logrando la sensación de pintura al negativo.

 

Velásquez García, Erik, “El vaso de Princeton. Un ejemplo de estilo códice”, Arqueología Mexicana núm. 93, pp. 51-59.

 

• Erik Velásquez García. Maestro en historia del arte y candidato a doctor en la misma especialidad. Investigador en el Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM. Se especializa en arte y escritura jeroglífica maya, ámbito en el que imparte clases en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, y en los Maya Meetings, Universidad de Texas, Austin.

 

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